Bruno Stagnaro, director de «El eternauta», revela los jugosos entretelones de la serie de Netflix

Entrevista exclusiva a diez días del estreno

La expectativa que ha generado el estreno de El eternauta el próximo 30 de abril difícilmente sea superada en mucho tiempo. Y no es para menos: los seis episodios de la serie están basados en el gran cómic nacional y popular, un clásico de la historieta gráfica local detrás de la cual aún brillan la mítica figura del guionista Héctor Oesterheld y el trazo insuperable del dibujante Francisco Solano López. El director de esta auténtica aventura audiovisual es nada menos que Bruno Stagnaro, codirector de Pizza, birra, faso y creador de otra serie legendaria como Okupas. En esta entrevista, Stagnaro cuenta los jugosos entretelones del proyecto, qué sintió cuando surgió la opción de Ricardo Darín para el rol de Juan Salvo, rememora la importancia de El eternauta en su infancia y revela por qué cree que esta adaptación será un redescubrimiento de la ciudad y los barrios para muchos espectadores.


“Estoy muy contento, sí”. Es un lunes nublado, plomizo, y faltan todavía tres semanas para el esperado estreno de la adaptación seriada de El eternauta. Su director, Bruno Stagnaro, se hace eco de algunas repercusiones recientes. Es que Netflix lanzó el tráiler definitivo y, otra vez, comenzaron los comentarios en redes sociales sobre su contenido, estilo, alcances, traiciones y otras yerbas. Que si será fiel a la historieta, que si la edad de Juan Salvo, que si Darín, que los efectos especiales, que si estará “politizada”, que la traslación al presente, que si habrá otra temporada. Ninguna otra serie argentina tuvo y difícilmente tenga semejante nivel de expectativas antes del lanzamiento, cortesía de la altura iconográfica de la creación del guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López, transformada con el correr de las décadas en el gran comic nacional y popular y un auténtico clásico de la narrativa gráfica local. Los anuncios de otras posibles versiones en el pasado, incluida la abortada adaptación de Lucrecia Martel, se ven ahora eclipsadas por una realidad palpable: El eternauta según Stagnaro podrá verse en su totalidad, los seis capítulos, a partir del miércoles 30 de abril. “Estoy contento”, vuelve a decir ante el grabador el codirector de Pizza, birra, faso y creador de otra serie mítica, Okupas.

“Lo dije un poco en esa carta que escribí hace un tiempo, antes de comenzar la producción. Creo que fue la reedición del año ’81, que comenzó a salir semanalmente, en fascículos, y que mi viejo nos traía a mí y a mis hermanos. De alguna manera, en aquel momento repliqué la estructura de lectura fragmentada original, aunque no era exactamente igual porque eran fascículos bastante más gordos, y entiendo que la primera vez que salió en la revista Hora Cero, a finales de los años  50, eran tres páginas por semana. Fue muy importante para mí esa lectura temprana, porque vivía relativamente cerca de la cancha de River. De hecho, iba mucho al club Muni, que quedaba ahí en la esquina de Libertador y lo que entonces se llamaba Republiquetas, y para eso me tomaba el 130. Siempre pasaba por los lugares en donde transcurría la historieta y me resultaba un flash. Supongo que eso me influyó profundamente, porque después, cuando hicimos Pizza, birra, faso, una de las cosas que más me importó fue generar ese anclaje. Puntos de la trama que implicaran recuperar elementos de la ciudad, como Rubén, el tipo sin patas, o el Obelisco. Y en Okupas se dio algo similar. Así que sí: El eternauta fue algo importante para mí. Te diría que fue tan importante en mi formación como Viaje al centro de la Tierra. Ese tipo de textura narrativa”.

EL COLOR QUE CAYÓ DEL CIELO

“Era de madrugada, apenas las tres. No había ninguna luz en las casas de la vecindad: la ventana de mi cuarto de trabajo era la única iluminada. Hacía frío, pero a veces me gusta trabajar con la ventana abierta: mirar las estrellas descansa y apacigua el ánimo, como si uno escuchara una melodía muy vieja y muy querida”. Las primeras viñetas de El eternauta, publicadas el 4 de septiembre de 1957, describen el encuentro de ese primer narrador con un extraño hombre que, de pronto, aparece sentado enfrente suyo. Nada de eso ocurre en la versión audiovisual, que es prologada con una secuencia en medio del río, con un trío de amigas disfrutando de la paz de la noche al aire libre en un velero. Primera en una serie de múltiples diferencias que los inspectores de adaptaciones tildarán de inmediato en su correspondiente casillero. Lo que sigue también marca una enorme diferencia: El eternauta transcurre en tiempo presente, en unos Olivos, Vicente López, Saavedra y Núñez reconocibles por sus edificios y locales comerciales, iglesias y supermercados, esquinas y plazas, estaciones de tren y carteles publicitarios.

Pero el fondo es idéntico: Juan Salvo, Favalli, Lucas y Polsky juegan al truco. El envido, real envido y falta envido se gana con treinta y tres de mano, pero los rostros son ahora los de Ricardo Darín, César Troncoso, Marcelo Subiotto, a quienes se les sumará después el de Carla Peterson como Elena, la esposa (ahora ex) de Salvo. Y lo que ocurre de inmediato es similar también: el corte de luz, los primeros copos de ceniza que caen del cielo, los fuertes ruidos que llegan del exterior, la incógnita por lo que está ocurriendo. Aunque para los personajes de la serie, a diferencia de los de la historieta -preocupados por una explosión atómica allá en el gran país del norte- la situación los retrotrae al 2001, con sus cacerolazos, conflictos callejeros y violencias. Lo que hace Stagnaro y su equipo de guionistas en el primer capítulo recrea en el recuerdo cinéfilo las enseñanzas de John Carpenter. Tal vez el de La niebla, aunque el realizador de 51 años se apura en comentar que, tal vez, fue más influyente el espíritu de El enigma de otro mundo, con su relato de encierro y paranoia en medio de un paisaje nevado. Como fuere, la trama de este relato de ciencia ficción y supervivencia ya está en marcha, poniendo primera y enfrentándose a los desafíos de un nuevo orden.

En su prólogo a la reciente reedición, Juan Sasturain escribe que la de El eternauta es la historia de alguien que “está cagado de miedo, no va a pelear con nadie, sino a proveerse para atrincherarse mejor y que no lo roben ni asesinen otros sobrevivientes. No es el tipo que combate al invasor, sino el hombre aislado con familia y amigos allegados que cuida lo suyo”. La frase señala hacia un equívoco frecuente, potenciado por la apropiación política de la figura de Salvo. Un equívoco enraizado en la confusión entre el cómic original y su segunda parte, publicada en 1976, apenas un año antes del secuestro y desaparición de Héctor Oesterheld a manos de la dictadura. Pero el Salvo de la Parte 2 no es el mismo que el del cómic original. Para Stagnaro, El eternauta “queda atravesada por conflictos que son ajenos a la obra en sí, como muchas cosas en este país. En mi caso, el verdadero impacto fue con la primera parte, la original; no tanto con la segunda, donde por ahí se ve más una intencionalidad de orientar la lectura en cierta dirección. Uno puede estar de acuerdo con eso o no, pero a mí lo que me interesa como lector es que me de la libertad de interpretación que quiera darle. Por supuesto, cualquier interpretación es válida, y el mismo autor no era el mismo cuando escribió la primera parte que cuando escribió la segunda. Él mismo lo asumía. En general, no me interesa cuando en la concepción de la obra ya está la interpretación”.

El formato de entregas original, a la manera de un folletín, generó no pocos problemas a la hora de enfrentarse a la adaptación a la pantalla. “El ritmo estaba muy apoyado en el hecho de que, por semana, se publicaban entre tres y cinco páginas, y el devenir del tiempo que transcurría entre lectura y lectura le permitía al autor ciertas cosas. Por ejemplo, que a las tres o cuatro horas del comienzo de la historia ya estén cagándose a tiros. Cuatro horas después del apagón Salvo y Favalli matan a una persona. Y esa persona viene de matar a Lucas. ¿No es muy pronto para que la gente ya esté matándose por los recursos en una ciudad como Buenos Aires? Porque, además, si murió tanta gente por la nevada, entonces los recursos sobran. Cuando leés la historieta eso no te hace ruido, y creo que tiene que ver con la materialidad misma del formato por entregas. Es como si uno fuera separando esos eventos al leerlos”. El quid de la cuestión es el de siempre: trasladar una historia de un medio a otro no es como trasplantar un árbol o mover un objeto de lugar: lo que es funcional en un lado no tiene por qué funcionar en el otro. “Además”, continúa el director, “al ser una novela gráfica, un cómic, Oesterheld y Solano López tenían la opción de elegir la cantidad de viñetas que se le asignaban a determinados sucesos, para que eso quede más impregnado en la historia. Una cosa que me impresiona bastante cuando releo El eternauta es que, cuando matan a la persona que quiere entrar a la casa, no hay detención ni reflexión sobre lo que acaba de ocurrir. Es algo raro viniendo de una historia humanista: la muerte de alguien es un hecho importante, que debería dejar una huella. Sin embargo, no ocurre. De nuevo, esa materialidad del formato, su forma condensada, hace que no repares tanto en eso. Esos detalles complicaron la adaptación, porque en un relato audiovisual las cosas son diferentes, más allá de si se trata de una serie o una película. Por un lado, El eternauta es un texto que podríamos llamar sacro, pero al mismo tiempo no sería honesto no hacerse planteos, poner en tensión o discusión ciertos detalles que no se sostienen en un lenguaje diferente al original”.

SOY LEYENDA

La aventura comienza. Salvo sale solo o acompañado y las señales de la muerte colectiva están en todos lados. Los trajes y escafandras los protegen cuando están a la intemperie, pero los peligros existen más allá de los copos de esa nieve ¿radioactiva? A Salvo lo mueve algo más, más allá de la necesidad de salir en busca de alimentos, bebidas, herramientas y algún que otro medicamento, por si es necesario en algún momento: la separación de un ser querido, que el guion de la serie mueve hacia el comienzo de la historia. Los lugares, las locaciones, son inmediatamente reconocibles, aunque bañadas con una pátina de extrañeza gélida: la estación de bomberos voluntarios de Vicente López, la clínica privada ubicada justo enfrente, algún gran supermercado, la Parroquia San Isidro Labrador, esa Esquina del Neumático con forma de ataúd que durante muchos años supo ser el Bar El Cajón. Y Puente Saavedra, transformado en imposible instalación automotriz luego del desastre. Para Stagnaro la opción de adaptar El eternauta como una pieza de época, una historia que transcurriera hacia finales de los ’50, nunca fue una opción. “Una de las cosas que más recordaba de mis lecturas originales durante la infancia, y que me interesaba replicar en la serie, es la sensación de que estás transitando una historia en una ciudad que conocés. En algún punto fue la decisión que se tomó más rápido: si teníamos que retrotraernos unos setenta años atrás, entonces la ciudad pasa a ser otra, una ciudad ajena. Una ciudad que ya no existe. Si ese hubiera sido el caso, un montón de eventos que son icónicos pasarían a ocurrir en un no-lugar. Por ejemplo, la General Paz de la historieta es otra, muy distinta. No tenía autopista en ese momento. Y así con muchísimas cosas. Nuestra adaptación está muy apoyada en una ciudad existente”.

Bruno Stagnaro en rodaje. Foto de Marcos Ludevid-Netflix

Afuera se nubla aún más, amaga a garuar, pero la conversación con Radar tiene lugar en el interior de un pequeño bar del barrio de Agronomía, café de por medio. Una clase de encuentro tan porteño como la forma de hablar de los personajes de la serie. En un momento del segundo capítulo, que pone a Salvo en una situación de tensión ante un grupo de sobrevivientes, aparece en medio de la trifulca una chispa de humor, un gag que se sostiene sobre la evidente falta de cabellera de algunos personajes. La manera en la cual se pronuncia la palabra “pelado” es inconfundiblemente local. Lo extranjero es lo otro: los extraños copos, las luces que caen del cielo y, desde luego, los cascarudos, que no tardan en hacer aparición, primero apenas entrevistos, luego en toda su brutal contextura. Un escollo con el cual el protagonista y los suyos no contaban.

Para Stagnaro, el principal desafío de la adaptación estuvo dado por un hecho básico: el saber que se estaban tomando decisiones narrativas que, por un lado, “eran necesarias, pero por el otro iban a generar cierto grado de controversia entre los fanáticos. Es como una trampa, porque más allá de las decisiones que tomes, siempre va a haber una parte que salga resentida. Está esa cosa de ‘no toques la historia original porque es palabra santa’. Eso fue algo muy complicado. Después, hablando más en términos técnicos, una de las complejidades más grandes de El eternauta, a diferencia de otros relatos post apocalípticos actuales, contemporáneos o anteriores a su publicación, es que Oesterheld no parte de un evento catalizador y después hace una gran elipsis de… ponele, tres meses. Es decir, no avanza de golpe a un momento en el cual la carencia ya está desatada. Eso es más sencillo, porque la subtrama de la lucha por los recursos está bien a la mano. Acá ese elemento no está, porque una de las características de la historieta es esa cosa de tiempo casi real. El eternauta transita el momento del todos-contra-todos antes de que se ponga de manifiesto la invasión extraterrestre”.

En ese momento de la conversación surge la cuestión del reparto. Bruno Stagnaro dice algo insospechado, aunque no tanto: “La verdad es que cuando surgió la opción de Ricardo Darín, obviamente, me parece un actor extraordinario, pero al principio no lo veía ni en pedo como Salvo, básicamente por un tema de edad. Era una etapa muy gestacional del proyecto, y en paralelo a esa cuestión había algo más que no estábamos pudiendo resolver, que era el vínculo del personaje con las armas. Eso es algo muy arraigado en la época de la historieta, donde el personaje de Salvo es descripto como reservista y además tiene trofeos de tiro. Eso explica y resuelve su vínculo con las armas y además justifica que el chabón termine en la primera línea. Eso que en 1958, 1959, podía ser algo hasta cotidiano, hoy seguramente tendría otra lectura, ¿no? Que un tipo de treinta años tenga ese grado de cercanía con las armas. Obviamente es subjetivo, pero no me simpatizaría que fuera de esa manera, porque o lo hacíamos policía o bien era un tipo al que simplemente le gustan las armas de fuego. Entonces, más allá de las reticencias iniciales, la edad de Darín y por ende la del personaje nos abrió una manera de articular esa dificultad. Y de un modo que me interesó, que además creo que Oesterheld hubiera validado, pensando en nuestra identidad y cultura. Me parecía importante eso, construir personajes y actitudes desde nuestra cultura, y no yendo al lugar común de las historias postapocalípticas”. Y es cierto: si bien la historia es universal en su estructura general, y podría transcurrir en cualquier ciudad de mundo, los detalles -los modos del habla, las locaciones, pero también las idiosincrasias- son inoxidablemente locales. “Esas fueron las dos condiciones innegociables que puso Martín Oesterheld, el nieto y heredero de Héctor, cuando comenzaron las negociaciones con Netflix: que fuera filmada en Buenos Aires y en idioma español”.

EL DÍA QUE PARALIZARON LA TIERRA

Los universos de Pizza, birra, faso –mítica ópera prima, codirigida junto a Adrián Caetano–, Okupas y la más reciente Un gallo para Esculapio podrían definirse sin demasiados reparos como realistas, relatos que se ocupan de (re) crear submundos de la capital y el conurbano que no sólo son reconocibles sino, sobre todo, plausibles. Sin embargo, Bruno Stagnaro vuelve a insistir en su vínculo temprano con la fantasía y sugiere que, de alguna manera, El eternauta es un regreso a un camino que aparecía insinuado en Guarisove: los olvidados, el cortometraje que formó parte de las primeras Historias Breves, allá por 1996. “Ya con el proyecto avanzado me di cuenta de eso: hay algo en el enfoque de ese corto que después postergué en todas las cosas que hice. Casi sin pensarlo me fui para otro lado, y esto fue un poco regresar a esa primera vertiente. Alguna vez conté esto: tuve un proyecto que quería hacer justo después de Okupas, una especie de distopía. Esto fue en el año 2004 y el concepto de la historia era que después del estallido de 2001 el orden nunca se había reestablecido y estallaba una guerra civil. Una ciudad devastada y gobernada por diferentes bandas con sus territorios. De todas formas, siempre me interesa que todo tenga el mayor viso de realidad posible, por eso también quería que la ciudad que reconstruimos para El eternauta fuese una ciudad reconocible. Siento que esa cruza de ciencia ficción y realidad es el punto de convergencia entre las dos miradas”.

En términos visuales, El eternauta fue una auténtica aventura para un director usualmente habituado a trabajar con elementos de la más estricta realidad. “Intentamos, dentro de lo posible, prever cuestiones a partir de storyboards y otros recursos, sostener un ida y vuelta aceitado entre la historieta y la serie. Lo que ocurre después, en el frenesí del hacer, en el día a día del rodaje, es que hay cosas que te lo impiden. Es inevitable ir paso a paso, escena por escena. Como director sentí que era difícil recuperar algo en lo cual siempre me apoyé: los lugares y las atmósferas. Acá se trabajó mucho, diría en el setenta por ciento de los casos, en galpones con pantallas azules. O con pantallas que te transmitían la realidad pero no eran la realidad. Es decir, ciertas cosas que en mi proceso habitual me retroalimentan y me permiten tener una actitud más lúdica acá no estaban presentes. Con el tiempo fui entendiendo como suplirlas. Por supuesto, la historieta fue una fuente de consulta constante, y es ciertas escenas, sobre todo las icónicas, me importaba mucho mantener esa sensación que transmite el dibujo de Solano, que es una parte muy importante de la historieta. Lo bueno es que estuvimos muy presentes durante todo el proceso de posproducción. Eso era esencial para el equipo y para mí, porque de otra forma el espacio te lo definen otros y terminás siendo un extranjero en tu propio relato”.

En estricto off the record, por pedido formal de la plataforma pero también de Stagnaro, se discuten algunos aspectos de la trama que el espectador virgen seguramente desconozca, pero que el lector de la historieta sabe de memoria. Y un detalle central: ¿hasta dónde llega el capítulo seis, el último de la serie? No se revelará el secreto aquí, pero el realizador afirma que, en ese episodio, “finalmente logré algo difícil en un proyecto de esta envergadura: recuperar un poco de libertad, en el sentido de no tener absolutamente todo el control sobre la situación. Fue un poco bravo, pero el capítulo seis es uno de los que más disfruté y disfruto, por ese mismo motivo. En una estructura tan gigante, con tantos recursos, esa posibilidad de jugar se va restringiendo. O queda reservada al momento de la escritura. Me gusta eso de encontrar cosas en el camino, y creo que finalmente fui generando ese espacio. No sé si todos quedaron muy contentos con eso, pero bueno, es lo que sucedió”. ¿Y qué cuenta El eternauta hoy? Una pregunta sencilla y un poco boba que seguramente dará vueltas y vueltas luego del estreno de la serie. Bruno Stagnaro prefiere no responder. Que cada quien la vea y tenga su propia opinión. “Además”, acota, “tenemos que estar muy mal para que una frase tan inocua como ’Nadie se salva solo’ genera tanta controversia. Es casi una verdad de Perogrullo. El ser humano es un bicho social que necesita de los otros. El capitalismo no existiría si eso no fuese así, porque a alguien tenés que venderle. Me resulta muy loco que haya tantas discusiones por semejante boludez. Es un eslogan. De todas formas, nadie se salva solo, ¿no?”.

Carta de Bruno Stagnaro publicada el 13 de mayo de 2023

Para mí El Eternauta representa a mi viejo trayéndome los fascículos semanales de los cómics. Creo que fue de las primeras cosas que leí completas en mi vida, a los diez años, y tuvo una profunda influencia en mi manera de entender la ficción hecha en mi país. La sensación que me dejó esa primera lectura me acompañó toda la vida y, de alguna manera, tuvo una gran influencia en lo que hice después, en donde la ciudad es una presencia viva, casi como un personaje más. Creo que parte del encanto que tiene hacer El Eternauta es entender cómo atravesar la dificultad técnica que implica construir el mundo en que sucede. Esto será un reto inusual para nuestra industria y eso es algo que personalmente me motiva mucho porque siento que puede establecer un precedente para que luego ya no sea tan difícil encarar este tipo de proyectos en nuestro país. Mi acercamiento a la adaptación será la de serle fiel a ese niño lector que se asomó a la historia por primera vez, tratar de reconstruir la emoción genuina de vivir una aventura en la esquina de tu barrio y la construcción de ese gran héroe argentino que es Juan Salvo.

Fuente: pagina12.com.ar