“Estamos frente a una bella y misteriosa señora, pero no sabemos de quien se trata”, coinciden los expertos mientras observan Retrato femenino, del argentino Jorge Beristayn (Buenos Aires, 1894-1964), llegado hace algunas semanas al Palacio Errázuriz Alvear, sede del Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD). En épocas donde no existían las redes sociales, mostrarse bellos y poderosos en las pinturas de su residencia fue la mayor obsesión de los Errázuriz; llegaron a encargar a Europa más de quince cuadros en los que posan con estrafalarios atuendos, algunos permanecen en el museo y están rodeados de enigmas. No conformes con esto, buscaron también quedar inmortalizados en esculturas de mármol y bronce.
“Retrato femenino es moderno, alegre, y podríamos incluso llegar a decir que la figura tiene cierto parecido con Josefina de Alvear, la dueña de casa”, señala Hugo Pontoriero, director del MNAD, durante una recorrida con LA NACION. Para el experto no es descabellado vincular la obra del argentino con una impactante figura vestida de terciopelo rojo que recibe en el hall de entrada; un cuadro del valenciano Joaquín Sorolla y Bastida, Doña Josefina de Alvear de Errázuriz, 1905, óleo sobre tela, de 200 x 120 cm.

El director revisa biblioratos, archivos y el único catálogo que existe sobre Beristayn, de José León Pagano, publicado en 1943. Incluye su obra hasta 1939. “Lamentablemente Retrato Femenino, es de 1940, y por lo tanto no figura en ese compendio, motivo por el cual desconocemos quién es la mujer”, señala.
La obra se instaló en una de las antecámaras del primer piso de la mansión y se puede ver durante los recorridos guiados a través de la biblioteca, el escritorio y las habitaciones de la familia: la de Matías Errázuriz Ortúzar, el diplomático chileno, la de su aristocrática mujer Josefina de Alvear, y las de los dos hijos, Matías, o Mato, y su hermana Josefina, o Pepita. Sin embargo, el púbico se detiene asombrado frente al cuadro de Beristayn, de elegante marco, preguntándose por la figura sonriente, de pelo oscuro y solero blanco. Es inevitable que busquen algún parecido con Josefina, su presencia se respira por todos lados; la fortuna de la aristócrata era incalculable, mucho mayor que la de su marido, un exquisito coleccionista de obras de arte.
Pero las fechas no coinciden: los Errázuriz, imposibilitados de continuar manteniendo semejante palacete en Recoleta, con cuarenta empleados para atender a un puñado de personas, se lo venden al Estado en 1937. Si la obra de Beristayn data del 40, no fue realizada por encargo para la residencia y, por lo tanto, podríamos deducir que no sería el retrato de su dueña.
María Florencia Galesio, investigadora del Museo Nacional de Bellas Artes, realizó un estudio sobre Doña Josefina de Alvear. Al comparar durante el recorrido la obra de Sorolla con la del argentino encontró coincidencias. “Me llamaron la atención algunos datos que tienen que ver con la paleta. Beristayn usa los mismos colores que el español. Por ejemplo el blanco del vestido para darle luz al rostro, que en Sorolla se aprecia en el encaje, también como recurso para iluminar la cara. La posición de ambas mujeres es la misma, el verde del fondo”.
Doña Josefina fue una obra realizada por encargo de su marido al gran retratista, cuyos cuadros también se pueden apreciar en la Argentina en colecciones privadas y en el Bellas Artes. “Sorolla sigue la idea de retrato finisecular, con traje de época elaborado por un diseñador de moda, Charles Worth, y con fondo de mobiliario y abanico en la mano que marca la entrada. Ella está a punto de avanzar, con el cabello recogido con una pluma. En las pinceladas hay gran influencia de Velázquez”, destaca la especialista. “Tener un retrato de la mano de una firma importante acrecentaba el prestigio de la familia”, señala ella, mientras que el director agrega: “Los miembros de la elite, unas cien familias, competían entre ellos para ver quién tenía el retrato más grande y más lindo”. Las fastuosas fiestas que se realizaban en los diez palacios más impactantes de Buenos Aires eran la oportunidad perfecta para lucir esos cuadros.
Consultada por si hubo un deliberado intento del argentino por imitar el cuadro de Josefina, Galesio responde que “probablemente Beristayn haya estado en el palacio varias veces, conociese la colección de arte y haya tenido algún tipo de amistad con la familia. Debe haberlo observado y tomado ciertos elementos para inspirarse“. Según la investigadora, “casi todos los pintores de los años 30 y 40 practicaban el género del retrato, lo que les permitía vivir gracias a su trabajo como pintores. Hasta que aparece la fotografía que lo reemplazó”.
Un porteño en un palacio francés
Lo cierto es que Beristayn fue el único retratista argentino elegido por los Errázuriz. Hacia 1930 le encargaron tres cuadros: dos de Matías Errázuriz; uno con traje de embajador, hoy expuesto en el MNAD. Se titula Retrato del Embajador Matías Errázuriz, en óleo sobre tela, de 206 por 85,5cm. Fue hecho en Buenos Aires, en 1935, y se ubica en su escritorio. También realizó otro de Matías vestido de frac y uno de Pepita.

En el primer caso, “estamos ante lo que se llama retrato de aparato. Es decir se vincula a la figura con su función, en este caso la de un diplomático, lo cual le otorga poder, tal como sucedía con los reyes que son pintados con el cetro y la corona”, instruye Galesio.
De Beristayn sabemos que frecuentó diversas escuelas pictóricas, de Milán, Roma y Holanda, que estudió diplomacia y se graduó en Ciencias Sociales en el país. Obtuvo varios premios en la Argentina y en el exterior. Además de retratos, pintó coloridas escenas de balnearios, campos y edificios. En una entrevista que el diario La Prensa le hace a Pepita, recién llegada de París, lo recuerda de este modo: “En casa de mi padre lo conocí. Le hizo dos retratos a él y uno a mí. Era un gran bibliófilo y coleccionista de porcelana. Su taller en Avenida de los Incas era un museo. Recuerdo a Fujita, su mujer, su modelo. Causaron sensación aquí por su extravagancia. Luego se le daría verdadero valor a su pintura”.
¿Y cómo fue que Retrato Femenino llegó al MNAD? La historia comienza cuando en la década del 40, un Beristayn enfermo, en agradecimiento por haberse curado, decide regalarle a su médico personal, el doctor Andrés López García, la obra. El cuadro quedó en poder de la familia del hepatólogo hasta que, recientemente, su nieta, Mariana Etchegoyen, en memoria de su madre, Ana María López de Etchegoyen, y de su padre, Andrés López García, decide acercarse al MNAD para donarlo. Desde el museo se mantienen en contacto con ellos para ver si consiguen algún dato sobre la pintura. Por el momento el enigma solo se acrecienta.
Espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino?
La manía de los Errázuriz de decorar con sus propias imágenes el palacio los llevó a encargar año tras año una serie de retratos. Algunas de estas obras fueron vendidas a coleccionistas, aunque la intención de los directivos del MNAD es que puedan regresar al museo para ser apreciadas por el público. Muchas veces, cuando detectan una pintura que era del palacio, salen en busca de un donante para que la compre y vuelva a la institución; también sucede que los dueños directamente la donan, como fue el caso de los Etchegoyen.
Por el momento, el Decorativo cuenta con seis retratos distribuidos en diversos sectores; dos Beristayn, tres Sorolla, y un Giovanni Boldini pequeño que es un boceto sin identificar.

Pero volvamos a la obra de Sorolla, uno de los artistas favoritos de la familia. Pontoriero tuvo acceso a la correspondencia en las que Matías le pide expresamente al artista que dibujara a su mujer “más linda”. También en esas cartas se aprecia cómo le regatea el precio. Josefina fue encargado en 1905 y Doña Cornelia Ortúzar de Errázuriz en 1907. Este último fue realizado en base a una fotografía, ya que aparenta tener la misma edad de su nuera. Fue donado por Pepita al museo en la década del 60 y hoy se ubican uno frente a otro, en la entrada. Son óleos de igual tamaño, aunque la mirada inevitablemente se vuelca hacia Josefina y su impactante atuendo rojo.

En cuanto al retrato de Mato, Matías Errázuriz Alvear de niño, es un óleo sobre tela de 183 por 117 cm y fue realizado en 1910. “Está con un traje cortesano, una vestimenta de adulto. Podríamos decir que es un chico disfrazado de príncipe español”, dice Pontoriero, reiterando la idea de que emulaban a la nobleza europea en el vestuario y también en detalles como la silla oscura, el traje frailero, los cortinados de los reyes, etc. “Es un infante español porque así pidió su padre que lo pinten”, dice. En otro cuadro, realizado por John Singer Sargent, Mato luce el uniforme del exclusivo Eton College. Esto termina por corroborar que para posar no tenían inconveniente alguno en disfrazarse de lo que quisieran aparentar. De Mato sabemos que decoró su habitación estilo art decó en contraposición al resto del palacio y que terminó suicidándose en una estancia.
Por otro lado, había un cuarto ejemplar de Sorolla, basado en una fotografía de Diego de Alvear, padre de Josefina.
El misterioso boceto del italiano Boldini
En el museo existe también un pequeño cuadro que pasa desapercibido, hasta podría ser confundido con un garabato: el boceto de Boldini. Se llama Retrato femenino y es un óleo sobre tabla realizado en 1912. Boldini era un italiano ultra chic y mundano, amigo de la escritora Colette, que vivió en París, donde retrataba a las señoras de la alta sociedad. “Estamos ante un segundo misterio: tampoco sabemos a quién corresponde. Es decir, tenemos dos enigmáticos retratos de mujeres”, afirma el director.

“Sabemos que Boldini les regaló el boceto a los Errázuriz en 1937 y que aparentemente se parecería a alguna de las chicas Alvear. Es difícil saberlo”, agrega el director.
Este sería el único Boldini que quedó en el palacio ya que el resto se vendieron por millones de dólares en subastas de Londres y Nueva York. Son La Giovanetta Errazuriz, donde Pepita, a pesar de ser pequeña, aparece con medias negras y disfrazada de adulta, y Pepita con su gato. Ella, de arrolladora personalidad, se hizo amiga del artista y le pidió que la pintara con su gato persa gris. Pero además un francés muy reconocido, Carolus-Duran, también la retrató.

No solo ver su imagen reflejada en pinturas fascinó a los Errázuriz sino que también contrataron a escultores famosos para quedar inmortalizados. León E. Drivier realizó en mármol esculpido un Retrato de Josefina Errázuriz Alvear. Además, en el escritorio del señor existe una pequeña pero valiosa pieza que pasa casi desapercibida; una escultura llamada Retrato de Matías Errázuriz, de Paul Troubetzkoy, un ruso emigrado a París en la revolución del 17.
Para agendar
Museo Nacional de Arte Decorativo, Av. del Libertador 1902; de miércoles a domingos, de 13 a 19; visitas guiadas gratuitas, a las 16.
Fuente: Virginia Mejía, La Nación

