Hay que llevar el aire al estómago y contar hasta diez para sobrevolar la parte en que Astor Piazzolla asegura que Eva Perón perjudicó a todos y que nunca hubiese tocado a pedido del gobierno de Juan Perón, pero que sí lo haría -bajo buena paga- para el de Juan Carlos Onganía. “Lo hago golpeando los tacos, si es preciso”, le dice a Alberto Speratti, durante uno de los diez encuentros que periodista y músico tuvieron en el departamento del segundo entre julio y octubre de 1968, cuando ese militar era presidente de facto. Diez encuentros que derivarían luego en Con Piazzolla, primer libro sobre el gran compositor marplatense. Felizmente, el fragmento citado (nada sorpresivo, habida cuenta del apoyo que Astor daría a la dictadura inaugurada en 1976) está en la página 125 de las 134 que pueblan el trabajo. De ahí para atrás, resulta un placer volver sobre semejante artista, gracias a que –aquí la novedad- la editorial Vademecum acaba de reeditarlo a 56 años de su edición original, bajo la cura del psicoanalista y melómano Carlos Kuri.
Publicado por vez primera y única hasta hoy en abril de 1969, Con Piazzolla contiene un preciado material que muestra al bandoneonista in situ, en uno de los mejores momentos de su trayectoria. Un lapso de quiebre. Cierto que aún no existían la versión más conocida y bella de “Adiós Nonino” incluida en el disco epónimo ni las dos de “Balada para un loco” (Roberto Goyeneche, Amelita Baltar). Tampoco dos de las cuatro estaciones porteñas hechas tango (Invierno y Primavera), las dos piezas que grabó a dúo con su viejo amigo Aníbal Troilo (“Volver” y “El motivo”), el progresivo Conjunto 9 que la descosió con “Tristezas de un doble A”, el rebelde Libertango de su etapa italiana, la exótica sinergia con Gerry Mulligan que derivó en el disco Summit, la vuelta a las raíces cuando de las entrañas le brotó la Suite Troileana, ni bien muerto “Pichuco”, y las bandas de sonido del par de películas nacionales y populares de Pino Solanas: Sur y El exilio de Gardel.
Pero sí había un pasado para completar eso que vendría. Algo de qué hablar, por supuesto, a partir de las formas en que Astor fue modelando el tango de Buenos Aires, a partir de modelarse a sí mismo. De ese amplio, ecléctico y zigzagueante devenir que el músico poseía a los 47 años –cuando se producen los diez encuentros con Speratti- el trabajo se posa en mojones clave. Algunos con mayor profundidad. Otros con liviano interés. Pero todos reveladores, bastante o muy desconocidos a esa temprana altura. “No se trata este libro de la mitad de la vida de Astor, sino que es más bien una fotografía, una captura temporal que nos muestra de cerca en estas entrevistas todo lo potencial, la potencia, que Astor tenía”, comenta en el prólogo el curador Kuri, autor de un par de libros constitutivos de la saga Piazzolla que sobrevendría: Piazzolla, la música límite y Archivo Piazzolla.
Esa potencia decidora del compositor marplatense se manifiesta con nitidez cuando evoca lo camorrero y peleador que era de chico en Nueva York. Cuando se recuerda tocando dos marchas fascistas “Giovinezza” y “Camisa Negra” en el colegio –por acá anda el trauma, tal vez- o relata con lujo de detalles cómo fue su seminal encuentro con Gardel en Nueva York, que terminaría con su papel de canillita en El día que me quieras. Pasan además por la boca y el corazón los nombres de Bach, Troilo, Chopin, Jobim, De Caro, Bragato, Ginastera, Goyeneche, James Bond, Fellini y Nadia Boulanger, pianista francesa en quien se detiene particularmente. “Ella me hizo ver que yo, en el fondo, era un tanguero, que lo demás también era importante, pero no era lo mío, era otro yo cerebral, falso. Y entonces, todo lo que tuve en contra del tango se volvió a favor del tango dentro de mí”, asegura el bandoneonista a Speratti en la séptima charla (página 77), posado en el gran punto de inflexión de su vida.
La memoria de Astor repasa también los días de los primeros sesenta en Jamaica y 676, boliches donde tocaba para estudiantes, artistas, periodistas y escritores piezas que se transformarían en clásicos. Entre ellas, “Lo que vendrá”, “Prepárense”, “Triunfal” y “Adiós Nonino”, que iba por su primera versión, y aún no se había convertido en su tema emblema. De hecho, habla mucho más de su liga con Horacio Ferrer, del interés por las letras como nunca antes en su vida y, por supuesto, de la entonces flamante operita María de Buenos Aires que indica otra bisagra en el devenir estético de Astor, no solo por su acercamiento a la batería usada como beat –dicho por él-, sino porque él mismo la considera su punto cumbre hasta entonces. Su mejor obra.
“Fue un cohete para mí, me llevó hacia la alegría y la tranquilidad, me llevó a creer otra vez en mí (…) tuve que vender mi Fiat 1500 y pedir un préstamo a SADAIC. Pero no me importa, porque yo pienso que es mucho más importante estar seco y con María de Buenos Aires en la conciencia que haber hecho un bodrio y estar lleno de plata”, le manifiesta Piazzolla a Speratti en las páginas 107 y 108, ante la satisfacción de haber podido publicar el que incluso fue el primer vinilo doble de la historia de los discos en la Argentina. “María de Buenos Aires es el documento más importante de los que se ha hecho hasta en el tango”, arremete el bravo tiburón en las últimas hojas, palabras antes de llegar al infortunio con que inicia esta reseña… el de preferir a Onganía por sobre Eva Perón y acentuar la afrenta con una definición aliada. “Yo no tengo nada contra los comunistas, pero tampoco tengo nada contra los oligarcas”.
Fuente: Página12