Lecturas. Borges, en una nueva y minuciosa biografía

Una flamante vida del escritor, realizada por Lucas Adur, echa luz sobre la fe colectiva en la literatura que profesaba el autor de El Aleph.

Quizá no pueda captarse un solo momento en que Borges no haya sido Borges, aun desde ese doble efecto –ambiguo o contradictorio- que produce recorrer una vida semejante en la lectura. Entre, por un lado, la desmitificación que surge de observar una existencia en sus minucias y, por otro, la edificación infalible del coloso literario, lo segundo se impone por escándalo, ofreciéndonos la contundencia de un destino. Ese destino es posible rastrearlo mucho más allá de sus primeros pasos (incluido el hombre de letras que fue el padre, al que se le negó la gloria que el hijo sí atrapó). El propio Borges lo moldeó no solo a partir de sus dos célebres linajes sino también desde la construcción absolutamente consciente de una figura de autor y el reencauzamiento o reinterpretación constante de su propia historia.

Una nueva biografía, a cargo de Lucas Adur (Buenos Aires, 1983), Jorge Luis Borges. Un destino literario, vuelve a agitar las aguas siempre algo turbulentas –mayormente a causa de sus posturas políticas, o a la falta de ellas- en torno al gran escritor argentino. De entre las biografías previas, resultan insoslayables las de Edwin Williamson y Alejandro Vaccaro, publicadas ambas dos décadas atrás, la breve de Alicia Jurado (por su carácter inaugural), la de Emir Rodríguez Monegal, y desde ya la de María Esther Vázquez o Borges a contraluz, de Estela Canto, por su sesgo íntimo, su testimonio de primera mano. La de Adur, de exhaustividad abrumadora, se suma a la lista de imprescindibles.

Hay algo en las biografías que con frecuencia se torna paradójico: como lectores ansiamos el momento de quiebre, ese instante en que la justicia alcanza a nuestro héroe o heroína y de algún modo se hace visible para todos eso que nosotros supimos desde siempre; pero lo cierto es que lo mejor sucede antes, en ese camino –ese destino- que parece engañosamente trazado de antemano. La vida de Borges presentaba la dificultad de haber sido narrada infinidad de veces, y sin embargo la biografía de Adur posee entre muchas otras dos virtudes fundamentales: ir siempre un poco más allá de lo conocido o lo analizado –su acercamiento a la obra del autor de Ficciones es sumamente profundo y lúcido-, y no perder nunca de vista sus núcleos esenciales, las perspectivas de base desde las que se propuso deconstruir una existencia.

Uno de esos núcleos es la planificación obsesiva, rigurosa, la arquitectura desde la que Borges modeló en toda clase de textos no solo su propia figura de autor –una autoconciencia absoluta– sino también un espacio para que su literatura se desarrollara e impusiera. La apuesta extrema por una “imaginación razonada”, cuyo punto de partida se hallaba en las ilimitadas lecturas inglesas de la biblioteca de su padre, una biblioteca que en verdad jamás abandonaría.

Otro de los aspectos que Adur pone de relieve, y que en buena medida va en contra de la imagen que la posteridad ha proyectado de él, es la notoria fe de Borges en la literatura como hecho colectivo. Al margen de la insularidad de su genio, la hermandad literaria con Bioy Casares es apenas –y claro: nada menos– la punta del ovillo de una práctica que se remonta a sus experiencias con los ultraístas en Madrid, a las interminables tertulias a uno y otro lado del Atlántico (aquí, famosamente, bajo el aura de Macedonio Fernández), a las revistas que fundó o de las que fue parte medular –PrismaProaMartín FierroLos Anales de Buenos Aires, desde luego Sur-, los suplementos que dirigió, las colecciones que planeó, las antologías que proyectó siempre junto a algún socio o, mayormente –si hacemos a un lado a su célebre compinche Bioy–, una socia.

Jorge Luis Borges
Jorge Luis BorgesAlicia D’Amico – Gentileza Rolf Art

Esto último es mucho más que una nota de color, y con toda lógica es uno de los hilos conductores que Adur privilegia en su libro. Basta con echar una ojeada a las destinatarias de los distintos relatos de El Aleph –Cecilia Ingenieros, Ulrike von Kühlmann, Marta Mosquera Eastman, Wally Zenner, Ema Risso Platero, Estela Canto– para empezar a dialogar con el mapa difuso y complejo de los sentimientos –y los padecimientos– borgeanos, a quien las claves que creía hallar en La Divina Comedia para interpretarse a sí mismo le reportaban en la práctica muy escasos dividendos.

La relación de Borges con las mujeres importantes de su vida fue, como se sabe, muy particular: una fascinación, una amistad por decantación, un anhelo doloroso, en ocasiones una suerte de “noviazgo blanco”, a veces a raíz de sus propias inhibiciones o traumas y muchas otras porque no era correspondido. Las asociaciones literarias eran el mejor recurso del que Borges podía echar mano, con frecuencia muy tenuemente justificadas desde el peso intelectual de su partenaire. El caso de Estela Canto, distinto, es emblemático: aunque fueron pareja, y la relación continuó con intermitencias durante años, Borges nunca logró darle lo que ella –una mujer libre y en plenitud– sexualmente le exigía. Canto llegó a acompañarlo un par de veces a las sesiones con su terapeuta, que lo destrabaron mágicamente como orador pero no pudieron con sus eternas ataduras. En alguna de las oportunidades en que ella empezaba a tomar distancia, Borges llegó incluso a proponerle escribir juntos el que para muchos terminaría siendo su mejor cuento: “El Aleph”. Canto se negó, y Borges tuvo que conformarse con dedicárselo.

Las casi seiscientas páginas del libro –hay que sumarle otras ciento y pico de notas y referencias– están repletas de hallazgos de toda clase. El último, triste hasta la desolación, es la despedida de Bioy. Luego está la inscripción de su tumba en Ginebra, que en verdad debería decir: 1899-infinito.

Jorge Luis Borges. Un destino literario

Por Lucas Adur

Cátedra

718 páginas

$ 69.900

Borges a contraluz

Por Estela Canto

Emecé

296 páginas

$ 44.900

Fuente:  José María Brindisi, La Nación