Como lo veo yo

Tigrou: Un viaje surrealista a través de la magia del circo. Por: Adriana Muscillo.

 

Son 25 artistas en escena, entre ellos, gimnastas, acróbatas, bailarines, músicos y cantantes los que dan vida a este niño que se pierde en un bosque cercano a un pueblo europeo del siglo XIX y que se refugia en un castillo habitado por seres asombrosos para iniciar un viaje más allá de la razón y de la imaginación, hacia su propia madurez.

Tigrou significa, en francés antiguo, “algo pequeño y tierno”. Así fue concebido por el argentino Pablo Pérez y el suizo Harald H. Krueger, quienes –en 2006- fundaron la compañía InnovaCirco Entertainment Boutique, que ya ha logrado cautivar a más de cien mil espectadores alrededor del mundo y que acaba de ser convocada para participar de la edición 2017 del Festival Mondial du Cirque de Demain, en la ciudad de París.

Este espectáculo, el primero que produce la compañía suizo argentina, fue estrenado en 2007 y ya lleva realizadas más de 7.000 funciones. Fue visto por más de 8 millones de espectadores de América y Europa.

Tigrou rinde tributo a la magia narrativa de antaño (desde los hermanos Grimm hasta las historias de Antoine de Saint Exupéry), evocando la magia de los cuentos infantiles donde todo es posible y en donde la vida y la muerte se dan la mano.

Los distintos actos se van sucediendo vertiginosamente, acompañados por una extraña y encantadora música, misteriosamente cantada por una pareja de seres de ensueño.

En un despliegue impresionante de destreza y plasticidad física y actoral, un acróbata hace gala de su propio dominio dentro de una rueda gigante de dos metros de diámetro, donde exhibe su fuerza y agilidad rodando dentro de ella, haciéndola girar a una velocidad asombrosa; un malabarista suelta sus bolas que bailan en el aire; dos gimnastas “flotan” en una atmósfera onírica; un equilibrista (Tigrou) hace de las suyas sobre tensas cuerdas; dos bellas gimnastas se contorsionan rítmicamente entre aros y cintas coloradas y el infaltable número humorístico con participación del público da paso, luego, a la lucha de dos sirenas que se disputan el amor de Tigrou, en una batalla por ganar espacio aéreo. Sobre unos zancos holandeses, especialmente diseñados para la ocasión, la Razón y el Corazón, acompañan a Tigrou en su viaje hacia la madurez hasta que llega el número más atractivo de la velada: Como un reptil, un acróbata salta y vuela a través del aire con una agilidad, fuerza y velocidad que asombran. Con su hipnótico deslizar, este amo del aire desafía la gravedad y transmite vida a su alrededor. Inspirado en una disciplina original china, este número ganó tres premios internacionales. En una exhibición de tolerancia y fuerza, una artista se hace un solo ser con las telas rojas que la acunan; en una lenta danza ritual, una pareja se funde con fuerza y equilibrio. Todo transcurre arrullado por cantos hipnóticos y hechiceros que aportan un marco de misterio a la escenificación.

Dice Pablo Pérez, uno de los creadores de esta maravilla: “Cualquier cosa es posible, solo tienes que perder la cabeza en eso”. Y su show lo demuestra. Se trata de un desafío de enormes magnitudes, teniendo en cuenta que Tigrou es el resultado del esfuerzo de más de 50 creativos provenientes de distintas disciplinas más un elenco integrado por 25 artistas de 8 países (en la compañía se hablan 9 idiomas diferentes), la mayoría de ellos han competido profesionalmente antes de integrar el equipo y el 60% de entre ellos fue miembro del Cirque du Soleil. En promedio, cada artista pierde de 1 a 2 kilos por función. Entrenan 6 días a la semana, 6 horas por día. La edad promedio del elenco es de 24 años. Le lleva a cada artista por show, cuatro horas de preparación. “El resultado final es una hora y media de pura magia”, expresa Pérez, con satisfacción.

La música compuesta por Sebastián Vérea merece un párrafo aparte. Es rara, atrapante, misteriosa: “Los directores querían fortalecer desde la música esa sensación onírica que sobrevuela todo el espectáculo”, confirma con sus palabras lo que he recibido al ver el show. “Si bien la estética del espectáculo es gótica con reminiscencias barrocas, los directores pensaron en algo que suavizara y humanizara a los personajes, volviéndolos más frágiles. Algo más contemporáneo pero con un dejo de nostalgia. Me influencié de varios estilos musicales, con una marcada presencia de la música italiana. Para los momentos románticos, me sentí influenciado por las composiciones españolas y francesas del Medioevo. Finalmente, recurrí a coros y voces infantiles, para remarcar el carácter fantasmal del castillo”, agrega.

El espectáculo es digno de verse. Es atractivo por donde se lo aborde. Convoca a tus sentidos y a tus sentimientos. Con un vestuario que consta de más de 300 piezas, a lo largo de la obra, sumado a la agilidad y destreza de que hacen gala los artistas, es innegable que la impronta visual lleva la delantera. Sin embargo, la música es igualmente convocante por la diversidad de estilos que confluyen en ella. Los cantantes tienen unas voces hipnóticas, cantan y encantan a la vez. Y la historia es deliciosa.

Quiero destacar el excelente trabajo del equipo de prensa de InnovaCirco que facilitó ampliamente mi labor periodística. Reservé la frase del guionista, Leonardo Cuello, para el final ya que me parece un excelente broche para cerrar un comentario que espero sea un buen reflejo de lo que vi en el Polo Circo:

“Todas las cosas que me han conmovido hasta ahora han sido pequeñas y quería que eso se viera reflejado en el libro. Por esta razón no había duda de que el personaje principal debía ser un niño”.

* Adriana Muscillo es cofundadora (2009) y Directora de Contenidos de Diario de Cultura (Buenos Aires)