El film fue realizado en un modelo de producción sin precedentes a través de la Comunidad Orsai. Aborda la historia de un actor que a partir de un diagnóstico terminal decide viajar a Bruselas, donde se reencuentra con el personaje de historieta que lo inspiró a actuar cuando era niño.
Diego Peretti y Javier Beltramino caba 14/11/2025 Diego Peretti, actor argentino. Presenta su primera película como director junto a Javier Beltramino “La muerte de un comediante”, una melancólica historia sobre un actor cómico en la gran encrucijada de su vida. Foto: Verónica Bellomo (Verónica Bellomo)
Hizo cientos de papeles, pero el de La muerte de un comediante –que se estrena este jueves 20 de noviembre-, muestra a Diego Peretti en un registro diferente a los que interpretó en toda su carrera: un ser melancólico o, mejor dicho, melancolizado por lo que le toca vivir. El film aborda la historia de un actor que recibe un diagnóstico terminal y que, entonces, decide viajar hasta Bruselas (Bélgica), donde se reencuentra con el personaje de historieta que lo inspiró a actuar cuando era niño. Pero esta no es la única novedad: La muerte de un comediante es la primera película de Peretti como director, en trabajo con Javier Beltramino (con una trayectoria que cuenta con productor en Metegol, La patota, Nieve negra, etcétera). Y completando la tríada de novedades del largometraje que lo tiene a Peretti delante y detrás de cámara, La muerte de un comediante marcó un modelo de producción sin precedentes a través de la Comunidad Orsai, encabezada por el escritor Hernán Casciari. De esta manera colaborativa de inversión, alcanzó los 10.190 socios productores. Peretti se luce junto a un elenco que reúne las actuaciones de Malena Villa, Haneul Kim, Marioska Fabián Nuñez y Eric Bier, en un rodaje que dividió sus locaciones entre Buenos Aires y Bruselas.
El proyecto comenzó en 2022 bajo el sello de Orsai Audiovisuales, comunidad impulsada por Casciari y Chiri Basilis, que abrió la financiación colectiva de la película bajo el nombre de “Peretti Project”. La idea original pertenece al propio actor. “En 2016 me acerqué a Diego a proponerle dirigir una película entre los dos y le dije que, además, quería que el cuento saliera de su cabeza”, cuenta Beltramino. Peretti no tardó tanto en responder: “Vamos para adelante, pero nunca pensé en ser director”. Casciari y Basilis hicieron una primera versión de guión. “Después pasaron años, desde el 2016 hasta el 2022, cuando Casciari le propuso que La muerte de un comediante se hiciera a través de este modelo de producción Orsai”, agrega Beltramino. El guión final y definitivo lo escribió Peretti.
-¿Sienten que por ser una película que fue financiada por 10190 socios les permitió tener tal vez más libertad de criterio en todo el proceso?
Diego Peretti: -Sí, fue una libertad muy grande que vivimos para hacer la película. No creo que esta película se pudiera hacer a través de una plataforma o a través de productores que arriesguen capital porque no es una fácilmente referenciable. No es una película de género… En el mejor de los casos, es una película de autor. En el cine normal, tenés que ir consiguiendo la plata, vas pagando, el estreno depende de que recibas…En esta ocasión, nosotros teníamos la plata, teníamos el guión escrito, y con una libertad absoluta de acción y con un dream team de gente que armamos para el equipo creativo: dirección, asistente dirección, jefe de fotografía, vestuario, maquillaje, luego en postproducción, sonido. Eso es muy difícil, sobre todo para dos operaprimistas.
-¿Cómo surgió la idea de la historia?
Javier Beltramino: -Yo le hice una pregunta a Diego: “¿A qué le tenés miedo hoy en día?”. Y me dijo tres cosas: a la muerte, a no tener más trabajo… Y la última que me dijo fue: “Bueno, yo tengo una pregunta interna que tiene que ver con si sería capaz de hacer un acto de valentía en la vida real”. Y esa tercera yo no sabía, me pareció un poco naïf, sinceramente. Hasta que Diego me explicó: “No, lo que pasa que treinta años como actor repitiendo historias escritas por otros otros…”. Entendí esa pregunta interna que tenía él y me pareció fascinante esa pregunta.
-¿Cómo fue el trabajo de escritura del guión de una película que, en parte, es en clave cómic, con personajes y hasta gestos que vienen del mundo de la historieta?
D.P.: -Teníamos un primer guión, una primera versión. Pero era una versión descriptiva de lo que habíamos pergeñado como idea, pero yo sentía que no tenía personalidad, no tenía alma. Era una primera versión. Y estábamos buscando un autor, financiación, pero sobre todo un autor. Me acuerdo de estar en España, en una casa de cómic, porque estaba enloquecido con el guión, y hablé con él y él decía algunos autores para contratar. Por teléfono le dije: “Ya encontré el autor del guión que vamos a hacer”. Me dijo: “¿Cuál?”. “Con él estás hablando”, le comenté. Ahora lo escucho y digo: “¿De dónde saqué esa fe?”. Y bueno, pasan cosas, como cuando él me ofreció hacer esto: son iluminaciones que uno tiene y que tiene que sacarlas. Fui consciente de eso y sabía que podía con ese material. Me acuerdo de estar hablando por teléfono con vos, Javi, y yo ojeaba novelas gráficas a lo pavote. Quiere decir que era algo que me surgió desde que empezamos a tener la idea de esta película.

-¿Y cómo te sentiste, después de tantos años de actor, también en el rol de codirector?
D.P.: -Me sentí bien. Hay algo que trabajamos en conjunto mucho, que en el set de filmación yo sentía que sabía cómo manejar con respecto a la disociación actor-director, al estar acompañado por Javi, y sabía que él conocía el monstruo que estábamos creando tan bien como yo. Estaba tranquilo, no tenía que ir detrás y ver, si bien a veces lo hacía. Si él decía “Está bien, está bien” y ya conocía el tema, era claro. Además, pergeñamos entre los dos un sistema de funcionamiento. Si después de hacer una escena me agarrás y me decís “Eso no está bien, eso no sé qué”, soy como un jugador de fútbol que termina y por ahí te cago a pedos. Nos cagamos a pedos. Eso sucedió en un primer ensayo. Entonces, le dije a él: “Cada vez que tengas algo para decirme, llevame a un rincón, calmame, hablamos tranquilos”. Y sucedió un par de veces que lo hicimos. Tiene una paciencia extraordinaria. Eso va a ser muy bueno para las futuras películas que haga porque tiene mucha paciencia y mucha perseverancia. A la vez, quiere conseguir algo que tiene en la cabeza, que es algo propio de los directores. Pero lo lindo fue cuando empezamos a hablar artísticamente.
J.B.: -Una vez confirmado que iba a ser a través de Orsai, que la película la íbamos a filmar, hablamos mucho acerca de cómo contarla. Queríamos contarla desde el punto de vista del protagonista, entonces, empezamos a decir: “Bueno, mirá Birdman, mira lo que hace la cámara”. Pero todas cosas no de capricho sino siempre entendiendo cómo podíamos hacer para que el espectador pueda hacer ese viaje emocional junto al personaje. Y hablamos mucho acerca del tono, también, que fue lo más complicado cuando él se puso a reescribir el guión. Al principio me costó entender hacia dónde iba a hacer la escritura. Y cuando entendí el tono, me encantó. Fue fácil porque fluyó, porque los dos entendíamos perfectamente. Después, había que convencer a mucha gente en el set y Diego, a diferencia de mí, sabe cómo acercarse a la gente del set, a cada departamento, y cómo convencerlos y explicarles “Vamos a hacer esta película y de esta forma”, y enamorarlos. Eso es algo fundamental para trabajar y mantenerlos a todos unidos. Aprendí muchísimo de Diego en cuanto a manejo de set, algo que yo no tenía.
– ¿Y qué sentiste, Diego, que le que le aportó el actor al director? ¿Notaste alguna ventaja al tener una experiencia tan amplia como actor que te sirvió a la hora de trabajar en el nuevo rol?
D.P.: -Bueno, como actor fui dirigido por Juan Taratuto, Damián Szifron, Ariel Winograd… Muchos directores, se me olvidan muchos. El mismo Ricardo Darín, que me dirigió en La señal, en la que él hacía también de director y de actor, y que también estaba en codirección con Martín Hodara. Me di cuenta de que, como dice él, el set lo conocía. Entonces, el trabajo de actor durante 25, 26, 27 años que llevo hacía que yo pisara, obviamente en otro rol, pero tenía las voces. No quería que el set se durmiera, no quería que el set no estuviera haciendo nada, no quería que el set cayera en una inercia. Tampoco quería que fuera amo-esclavo, pero había que hacerse cargo de cada uno de los problemas que tenía cada uno de los que trabajaban. Y había que poner la oreja y había toda una energía completamente diferente a la actoral, pero que yo la conocía. Como un jugador de fútbol cuando pasa a ser director técnico, ¿viste? Conoce al futbolista. Entonces, como actor conozco las diferentes áreas y escucho qué hablan de los directores. Conocía el vestuario. Y eso me ayudó muchísimo.

-¿Y qué le pidió Diego Peretti director al Diego Peretti actor? ¿O cómo lo trabajaron?
D.P.: -No, lo trabajamos juntos, entendíamos el material. La cantidad de horas que teníamos de trabajo previo sobre la historia era muy grande y, entonces, el haber hablado los dos sobre qué queríamos, nos ayudaba a decir “Bueno, ¿logramos esto o no lo logramos?”.
-En la película está el tema de la inminencia de la muerte. Y como reflexión se puede señalar que el ser humano es el único que no acepta su límite como ser biológico. La idea de la muerte lo tortura y lo tortura. Por eso siempre van a existir las religiones y tal vez las drogas, porque todo aquello que le proponga un más allá, siempre lo va a convencer. ¿Ustedes cómo ven ese tema?
D.P.: -Creo que la religión, como el tema del racismo, los diferentes idiomas, las fronteras, los países, las tradiciones, son más bien obstáculos para la libertad de la gente. ¿Quién puede arrogarse que el Dios -si existiera- tiene la camiseta de Mahoma, Buda, Moisés o Cristo? Y, sin embargo, el hombre inventa esa estupidez para sublimar su angustia de muerte. Y hay tragedias, guerras sosteniendo esa enorme estupidez de poner una camiseta a “un Dios que nos guía, que es la creación”. Entonces, el tema de las fronteras, el tema de los países, el tema de las tradiciones, el tema de las religiones, el tema de las razas es algo que nosotros quisimos en esta película, paralelamente o subrepticiamente, que le dé volumen de progresismo: somos ciudadanos de la Tierra, nadie es dueño de este planeta. La territorialidad es algo predatorio que no está dirigido a la supervivencia sino a la autodestrucción. Y la película habla en cinco idiomas, los actores son de cinco razas diferentes. Bruselas en sí misma es una ciudad que tiene una identidad desdibujada, es media huérfana de padre y madre, muy polimorfa. Y, además, está el centro diplomático del mundo occidental. Todo eso hacía que había que filmarla ahí adentro, había que filmarla en ese lugar.
J.B.: -Me parece que es una película muy luminosa respecto a la muerte y por caminos muy diferentes. Con Diego tuvimos este entendimiento, tuvimos angustias existenciales parecidas, pero como persona tampoco religiosa siempre tuve esa angustia frente a la muerte, pero que encontró un mecanismo que tiene que ver con “Ok, la guerra frente a la muerte la tenemos perdida todos”. Pero la vida básicamente se trata de ganarle batallas a la muerte. Y la forma de ganarle batallas a la muerte es creando cosas que no existen. Uno le gana la batalla a la nada. La idea de la nada siempre me perturbó mal, por eso todo el tiempo estoy con un nuevo proyecto y haciendo algo nuevo. Creo que, en el caso del personaje, también hasta el último día de su vida, no le da el gusto a la muerte y va ganándole batallas en su derrotero por Bruselas. Y termina poniendo el cuerpo por una buena causa. Hay un montón de formas de ganarle batallas a la muerte, no solamente creando cosas que no existen, sino también con este tipo de cosas que hace nuestro protagonista.
Fuente: Página12

