La isla mágica en el jardín andaluz del Museo Larreta. Por: Adriana Muscillo.

 

Un espectáculo absolutamente original, basado en La tempestad, de William Shakespeare, en el año del tetracentenario de su fallecimiento, con música de Henry Purcell, dirigido por Michal Znaniecki, en el marco de la tercera edición del Festival Ópera Tigre de Buenos Aires, que tendrá lugar hasta el 20 de febrero.

Este año, en materia de arte, todo olerá a Shakespeare (y a Cervantes). Es que, curiosamente, el enorme dramaturgo, poeta y actor inglés, quien es considerado como el padre de las letras anglosajonas, falleció el mismo año y –según el calendario juliano- casi el mismo día que la máxima figura de la literatura española.

Tan original es el espectáculo que vimos en el Larreta como lo es la obra completa del eminente inglés, también llamado “El bardo de Avon”.

Este genial emblema del teatro y la literatura británicos ha dejado su impronta cargada de simbolismo en su obra pletórica de poesía y refinamiento; con sus bosques encantados, duendes, elfos, ninfas y brujas que se interrelacionan con duques, reyes y otros nobles.

La pieza escogida es La Tempestad, una obra que pertenece al conjunto de lo que algunos autores han llamado «Romances tardíos» de Shakespeare y la elección tiene que ver con el escenario natural en que se estructura esta genial propuesta de ópera, lirismo y actuación que, esta vez, se ha recreado en un ambiente muy especial como es el histórico jardín andaluz ubicado en el barrio de Belgrano, que alguna vez perteneció al escritor argentino Enrique Larreta, cultor de la literatura y el arte españoles y que hoy funciona como el Museo de Arte Español de Buenos Aires.

La casa, de arquitectura neocolonial, sirvió de escenario para esta obra que fue representada por primera vez el 1 de noviembre de 1611 en el palacio de Whitehall de Londres.

En esta ocasión, Michal Znaniecki -el increíble régisseur polaco que dirige, por tercera vez en Argentina, el Festival Ópera Tigre- ha logrado una adaptación bien aceitada del texto original de una de sus piezas teatrales más emblemáticas que, no casualmente, se desarrolla en una isla.

Al franquear la puerta del Museo, los espectadores nos convertimos en náufragos que llegamos a la isla desierta y, a medida que vamos avanzando y buscando una primera ubicación (que variará al menos cuatro veces a lo largo del espectáculo) escuchamos la voz de Calibán (Roberto Palacios), un esclavo salvaje y deformado, que –tras las rejas de una celda- nos grita que nos vayamos, que la isla es suya y no somos bienvenidos.

Es que Próspero (Gustavo Vita), duque legítimo de Milán, luego de ser expulsado de su posición por su hermano Antonio, sobrevive a un naufragio recalando en esa isla y, habiendo aprendido las artes de la magia, ordena a Ariel (Farolito) -un espíritu del aire- que desate una tormenta cuando adivina que su hermano viaja en un buque cerca de la isla en la que se encuentra. Allí, ayudado por espíritus como Ariel y el malvado Calibán, desencadena el caos y la locura y somete a todos los habitantes de la isla a sus influjos, con la compañía de su hija, Miranda (Natalia Quiroga Romero) para tejer un encantamiento que le permitirá iniciar su venganza.

Ningún detalle se ha escapado en esta fantástica producción, en la que los múltiples escenarios van variando a lo largo del frondoso jardín de 6.500 metros cuadrados, que nosotros (los espectadores/náufragos) hemos ido recorriendo, para seguir a los actores y cantantes en los distintos recovecos, rodeados de árboles, caminos pedregosos y abundante vegetación.

Un párrafo aparte merece la excelente música barroca de Henry Purcell, considerado uno de los mejores compositores ingleses de todos los tiempos, interpretada por 12 afinados violinistas, 3 perfectos cellistas, un contrabajista y un pianista. Todos ellos, sumados al acordeón solista del español Jon Paul Laka, con la Dirección Musical de Juan Casasbellas, han constituido el marco perfecto para esta pieza británica de leyenda.

En la magnífica casona neocolonial, que alguna vez cobijó noches de zarzuela y poesía, el espíritu soñador de Shakespeare, de la mano de nuestros artistas, demostró –una vez más- que “estamos hechos de la misma materia que los sueños”.

Adriana Muscillo es Cofundadora (2009) y Directora de Contenidos de Diario de Cultura.