Cansado de la tecnología: La aventura del fotógrafo argentino que eligió retratar el dolor con una vieja cámara de plaza

Rodrigo Abd es un fotógrafo argentino especializado en conflictos. Ganó dos premios Pulitzer y cubrió varias guerras. Cansado de la tecnología, volvió a Afganistán con una cámara minutera. El resultado es imperfecto… y conmovedor

La joven posa en el centro de un extraño bote con cabeza de cisne. La rodea lo que aparenta ser su familia. Un hombre mayor, ¿su padre?, una mujer elegante, ¿su madre?, dos jóvenes, ¿sus hermanos?, y un niño, ¿su hijo? Flotan sobre un espejo de agua repleto de vegetación y con una pared, que podría ser un acantilado, de fondo. Es una imagen extraña y repleta de desprolijidades, manchada. “Me gusta que tenga muchas imperfecciones”, dice Rodrigo Abd, el multipremiado fotógrafo argentino autor de la imagen, parte de una serie que llamó “Afganistán bajo una nueva luz”. “La tecnología digital -sigue- hace que todas las imágenes sean perfectas. Pero en estas se ven las huellas de mis dedos, las marcas de los líquidos que se volcaron sobre la copia.”

foto AML
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Afganistán también tiene momentos de paz

El cisne

En la era de los celulares capaces de obtener fotos digitales impolutas -o fácilmente retocables- Rodrigo eligió complicarse la vida con una cámara pesada y antigua. Y lo hizo en un escenario complejo: Afganistán, un país que ya derrotó varios imperios y hoy está de nuevo bajo el mando de los talibanes. Rodrigo, que trabaja para la agencia de noticias AP, aterrizó por primera vez en Kabul en 2006 y volvió en 2010. En aquellas oportunidades su tarea estaba atada a una guerra que, con diferentes intensidades a lo largo de los últimos años, arrasó con el país. Esta tercera vez lo hizo con un propósito menos urgente: retratar con una cámara minutera a los personajes y las escenas de una región demasiado acostumbrada a los conflictos. Las minuteras son cámaras de cajón con laboratorio interno y un proceso de revelado que toma pocos minutos, resabios de un oficio extinguido. Los fotógrafos minuteros solían ubicarse en sitios turísticos y ofrecían retratos familiares. En Buenos Aires estaban en el zoológico y en los bosques de Palermo, junto con los paseos en mateo y los vendedores de copos de maíz.

foto AML
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Después del retrato, Abd y los soldados talibanes almorzaron

Descanso

Rodrigo se cruzó con un grupo de fotógrafos minuteros en 2006, cuando estuvo un año instalado en Kabul. El país estaba ocupado por fuerzas de la OTAN y los recursos de las fuerzas invasoras contrastaban con el retraso tecnológico en el que estaba sumida la población. Los tres fotógrafos minuteros ofrecían retratos carnet para documentos en las afueras del ministerio de Economía. Rodrigo tenía el recuerdo de haberse hecho una foto con una de esas cámaras en su juventud, durante un viaje de mochilero a Salta, y repitió la experiencia con los colegas afganos. También les compró una cámara y les pidió que le enseñaran a usarla. “Me llamó la atención la atmósfera que se crea entre el fotógrafo y el fotografiado -dice-. Durante un rato que, pueden ser hasta dos minutos, el fotografiado debe permanecer inmóvil mientras el fotógrafo lo observa desde el visor de la cámara con su imagen dada vuelta”. Para Rodrigo, esa intimidad forzada por las carencias técnicas de la cámara redunda en imágenes “conmovedoras”. Lo que lo atrae, afirma, no es el fetichismo coleccionista que puede generar una cámara vieja, sino el resultado, las fotos que ese artefacto produce. Incluso las imperfecciones de las copias le resultan interesantes. “Tiene que ver con los lugares en los que trabajo, que son muy imperfectos”, explica. Además de Afganistán y la Argentina, Rodrigo trabajó en la guerra de Ucrania, y en Guatemala, Haití, Venezuela, Perú, México y otras zonas atravesadas por conflictos.

foto AML
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Los Humvees fueron el símbolo del invasor y hoy son chatarra

Vehículos

“Una vida de aventuras”, ese es el camino que eligió Rodrigo cuando definió su profesión. La crisis de la Argentina en 2001 lo encontró trabajando para LA NACION y tuvo su bautismo cubriendo piquetes y marchas en un país convulsionado. Su mirada llamó la atención de los editores de AP, que lo convocaron para unirse a la agencia desde Guatemala. Comenzó a viajar detrás de las múltiples crisis de la región y a cosechar premios y reconocimientos. Fue parte del equipo ganador del Pulitzer en 2013 por su cobertura de la guerra en Siria y ganó por segunda vez un Pulitzer este año, por su cobertura de la guerra en Ucrania. “Hay mucha riqueza humana en los conflictos”, señala sobre su atracción por la cobertura de situaciones extremas. Esos momentos de tensión, al ver cómo la gente sobrevive o lidia con las tragedias, dice, fueron y siguen siendo instancias de gran aprendizaje. Lo que busca en esas situaciones es captar la imagen que pueda sintetizar y conmover, lograr empatía con el lector de un diario o un portal digital, que está a miles de kilómetros, físicos y emocionales, de la tragedia que retrata. La cámara, dice Rodrigo, no es lo importante. Hoy hay miles de cámaras, todos tenemos una en el celular. Pero no todos tenemos la paciencia, la sensibilidad y el coraje para lograr la imagen que sorprenda y comunique lo que está ocurriendo. Es un trabajo arduo y peligroso. Solo en el último conflicto de Ucrania murieron más de 15 periodistas. La muerte, el dolor de la pérdida, el desarraigo que generan las guerras: los temas son los de siempre. El desafío es generar atención en un público saturado de imágenes. En Afganistán, por caso, la llegada de los talibanes significó un enorme retroceso para los derechos de las mujeres. Todos conocemos esa historia, se contó cientos de veces, pero sigue siendo dramática y el objetivo es captar nuevo interés. Rodrigo lo hizo con un retrato conmovedor: el de una madre, Hakima, de 50 años, y su hija, Fresha, de 16. Las dos transmiten tristeza, pero la de la madre apenas se intuye, está oculta tras de una burka, la prenda que se convirtió en símbolo de la opresión de las mujeres bajo los talibanes. Fresha, que tiene un aro en la nariz, se apoya resignada sobre su hombro. La foto es una fábrica artesanal de alfombras que queda en Kabul y es uno de los pocos empleos disponibles para las mujeres. Hakima tenía la esperanza de que su hija estudiara medicina, pero el nuevo régimen prohibió que las mujeres se eduquen más allá del nivel inicial.

foto AML
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La fábrica de alfombras es de los pocos empleos disponibles para mujeres

Tristeza

“Cada una de las cámaras es distinta”, cuenta Rodrigo sobre las minuteras. Él ya tuvo tres. La primera, la que compró en 2006 en Kabul, le duró hasta 2012. Se la robaron, junto a su auto, en Guatemala. “El auto no me interesa, quiero recuperar la cámara”, le dijo Rodrigo a los sorprendidos policías. Nunca la recuperó y tuvo que conseguir una nueva. Se contactó con unos antropólogos de Estados Unidos que habían hecho una investigación sobre las cámaras y le facilitaron los planos. Luego recurrió a Luis De Leo, un arquitecto y escultor amigo de su padre, que la fabricó en su taller de Banfield. Esa cámara murió de muerte natural y ahí fue cuando Rodrigo construyó la tercera con Juan Meoniz, un fanático de las minuteras. Meoniz vive en la ciudad de Mercedes, en la provincia de Buenos Aires, y organiza un encuentro de fotógrafos minuteros. Son alrededor de 20 que se instalan con sus cámaras en la plaza del pueblo. Todo termina con un gran asado de camaradería. “Hay mecánicos, plomeros, de todo menos fotógrafos profesionales”, se ríe Rodrigo sobre los encuentros, a los que va con su padre. Esa simpleza, asegura, es lo que disfruta de la cámara minutera. “Es una cámara de plaza, de pueblo, ningún fotógrafo de prestigio la usa”, dice.

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Fueron muros de una fortaleza militar y hoy simbolizan el triunfo talibán

Derrumbe

Además de las cámaras antiguas, a Rodrigo le gusta volver a los lugares que estuvieron en guerra y retratarlos luego del conflicto. Detectar las marcas, físicas y psicológicas, que persisten cuando ya no hay combate. En 2010 Rodrigo estuvo en el valle de Kandahar, en Afganistán, con las tropas de Estados Unidos. Era un lugar muy peligroso, centro de la resistencia talibán, y Rodrigo se integró a una de las unidades de combate de Estados Unidos. El arreglo es habitual en la cobertura de conflictos e implica que el periodista comparte la cotidianidad con los soldados. Aunque restringe los movimientos, el sistema permite trabajar en lugares de riesgo extremo y acceder a la intimidad de los combatientes. “Me encanta, estás en Disney, te permite ver el detrás de escena de la maquinaria guerrera”, dice Rodrigo sobre su experiencia como fotógrafo integrado. En la base estadounidense de Kandahar, recuerda, había cadenas de comida como TGI Friday’s y Tim Horton, cine y clases de spinning. Además de soldados, había colombianos encargados de la limpieza e indios a cargo de la cocina. Con esas comodidades, afirma, se activa un lucrativo negocio de proveedores que viven del conflicto. Más de una década más tarde, volvió al lugar con su cámara minutera y se encontró con que lo que había sido una fortaleza militar se había transformado en ruinas. Los poderosos vehículos Humvees, que aterraban a los locales, se vendían como chatarra. Y las paredes fortificadas del complejo se habían convertido en muros de escalada para los niños. Los talibanes, nuevos amos del lugar y orgullosos de haber derrotado otro imperio, organizan tours por la zona.

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Las familias rotan los ladrillos para que se sequen al sol

Tarea

Rodrigo ratificó el poder de comunicar que tienen las fotos con su propia hija, Fue con Victoria, de nueve años, y sus compañeros de colegio a una muestra de sus fotos que había en el Centro Cultural Borges y se detuvieron ante la imagen de unos niños trabajando en una fábrica de ladrillos en las afueras de Kabul. “Los chicos no entendían por qué niños de su edad estaban trabajando”, recuerda Rodrigo. La sorpresa resultó un buen puntapié para explicarles que el mundo es grande, diverso y repleto de problemas que superan a los inconvenientes que muchas veces nos parecen de imposible solución.

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A Rodrigo Abd le atrae la intimidad que se genera entre el fotógrafo y el retratado, que tiene que mantenerse quieto durante unos dos minutos para lograr la imagen
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“Detrás de la sorpresa que genera una imagen hay horas y horas y muchas vidas de reporteros gráficos que dejaron su sangre y su tiempo para contarnos lo que pasa”

RODRIGO ABD

Fuente: La Nación