El de Juan Alberto Badía debe ser un caso único en la cultura argentina. Una rareza a la que, por más esfuerzo que se haga, cuesta encontrar un antecedente similar. Es que en un medio donde abundan los egos enceguecedores, los malos tratos, las envidias y los egoísmos, Beto cosechó a lo largo de su trayectoria una unanimidad inédita. Sus oyentes y sus televidentes, los artistas y sus ex compañeros, sus familiares y sus amigos, todos rescatan la calidad humana y profesional que tuvo el animador y conductor de radio y televisión mientras estuvo por aquí acompañando a las distintas generaciones a través de sus programas. No es casualidad, entonces, que a una década de su fallecimiento el recuerdo sobre su figura se vuelva tan necesario como inevitable.
Mas que repasar su prolífica trayectoria, el aniversario redondo de su ausencia sirve de excusa -triste y dolorosa- para alumbrar a un conductor que hizo de su humildad, generosidad y amabilidad un estilo que está en peligro de extinción en el sistema mediático actual. Desde su diminuto cuerpo, fuera en el viejo Canal 13 o en el ya extinto 360TV, en la antigua Radio Antártida o en los “estudios” que armó por distintos lugares del país haciendo radio, Badía enalteció con la misma pasión y profesionalismo a los medios argentinos. Sin estridencias, con más amabilidad que impacto, el conductor supo construir programas que nunca resignaron ni la calidad ni el respeto.
La cultura argentina le debe mucho a Badía, que siempre supo darle lugar en sus propuestas no solo a los consagrados sino también a las nuevas generaciones de artistas, de esos a los que el establishment no les abre las puertas si no están lo suficientemente consagrados. Lo hizo en la radio, con el recordado Imagínate, Flecha Juventud, aquel recordado ciclo nocturno en el segundo lustro de los setenta en el que junto a Graciela Mancuso le dio aire a los nuevos talentos musicales, combinando su amor Beatle con la difusión del rock argentino. En ese programa del madrugada fue pionero en la idea de presentar los temas musicales nombrando autor e intérprete, como una manera de que fuera más sencillo para los oyentes encontrar los simples en las bateas.
Claro que su amor eterno por la radio no le impidió llevar sus formas a la pantalla chica, medio en el que supo hacerse lugar sin perder su estilo, a partir de una idea que sostuvo hasta sus últimos trabajos: hacer que la TV se adaptara a sus ideas y no al revés. ¿Cómo pudo plasmarse y sostenerse en el tiempo y con tanto éxito un programa con las características maratónicas de Badía y Cía. si no fuera por el nivel de producción, intuición y animación de su figura? ¿Cómo se explica que las más heterogéneas figuras del cancionero popular argentino, desde Soda Stereo, Sergio Denis, Pappo con Johnny Rivers o Serú Girán, hasta Los Abuelos de la Nada, Virus, León Gieco, Víctor Heredia o Marilina Ross, hayan aceptado presentarse a tocar en vivo en un estudio de televisión?
Todo eso fue posible porque Badía no solo fue uno de los mayores difusores del rock local, sino fundamentalmente porque se preocupaba porque el sonido con el que se presentaran sea el mejor posible, entendiendo que “su éxito” no bastaba con la mera presencia de los artistas. Enemigo del playback y de los guetos musicales, en sus programas solían convivir músicos de los más variados géneros, promoviendo el cruce de estilos que derivaron en memorables zapadas. En Argentina, no hubiera habido un ciclo como La Peña de Morfi sin que antes hubiera existido Badía, militante de las presentaciones de bandas y solistas en vivo en aquella primavera democrática.
Era tal el entusiasmo de Badía que ni su amor por la radio ni su éxito televisivo le impidieron seguir rompiendo estructuras. Tironeado entre la radio y la TV, encontró en Imagen de radio el formato que le daba la posibilidad de aunar ambos medios, al punto que alguna vez lo bautizó como su «programa ideal”. Con producción de su hermana Marisa y los por entonces jóvenes Claudio Villarruel y Bernarda Llorente, el ciclo no era otra cosa que un programa de radio televisado en la medianoche de ATC. Para el programa, Badía se rodeó de profesionales amigos como Adolfo Castelo, María Esther Sánchez, Luis Fuxan, Héctor Barra, Silvina Chediek y Quique Wolff. Imagen de radio mostró por primera vez el funcionamiento de lo que ocurre en un programa de radio al aire, revelando los rostros de esas voces. Aquí también plantó un mojón: nada de la actual y cada vez más extendida transmisión audiovisual de la radio hubiera sido posible sin el antecedente de Imagen de radio.
Sin que se le cayera ningún anillo, impulsado por la pasión que lo guiaba desde su Ramos Mejía natal (cuando con una lustradora jugaba a locutar las publicidades), Badía fue un tipo que buscó siempre cumplir con sus sueños. Independientemente de lo que el sistema le ofrecía, nunca abandonó aquello que anhelaba. Así, no tuvo reparos a emprender entre 1997 y 2000 una “aventura radiofónica” que disfrutó como un chico: recorrer el país con una radio ambulante, viviendo varios meses en Ushuaia, Bariloche y Puerto Madryn, entre otras localidades. “Fue una de las experiencias más maravillosas», señaló en un reportaje. Un día me agarró la loca, puse una radio en dos ruedas y empecé a dar vueltas por la Argentina. Llegaba con la radio ambulante y un técnico, buscaba productor, una pareja de colegas locutores, el periodista, el movilero del lugar, ¡y armaba un programa con gente que no conocía!”. Tener su radio propia también fue posible, con la FM Estudio Playa 98.1 de Pinamar, pero también cuando decidió instalar su emisora online en su casa. Porque a Badía no le importaba el dónde, sino el cómo. Así vivió su vida. Y por eso se lo extraña tanto.
Una radio de autor
Por Carlos Ulanovsky *
Juan Alberto Badía hacía la conscripción cuando se inició leyendo por Radio Nacional el informativo. Llegaba con el uniforme y le decía “Hola, papá” a Juan Ramón, su maestro de cabecera, también locutor de la emisora pública y profesor del ISER en donde Beto estudió y obtuvo su título habilitante. Justamente con su padre hizo en Radio Antártida su primer programa importante: Música para el Far West, auspiciado por una marca de vaqueros. A partir de entonces y por más de 40 años hizo todo a su manera. De modo personal, artesanal, creativo, con esfuerzo de productor y gracia de animador.
Hizo una radio de identidad con recursos que fueron variando. Con poco, desde estudios convencionales, hasta transformarse, con su hermano Carlos, en figura importante de la beatlemanía en la Argentina. Salió al aire desde emisoras formales y en los años más recientes desde un móvil estacionado en el balneario de Pinamar o, en el sur, cerca de una montaña nevada. Entendió desde muy temprano el valor de los “fierros” y admitió e hizo propia la inevitable transformación tecnológica.
Desde los medios en los que se comprometió, con nombre y voz, fue escribiendo un estatuto de la mejor conducción: animada, sobria, generosa, sensible y nunca neutral. Fue de los primeros en dejar de ser rehén de los libretos y en manifestar un estilo de improvisación más imaginativo y libre. Muchos oyentes le deben momentos de incomparable compañía. Uno de sus ciclos – emblema fue Imagínate, auspiciado por una marca de zapatillas para jóvenes. En 1976 y por un par de años –ese tiempo en donde cualquier atisbo de inteligencia estaba muy sancionado– condujo con Graciela Mancuso ese gran espacio musical, que iba de lunes a lunes de 22 a 5 de la madrugada, casi 50 horas semanales de radio de calidad. Hasta 1978, cuando por decisión propia dejó de hacerlo, las noches de la dictadura feroz resultaron más soportables.
Badía también brilló en la televisión, al frente de shows con música, palabras y muy cuidada producción, unos vivos vibrantes en los que colaboró activamente su hermana Marisa. Los artistas, a los que ofreció espacio y opinión, son y serán sus deudores históricos, porque encontraron en ese lugar lo que no tenían en ningún otro lado. En la pantalla chica no se apartó de su origen y desarrolló aquella joyita llamada Imagen de radio. Fue allí en donde en 1990 homenajeó al medio cuando cumplió 70 años y agradeció a su papá por haberle abierto la puerta de la creación radial. Diez años ya sin el Capitán Beto, que supo, quiso y pudo hacer radio de autor.
* Conductor y especialista en radio y TV.
El arte como prioridad
Por Cecilia Laratro *
Juan Alberto fue una maravillosa persona, un profesional creativo, inteligente, generoso. Badía y Cía. marcó un antes y un después. Combinó la calidad y la popularidad como nadie lo hizo. Todas/os los que trabajamos con él o fuimos amigos o se cruzaron con él esporádicamente lo adoramos. Fue el mejor aporte a la televisión. Quedará en la historia.
Siempre eligió a lo mejor de la cultura argentina para llevar a su programa, a la vez que también le dio espacio a artistas que no eran conocidos, como fue el caso de Adriana Varela, que hizo su primera presentación en TV gracias a Badía. Era un profesional muy creativo, lleno de ideas y sumamente respetuoso de los músicos. Buscaba siempre garantizarles que tuvieran un sonido perfecto para que el audio llegara bien a las casas de quienes veían el programa. Por eso fueron tantos invitados al programa: porque sabían que era un espacio de calidad en el que se los iba a respetar.
Juan Alberto era una persona con mucha convicción y muchos principios en relación al rol que debe cumplir la televisión. Creía que la televisión cumple un rol social muy importante, que puede hacer muchísimo bien, enaltecer, ayudar a pasar buenos momentos, a pensar y disfrutar del arte. Esa era su prioridad. No la de esperar la planilla de rating para ver cuánto había medido, si bien era consciente de la importancia de la audiencia para la continuidad del programa. De hecho, la decisión de levantar Badía y Cía. fue suya, pese a que seguía midiendo bien, porque pensaba que ya había cumplido un ciclo, que necesitaba comenzar otra idea. Era una persona que no se conformaba. Un gran profesional.
A 10 años de su partida, se lo extraña. No solo quienes lo conocimos de cerca, sino también los artistas y la gente. Hace poco me invitaron a participar de un especial por su fallecimiento y fue un encuentro con artistas y ex compañeros marcado por el amor y el cariño con el que todos recordamos a Juan Alberto. Fue una persona maravillosa y un profesional único.
* Conductora de radio y TV.
Respeto y humildad
Por Gabriela Rádice *
La primera palabra que se viene a mi cabeza cuando pienso en Juan Alberto es respeto.
Respeto por él, por ese trabajador de los medios que entendió perfectamente que la mejor manera de difundir el arte era desde el disfrute propio, desde las ganas de compartirle al mundo esas voces, músicas, historias que se le antojaban imperdibles, necesarias para el disfrute y para la identidad también.
Respeto porque Juan respetaba a cada uno de sus invitados. Cada convidado a sus programas, banquetes de la música, se sabía respetado, escuchado, cuidado, bienvenido a tocar música en vivo. ¡En vivo!
Respeto por Beto, por la pasión que encendió en quienes nos aferramos a esta profesión, en gran parte por seres como él.
Respeto porque era toda su carrera fue un ejemplo de construcción, de suma, de cosas nutritivas para el alma.
Respeto porque tenía la humildad de los maestros, pero las ganas de los que siguen aprendiendo.
No trabajé con él, pero nos cruzamos muchas veces, para mí era una fiesta. Sabía que lo adoraba. Siempre con una sonrisa, siempre cariñoso, siempre con alguna anécdota de música.
Me encantaba cruzármelo en los pasillos del canal y es justamente en esos pasillos, en los que hoy hago entrevistas con artistas, donde siempre lo tengo presente: Juan Alberto el guía, el faro, el que nos inculcó el amor por nuestros artistas. Y el respeto.
* Conductora y locutora de radio y TV.
Fuente: Página 12