Ni artista, ni escritor, ni fotógrafo. Va a negarse siempre a esas definiciones y a decir constantemente que es un “experimentador”, cuya búsqueda incluye un trabajo activo en el ojo de cada espectador. Para el mundo y el mercado del arte, que exigen definiciones, Julio Le Parc es todo eso, mientras él nunca se mostrará dispuesto a lo concluyente o definitivo. A los 97 años, con esa vida y esa obra, ¿por qué tendría que hacerlo?
Para resumir algunas certezas: nació en Mendoza en 1928, hijo de madre costurera y padre empleado del ferrocarril. Es el argentino que abrió caminos en el arte cinético y en el op-art. El que estudió arte y trabajó para ganarse la vida cuando se trasladó a Buenos Aires, y luego consiguió una beca y se fue a París a los 30 años. Tuvo siempre en la cabeza la idea de “aumentar la distancia entre el artista y la obra, eliminando al máximo no solamente los rastros de realización manual, sino también los rastros de composición subjetiva” y co-fundó allí el Grupo de Investigación en Artes Visuales (GRAV).
Siempre en grupo, ya había planteado rechazos: “En primer lugar: el culto de la forma (constructivismo, pintura formal, neoplasticismo, etc.). En segundo lugar: la abstracción expresionista de todo tipo (informalismo, tachismo, lirismo, surrealismo abstracto, truculentismo, amorfismo, etcétera)”.
El Mayo del 68 lo encontró en la militancia popular y en la vanguardia del arte. Dos años antes, el Gran Premio de Pintura en la Bienal de Venecia había sido suyo.
De aquellos frenéticos años 60 son las fotografías que se verán desde este jueves en Paris Photo, la feria más relevante del globo, donde el artista tendrá su solo show, presentado por Galería Vasari (Argentina) en colaboración con Atelier Le Parc (Francia), y el apoyo curatorial de Alexis Fabry, uno de los más reconocidos expertos en fotografía latinoamericana.
Da pocas entrevistas, le cuesta hablar. En el último tiempo tuvo un ACV, dos veces COVID, un par de internaciones con insuficiencia respiratoria. Nada de todo eso impide que, como todos los días, en el atelier de la rue Cousté -a media hora del centro de Paris- Le Parc esté sentado en su escritorio, trabajando.
“Este es el listado de fotografías”, le dice su hijo Yamil, director artístico del atelier, mientras le entrega unas hojas recién impresas con los datos de las imágenes que ya están colgadas en el Gran Palais, esperando a coleccionistas, galeristas y visitantes en general.
Esas fotos dan cuenta de que a Le Parc le gustó siempre “jugar con la incertidumbre visual -dice el texto de la exposición que presenta Vasari-. El GRAV, que permaneció activo hasta 1968 rechazaba la noción de autoría personal y presentaba las obras de sus miembros de forma colectiva. Julio Le Parc fue durante mucho tiempo el fotógrafo oficial del grupo”.
Quizá menos conocidas por el gran público que el resto de su obra las fotos que se podrán ver en París hasta el domingo 16 incluyen retratos, trabajos de experimentación en laboratorio y registro de obra.
-¿Qué historia cuentan estas fotos?
-Siempre hice fotos para autenticar los cuadros. Sobre todo como documentos. Y eran una forma de experimentar. Yo le decía a Martha (N. de la R.: la madre de sus tres hijos, que falleció este año): “Ponete ahí”, y disparaba. Después me ponía yo en su lugar y ella me ayudaba a hacerlo a mí. Con el objetivo, o con la repetición, podía ver detalles o elementos que me interesaban.
-¿Quién revelaba las fotografías?
-Yo mismo. Toda la vida tuve una cámara, siempre me gustó hacer fotos. De las vacaciones, de mis obras. Y armé mi propio laboratorio.
Yamil recuerda que su padre le enseñó a revelar cuando nada era digital. Afirma que la fotografía era fundamental en la realización, porque “por ejemplo, un close up de un móvil ya construido lo ayudaba a mi padre a ver con la cámara cosas que el espectador no podía ver”.
Los archivos que tienen de las fotografías están ordenados en una sala especial. Más de una centena de cajas y carpetas rotuladas. Hay fotos vintage con sello y firma del artista, negativos, diapositivas, documentos originales vinculados con la faceta Le Parc fotógrafo.
-A diferencia de lo que ocurre con la fotografía, en su obra casi todo se mueve. Sin embargo, uno ve esas fotos y no duda: son Le Parc. ¿Qué es lo que las hermana tanto con sus obras cinéticas?
-Eso tenés que decirlo vos, no yo. Vos sabrás. Es un tema del espectador.
-Están los espejos, las secuencias, los efectos que producen la idea de movimiento… ¿Podría explicar por qué ha sido tan esencial el lugar del espectador en su obra?
-Desde el comienzo de mi trabajo las obras fueron requiriendo una participación cada vez más activa del espectador, hasta llegar a pedir la palabra en forma de encuesta, proponer juegos, instancias en las que pudiera hacer una reflexión. A los del Grupo nos decían: “Pinten”, y nosotros nos centrábamos en el ojo del que miraba, en la posibilidad de atraerlo y en que se sintiera participante.
-Idea contraria a la del espectador “culto”, entendido, contemplativo.
-Si. Nosotros hablamos de un espectador que no se distancia de la obra. Reacciona ante ella y le da sentido.
-¿Sigue concibiendo el arte como favorecedor del cambio social?
-Debería favorecerlo. Y dar apoyo a los que no tienen voz.
-¿No es el arte un asunto de mercado?
-La creación artística está ligada al mercado del arte. La moda en el arte se consume. Es más importante que puedas pagar una obra que lo que esa obra produzca en el espectador. Una moda bien sostenida en el arte consigue cada vez más compradores. Y al mismo tiempo hay artistas que nunca estuvieron ni estarán de moda.
El lugar en el mundo
Solía trabajar unas 10 horas por día, ahora entre dos y tres. En el último año, contabiliza 300 dibujos de alquimias (las pinturas de puntos), por mencionar algunas de sus creaciones cotidianas. En el subsuelo del Atelier, donde conviven varias de sus obras de luz con sus obras de Contorsiones -junto a los ventanales del jardín con parrilla para asados- hay una de esas obras de gran tamaño que Le Parc produjo a sus 93.
En el piso de arriba, varios empleados del taller hablan español. El número de obras que allí se guardan sorprende, y no hay dudas de que lo que el artista produjo a lo largo de su vida lo convierte en uno de los más prolíficos de su generación. “En cada época cambia de estilo y de soporte, no es sólo una cuestión de cantidad”, afirma Yamil.
En los cajones hay proyectos de otras épocas que ahora mismo están viendo la luz, de la mano de sus asistentes y bajo su supervisión. Le Parc escribió que “uno lleva en sí cantidades de ideas embrionarias. A veces me sorprendo poniendo a punto, de pronto, algo que dejaba madurar más o menos descuidadamente desde hacía años. Entre todas esas vagas ideas acumuladas, muchas no llegan a ningún resultado. Indiferente a las presiones ejercidas por las diferentes corrientes artísticas, intento, en la medida de lo posible, de preservar mi libertad de creación a riesgo de contradecirme, a riesgo también de incomodar a aquellos a quienes les puede chocar una falta de estilo”.
Una bandera argentina cuelga entre móviles gigantes y obras sobre tela del hombre del color “sin colorismo”. Siempre hay que mirar para arriba, como al salir de Ezeiza desde que el Sol de 2000 kg y 2900 piezas de Le Parc está en el aeropuerto.
–¿Vos la viste esa obra en Ezeiza? Yo no pude verla, me enfermé. Estuve en el hospital.
-¿Cómo es la vida después del hospital?
-Ahora me cuidan mucho. Necesito bastante asistencia. No me puedo mover solo. Tengo varias cuidadoras, una se está por jubilar en tres días, otra tiene un autito en el que me lleva, un autito pequeño de origen inglés.
-Por suerte, su lucidez es implacable. Sigue con la cabeza intacta…
-Más o menos (risas).
-Y el año próximo tiene muestra en la Tate Modern, en Londres.
-Si, la estamos preparando. Es algo grande.
Se trata de una muestra inmersiva que la prestigiosa galería británica inaugurará en junio de 2026. “Viene a coronar -dice Yamil- varias muestras importantísimas como la del Palais de Tokyo, o la que tuvo en el MET de Nueva York”. Aunque en general los argentinos no son profetas en su tierra, se alegra de que su padre haya tenido reconocimiento “en las muestras nacionales del Bellas Artes y el Palais de Glace. También en el Centro Cultural Borges, en ArteBa, en el Palacio Libertad D.F. Sarmiento (ex CCK), y ahora ver su obra en el aeropuerto es muy emocionante, es una marca país”.
Lo de la Tate, que tanto los entusiasma, “llega antes que la consagración francesa en algún museo nacional de este país, en el que vive y trabaja desde hace más de 50 años”, reflexiona con incomodidad y con la expectativa de que eso debería ocurrir en breve.
Julio Le Parc, desde su mesa de trabajo, da indicaciones, dibuja, escribe. No tiene planes de jubilarse de sus pasiones.
Fuente: Valeria Shapira, La Nación.

