En las 31 construcciones de techo curvo y diseño similares a un hangar de aeropuerto, a las que se llega después de un viaje de media hora de auto desde Los Ángeles, descansa una buena parte de la historia oficial de Hollywood. Hoy son cada vez más los que se preguntan qué será de toda esa gigantesca memoria si Warner Bros., el nombre que preside ese gigantesco espacio de 44 hectáreas, empieza a esfumarse detrás de una posible venta.
Unas cuantas voces autorizadas vislumbran en estos días esta operación como un hecho irreversible, cuya definición solo está sujeta a cuestiones de tiempo. Ya nadie se pregunta si sucederá, sino cuál será el momento exacto del anuncio. Y cuando eso ocurra se pondrá un punto final al recorrido entre el pasado, el presente y el futuro de Hollywood que conocemos hasta hoy.

Lo primero que asombrará al público, una vez más, pasa por las monumentales cifras que se manejan en este tipo de adquisiciones o megafusiones. En ellas, lo que define el valor total de una empresa es el precio de cada una de las acciones individuales con ese nombre que cotizan en Wall Street.
Basta recordar que Disney hizo una operación de ese tipo por 7400 millones de dólares para adquirir los estudios de animación Pixar en 2006. Que Comcast adquirió el control de NBC Universal entre 2011 y 2013 pagando primero unos 28.000 millones por el 51% de las acciones y después 16.700 millones por el 49% restante. Y que en 2019 de nuevo intervino Disney para quedarse en términos parecidos con todos los activos cinematográficos y buena parte del patrimonio televisivo del 20th Century Fox (otro protagonista de Hollywood desde el comienzo de la historia) a cambio de 52.400 millones de dólares.
Detrás de los números y de la ingeniería financiera aparece otro factor sobresaliente y decisivo a la vez: la importancia simbólica de ciertos nombres, marcas y señales gráficas con los que cualquier persona en cualquier lugar del mundo se identifica en buena parte de su tiempo dedicado al ocio. Los vemos en los estrenos de cine, las novedades televisivas y, más cerca, los lanzamientos de películas y series en streaming.

Pocas tienen el alcance global de Warner Bros. La reconocemos al comienzo y al final de sus películas y sus series a través de una imagen panorámica en pliegues de los estudios de Burbank seguida por el logo de la compañía (las dos letras iniciales enmarcadas como escudo, con un fondo de nubes pintadas). Algunas de nuestras mejores experiencias cinematográficas nacieron de esa presentación: Casablanca, Un tranvía llamado deseo, Más corazón que odio, 2001: Odisea del espacio, La naranja mecánica, Harry el Sucio, El exorcista, Blade Runner, Buenos muchachos, Matrix. Más todas las películas de DC (Batman, Superman), todas las de El señor de los anillos, todas las de Harry Potter.
También los dibujos de Bugs Bunny, el Pato Lucas, el Correcaminos, el Coyote, el Gallo Claudio, Pepe le Pew, el canario Tweety, el gato Silvestre y Speedy Gonzales. “Esto, amigos, es un programa de la Warner Brothers para la televisión”, decía la voz en castellano del Conejo de la Suerte cada vez que empezaba con el logo de WB una nueva aventura animada de los Looney Tunes.

¿Qué quedará de todo eso y también del monumental catálogo televisivo que Warner Bros. controla hoy a través de HBO y otras marcas (Friends, The Big Bang Theory, Los Soprano, Game of Thrones, Sex and the City, Euphoria y tantas otras) si se concreta la venta y WB queda absorbida por un comprador que impone condiciones? La posesión y el aprovechamiento de un catálogo tan rico en nuevas manos no asegura el sostenimiento de esa identidad en el tiempo. Más probable es que se termine diluyendo o reducida a una simple mención.
Declaración oficial
Desde otra perspectiva, la venta de Warner Bros. o su posible fusión con otro actor poderoso de la industria del entretenimiento, una vez concretadas, pueden significar lisa y llanamente en un “desastre”. Acaba de decirlo el Sindicato de Guionistas de Hollywood (Writers Guild of America, WGA) en una declaración oficial.
“Fusiones tras fusiones en la industria de los medios han perjudicado a los trabajadores, han mermado la competencia y la libertad de expresión, y han desperdiciado cientos de miles de millones de dólares que se invertirían mejor en un crecimiento orgánico”, señaló la influyente entidad, que se comprometió a “colaborar con los organismos reguladores” para bloquear cualquier operación de ese tipo.
Para el WGA, la tendencia actual podría dejar en el futuro “todo el contenido que se produce, todo lo que los consumidores pueden ver y cómo lo pueden ver” en manos de solo tres empresas: Disney, Amazon y Netflix. Esto va a ocurrir, asegura la entidad, si se mantiene la tendencia actual que alienta la desregulación y las fusiones dentro de la industria del entretenimiento.

Para llegar a ese punto todavía tienen que ocurrir unas cuantas cosas, pero nadie imagina una rotunda vuelta atrás en este camino. Por eso es tan importante el caso Warner Bros., que acaba de rechazar dos ofertas sucesivas de Paramount, hasta ahora la mayor interesada en adquirir a su hasta ahora competidor directo. Pero no sería el único.
La semana pasada, el muy informado portal informativo Deadline habló de las especulaciones que maneja el mercado sobre el posible interés de otros fuertes actores de la industria (Comcast, Amazon, Netflix e inclusive Apple) por la compra de Warner. “Pero en general quienes viven en Wall Street –agregó el medio digital- esperan que Paramount prevalezca a partir de los poderosos bolsillos de la familia Ellison y su sólida relación con Donald Trump”.
David Ellison es el nuevo hombre fuerte de Hollywood desde que a principios de agosto se concretó la fusión de Skydance, el estudio de su propiedad, con Paramount Global, mediante una operación de alrededor de 8000 millones de dólares. Si apareciera en los próximos días o semanas una oferta más satisfactoria y Paramount-Skydance se quedara finalmente con Warner, ¿cuál de los dos nombres prevalecería?
Esa posibilidad uniría por primera vez a Warner Bros. y a Paramount, dos de los nombres de mayor historia de Hollywood, pero a primera vista es el segundo, en tanto comprador, el que podría imponer criterios, condiciones y estrategias. Esa eventual fusión se extendería también al streaming creando una nueva y muy fuerte plataforma (HBO Max unida a Paramount+) en condiciones de competir mano a mano con Netflix y con Disney+. ¿Pero cómo se llamaría? ¿Alguno de esos dos nombres tan habituales en el consumo diario del entretenimiento por clientes de todo el mundo se subordinaría fácilmente al otro? ¿Cómo se adaptaría el público a esta nueva realidad?

Los temores del sindicato de guionistas de Hollywood sobrevuelan también esta realidad, desde la cual se vislumbra una nueva configuración para el mapa actual de Hollywood. La poderosa Motion Picture Association of America (MPAA), que nuclea a los estudios más grandes de la industria del entretenimiento, tiene en la actualidad como miembros a Disney, Warner Bros., Paramount (propiedad de Skydance), Universal (propiedad de Comcast), Sony Pictures, Netflix y Amazon MGM.
Ese “Big Seven” se reducirá a seis en el momento en que Warner, más tarde o más temprano, termine vendiéndose. Y por el tenor de la operación, todo indica que la “revisión de alternativas estratégicas” (eufemismo utilizado para hablar de una venta sin mencionar esa palabra) en la que está trabajando actualmente Warner, involucra exclusivamente a los nombres que integran la MPAA.
Caja de Pandora
La declaración oficial de Warner Bros. que abrió esta nueva caja de Pandora en Hollywood habla del “interés no solicitado” que esa firma recibió para la compra completa o parcial de sus activos. Y viene bien recordar que Warner enfrenta su propia encrucijada. Apenas tres años después de que se anunciara con bombos y platillos la integración de Warner Bros. y Discovery en una sola empresa (WBD) dirigida por David Zaslav, la propia corporación decidió volver sobre sus pasos separarla en dos partes, dejando de un lado la más fructífera operatoria de cine y streaming (los estudios Warner y HBO) y del otro el menguante espectro de la producción televisiva (encabezada por Discovery). Ese proceso sigue su marcha y culminará el año que viene.
Mientas tanto, lo que en el fondo está en juego es el propio legado de Warner. Incluye hitos del pasado, cuando al estudio se lo identificaba en la época dorada de Hollywood con los legendarios musicales de Busby Berkeley y los mejores films policiales de aquellos tiempos fundacionales del género. A la vez mostraba una sensibilidad superior a la de cualquiera de sus pares para contar desde el cine clásico historias con compromiso social, lo que llevó al mismísimo Martin Scorsese a identificarlo como “el estudio de la clase obrera”.
Hasta que sufrió el destrato de Zaslav, que rebajó con un inmerecido (e invisible) lanzamiento directo en streaming su última y magistral película, Jurado N° 2, Clint Eastwood contó con el respaldo de Warner para producir allí casi toda su obra como realizador. El estudio transformó hace un par de años la innovadora visión de Barbie creada por Greta Gerwig en un éxito de taquilla colosal. Y en esta temporada, el estudio honró parte de esa larga tradición autoral apostando fuerte por las últimas (y arriesgadas) propuestas de Paul Thomas Anderson (Una batalla tras otra) y Ryan Coogler (Pecadores).

Warner también logró transformar para siempre la industria del cine y cambiar por primera vez un paradigma dominante (en este caso cerrando la etapa muda) al estrenar en 1927 El cantor de jazz (The Jazz Singer), la primera película de la historia que logró sincronizar con éxito la imagen con los diálogos y la banda sonora.
En los 31 stages del complejo que funciona en Burbank se filmó buena parte de una historia que ya celebró su primer centenario (Warner se estableció formalmente como estudio en 1924). La placa colocada en la puerta del más grande de todos, el número 16 (con 2985 metros cuadrados de superficie) cuenta que por allí pasaron, entre muchos otros, Clark Gable y Marion Davies (Caín y Mabel, 1936); Humphrey Bogart y Lauren Bacall (Al borde del abismo, 1946); Rex Harrison y Audrey Hepburn (Mi bella dama, 1964).

También, los elencos de Los cazafantasmas (1984), Batman regresa (1992), Jurassic Park (1993), La tormenta perfecta (2000), El origen (2010), La La Land (2016) y las cinco temporadas de la serie Abbott Elementary. Muy cerca de allí, la inconfundible toma de agua con el logo de la compañía funciona como atalaya. ¿Quién será de aquí en adelante el custodio de este patrimonio?
Fuente: Marcelo Stiletano, La Nación

