Dos flamencos rosados gigantes enfrentados en el centro del escenario, formando un corazón. Un ananá, también gigante, a un costado. Una palmera de idénticas dimensiones, al otro. En el fondo, un tapiz con tonos telúricos en el que se distingue la imagen de dos papagayos rojos. ¡Bienvenidos a la estética Kitsch que rememora aquellos locos tiempos idos! ¡Bienvenidos al danzón de los Amados!
Con esta escenografía selvática, recargada de “símbolos románticos” y reminiscencias “cincuentosas”, comienza el nuevo espectáculo de estos arquetipos del romance y del “Amorrr” que ya llevan 25 años recorriendo escenarios con sus boleros y baladas y variados ritmos afrolatinos.
Alejandro Viola (el “Chino Amado”) es “el del jopo”, que aún no se divisa porque lo lleva escondido dentro de una especie de galera alta, estampada con motivo animal print, de la que emerge un penacho de hebras helechosas que penden de él. Así aparece en escena al grito de “¡África profunda!, vestido de fajina, con botas de caño alto y esgrimiendo un látigo a un lado y a otro.
La pianista y acordeonista “Aroma” (Carolina Alberdi) llama la atención por su gesto adusto. Es un personaje de peinado alto batido, pestañas postizas y furibundos labios rojos. Vestida con tailleur floreado, laminado y tacos altos.
Enseguida se presenta “Soberbia Hidalgo” (Laura Montini), enfundada en un enterito “animal print” pegado al cuerpo, que ostenta la cara de un felino cubriendo el pubis, llevando un gran pescado en sus manos. El que acompaña en la voz es el de las maracas, “Cristino Alberó” (Oscar Durán) quien, luego, nos regala una rica versión de la canción venezolana “Moliendo café” mientras baila hermosamente, batiendo sus maracas.
Si bien el impacto inicial es, lo que se puede decir, “estridente”, no se le arrima, siquiera a lo que provoca la segunda aparición de nuestro amigo del jopo, en escena. Ataviado con un piloto-traje estilo Sherlock Holmes absolutamente dorado, con lentes de marco amarillo y sombrero al tono, eleva sus cejas, mira por encima de sus lentes, que bajan a la nariz y revolea sus ojos delineados en negro, con un ademán insinuante:
“Voy a apagar la luz para pensar en ti…” Ahora se saca el traje dorado para dejar ver un ambo y corbata floreados contrastando con pantalones de brilloso raso blanco: “Mis más ardientes anhelos, en ti realizaré… Te morderé los labios, me llenaré de ti…”
La gente estalla en exclamaciones de todo tipo en la sala del Palacio La Argentina, de Rodríguez Peña 361, mientras degusta sabrosas opciones de una variada carta, con precios bastante aceptables.
«Año 1897. Campos azucareros de Cuba. José (Pepe) Sánchez compone lo que se conoce como el primer bolero de la historia: “Tristezas”», cuenta Viola para luego cantarlo de un modo muy gracioso, acompañado por el baby bass de “el anticucho” (Wilson Ortíz). Sigue con “Bésame mucho”, compuesto en 1940 por la mexicana Consuelito Velázquez, en el que se destaca el trío de vientos integrado por “Ángel y su trompeta” (Hernán Sánchez), el saxo de “Elpidio Monteagudo” (Esteban Freydier) y el trombón de “Sharon Retamoso Baiman” (Lila Feinsilber).
Un popurrí compuesto de diversas melodías foráneas también condimenta el show. Canciones italianas como “Te voglio bene assaie” (Caruso), “Dio come ti amo” (¿Se acuerdan? Domenico Modugno y Gigliola Cinquetti); las estadounidenses “Over the rainbow” (del film El Mago de Oz), “As time goes by” (del film Casablanca) y hasta La Pantera rosa, del genial Henry Mancini. Eso sí; tocada en ritmo caribeño, con maracas y percusión de “Pocholo Santa María” (Fernando Costa) y “Mambo Méndez” (Rubén Rodríguez).
La esbelta “Soberbia” de voz sonora -que se presenta como la segunda figura más famosa de todo México, después de la Virgen de Guadalupe, ahora en traje de raso lila con flores en la cabeza y en el escote y por todos lados- canta bellamente bolerazos como “Historia de un amor” (del panameño Carlos Almarán) y “Tú eres mi destino” (de la célebre Estela Raval).
Luego, se desata la cumbia y comienza el baile en el salón. La colombiana “Prende la vela”, “En el mar” (de Carlos Argentino), “Ay mama Inés”, “La murga de Panamá”…
Y comienza un nuevo “bloque romántico” para dar tregua al desenfrenado “Danzón”. Entonces, aparece nuevamente nuestro amigo, “el chino Amado”, vistiendo un traje de Jacquard rojo con flores en las solapas y volados laminados al tono, se sienta en un taburete y se dispone a cantar, de Agustín Lara, “Solamente una vez”, mientras alguien le alcanza una copa con una bebida azul.
Esto solo fue el primer acto. Luego de un breve intervalo, llega el número de los paraguas rosados, trajes rosados, todo rosado: “La otra tarde vi llover” (Armando Manzanero) y se actúa un romance entre “el chino” y la pianista “Aroma”, que termina con la tímida insinuación de un beso detrás de los paraguas.
Ahora han puesto una especie de glorieta rodeada de flores y lucecitas de colores en el centro de la pasarela, entre el público. “El del jopo” porta un traje lleno de claveles en degradé desde el blanco, pasando por el rosa suave, rosa chicle, llegando hasta el morado para evocar, por supuesto, al recordado Mario Clavel. Y dedica “Abrázame así” a una cumpleañera de entre el público.
Luego, se sortean chocolates en forma de corazón, llegando al colmo de lo intencionalmente cursi.
Más tarde nos vamos a España, con “Noelia”, del querido Nino Bravo; volvemos al jazz de la época del cine de oro con “Cheek to cheek” y no faltan las plumas, los collares de perlas y los sofisticados sombreros.
La segunda tanda de baile arranca con “Palo bonito”, sigue con “La pollera colorá”, “La mucura” (Mamá no puedo con ella) y culmina con Alejo Viola (el “chino”) metido adentro del enorme ananá, con un penacho de piña en su cabeza. Todo muy “glam”.
Lo que ofrecen estos diez músicos y su staff es, ante todo, un show visual. La escenografía y el vestuario, a cargo de Cristina Villamor, en el diseño; de María José Crivella, en la realización de la primera y de Manuela González en la del segundo, son –absolutamente- el centro de atracción de todas las miradas y son los que “hacen”, los que definen el tono de todo el espectáculo. Por supuesto, con el “remate” imprescindible de las elogiables actuaciones de los artistas, que abundan en gestos, ademanes y miradas que lo dicen todo. Cantar y tocar instrumentos, viene después. Son excelentes músicos, cantan divinamente y son buenos humoristas, también. Pero es toda esa parafernalia barroca que atociga la vista, lo que les imprime su sello distintivo.
En resumidas cuentas, Los Amados exageran, extrovierten una mirada, un enfoque, una forma de ver el mundo que tiene que ver con esta estética pretenciosa, cursi, “demodé” que se ha conocido con el término alemán “kitsch” y que tuvo, como referente en la Argentina, al artista Federico Klemm, por citar solo a uno pero que ha influido fuertemente en las distintas disciplinas del arte, incluyendo al cine (La dama regresa, con “La Coca” Sarli) y aun en la arquitectura.
El Danzón, de Los Amados, es un espectáculo divertido, entretenido, gracioso, alegre, agradable. Súper recomendable para ahuyentar cualquier tipo de tristeza, fantasma o amargura y revalorizar, ¿por qué no?, al motor de todo lo que existe; eso tan poderoso que hace girar al mundo. Me refiero, por supuesto, al amor.
Adriana Muscillo es cofundadora y Directora de Contenidos de Diario de Cultura.