A pesar o además de su proverbial cordialidad —saluda chocando espalda contra espalda, como dice que hacen en su gremio para no perder el contacto físico a pesar del virus—, Arias está en guardia. El titular de una conversación suya con Europa Press, referido a sus problemas con la justicia —»He tenido suerte en mi carrera y algo de karma habrá que pagar»— le ha disgustado tanto que su representante ha amagado con cancelar esta entrevista y, al final, se celebra con ella presente y supervisando sus palabras. El representado no rehuye preguntas, simplemente se va por otros cerros. Antes de sentarnos, recibe por teléfono una buena noticia, la consecución de los derechos de una ansiada obra de teatro, y se permite un breve estallido de júbilo. Aun así, luego, fuera de foco, no disimula su estado basal de ánimo. No se trata aquí de someterlo a tercer grado. Jueces tiene la Audiencia. Pero, al metro y medio reglamentario de distancia antivírica, el legendario Antonio Alcántara de Cuéntame parece un hombre tan pundonoroso profesionalmente como íntimamente devastado. Al despedirnos, ofrece un futuro café para charlar sin ambages ni testigos. Pendiente queda.
Empezó como galán a los 20 años. ¿Mantiene el tipo a los 64?
Yo, por lo visto, al principio de mi carrera en teatro era muy bueno, tanto que, a los dos años, era el protagonista de la comedia nacional y me retiré por miedo. Entonces, y lo cuento como anécdota, alguien dijo: este muchacho da tan bien, es tan irremediablemente guapo, que tiene que hacer galanes. Y me tiré una época haciendo películas de galán. El hombre que enamora y luego sufre. Aún lo hago, sí. En Velvet, por ejemplo. Tengo esa rémora, pero tú mismo te vas decrepitando tanto, y soy tan delgadito, que, en todo caso soy un galán de Playmobil. En el teatro no. En el teatro no existe eso.
Siempre alude a su delgadez. ¿Le ha afectado de algún modo?
Ahí has tocado un tema… Tiene que ver con un rasgo de mi personalidad. Me gusta comer, entiendo de comida. Sé que soy un privilegiado, pero hay algo mío que me hace ser muy nervioso, y eso genera un prototipo físico y cierto complejo de delgado.
¿Se autofagocita?
Sí, pero no por depresivo, es por ansia, un ansia tremenda. Los que meditamos creemos que controlamos, pero nunca desaparece.
¿Desde cuándo medita?
Desde 2016, ahí empieza todo.
¿Se refiera a sus problemas legales?
A todo, sí. Ahí se produce todo y tengo que romper la relación espacio-tiempo, saber que no puedo estar al día de todo, que es mucha presión, son muchas informaciones. Seguramente fuese un día de rodaje, que llegué un poco así, había mucha gente y alguien me abrió esa puerta. Encontré esa ayuda. Hay un tipo, Joe Dispenza y unos científicos cuánticos que han demostrado que, emocionalmente, puedes construirte un futuro dentro del futuro que te corresponde. Y en ello ando.
¿La vida le dio la vuelta?
Totalmente. Desde entonces soy otro Imanol. Ni mejor ni peor. Más parecido a lo que quiero ser, con el dolor de que no lo consigo del todo. Es un camino largo. Para mí el ayer no tiene ninguna importancia, ni el mañana. Me preocupa el hoy.
Si ahora es otro, ¿quién era antes?
Un voluntarista, porque nunca había tenido la necesidad de enfrentarme a mi centro. Vivía esparcido, era como el mercurio. Me sentía tan obligado que no era fiel ni a mí mismo. Si me ponían en un recipiente: mi trabajo, mis películas, mis cosas, me contenía. Ahora, si alguien quería poner ese mercurio en su mano, se escapaba. Ya no quiero ser mercurio.
¿Me está diciendo que sus problemas le han venido bien?
Todo en la vida viene bien. Sobre todo si sabes olvidar lo que no necesitas y sabes crear lo que quieres. Es todo muy relativo.
Le veo superzen
¿Tú crees? Yo me veo trotskista. He vuelto al trotskismo, esa especie de análisis positivista de la realidad.
¿Qué le da miedo?
¿Ahora mismo? Caer en lo urgente y no pensar en lo importante. Vivimos en un mundo y una época de urgencias letales. Todo es urgente, y lo importante no se aborda. Los Gobiernos están en lo urgente y no hacen una ley en tres años. Lo importante es cuidar el planeta y cuidarnos a nosotros.
El año pasado decía que estaba trabajando a destajo para poder pagar a Hacienda. ¿Sigue haciéndolo?
Sí, pero estoy tratando de meter el trabajo en la vida. Decía Orson Welles que los artistas, cuando el trabajo te afecta, tendemos a tener una vida recogida, triste, de pocas palabras en casa, por eso es tan difícil convivir con nosotros. Porque siempre soñamos con que el vómito de la verdad sea en la escena, por honestidad, porque tu trabajo afecta a mucha gente, por compromiso. Ese también es parte de mi cambio. Estoy intentando simplificar mi vida, darle al trabajo un campo muy amplio y que entren las emociones, las relaciones. Puedo irme a Mérida a un caserón y caminar por las calles, que tanto se parecen a las del coronel de El coronel no tiene quién le escriba, y decir: “esto me ha servido”.
El coronel espera, viviendo en la miseria, una pensión que no llega. ¿Teme a la vejez? ¿Cómo es su jubilación soñada?
Hago bromas con la Casa del Actor. Esos tíos y tías ahí metidos con nuestras manías y nuestros personajes. Pero somos unos mentirosos. Mi ideal sería el teatro. Aprovechar algún papel del teatro y el audiovisual que me llegue a esa edad. No me gustaría acabar en una residencia privada. Les tengo desconfianza. Prefiero estar con un hijo y una nuera, en una habitación en la que me dejen tranquilo y en paz, pero que haya alguien que sepa quién soy y que me escuche todos los días quejarme, o yo a ellos, y que lleguemos a la conclusión de que todos tenemos razón.
¿Va a ser un viejo cascarrabias?
Creo que no, porque soy poco hablador. Hablo más en público que en privado. Las personas que han vivido conmigo, a las que quiero y me han querido muchísimo, decían: “lo realmente triste de lo nuestro es que tú vives más fuera que dentro de casa”, entonces es insoportable. Volvemos a Welles: hay algo instintivo. Te lo guardas todo para que cuando digas: “hay días que siento que este pueblo se me viene encima como si fuera una bala de lodo”, todo cobre sentido. Vivimos para eso. Somos capaces de cargarnos parejas y amigos con tal de lograr ese momento, ese boom de luz y de verdad. O de lograr una posición o un momento artístico.
Volvamos a 2016. El año de sus problemas. Hay un elefante sobre esta mesa. ¿Por qué no lo nombra?
Porque no puedo y además sé que todo el mundo lo sabe. Muchos actores y periodistas te pueden contar lo que me pasa, porque es lo que les pasa a ellos multiplicado por mis ingresos y mis años de carrera.
¿Se arrepiente de algo?
Ya se me ha olvidado, pero seguramente sí, de muchas cosas.
Usted ha cambiado, pero ¿ha notado un cambio en la mirada de la gente desde 2016?
Todo el mundo dice que no, yo no me lo creo. No lo sé. Todo dependerá de cómo seamos capaces de resolver esto. Ahí está la clave. Estoy tranquilo y duermo bien.
Usted es un icono. Y a los iconos se les pide ejemplaridad.
Bueno, nosotros asumimos unas ejemplaridades que tampoco corresponden en el mundo artístico. En algunos momentos históricos nos tocó estar delante. Y eso genera una especie de visión idílica que tampoco es así.
¿Alguien le ha echado en cara algo por la calle en este tiempo?
Dos veces en estos años. Y les contesté. Creo que es más una sensación que tengo yo, tengo una necesidad de cosas que no puedo explicar por qué ni sé de ellas ni es el momento. Soy yo el que se enfrenta con eso. Es más el barullo que se monta cuando intento explicar algo que no debo, no puedo y además no corresponde en este momento. El periodismo ahora se hace con titulares que dan para un tuit, un sketch, o un tiktok.
¿Qué titular le gustaría que saliera de esta entrevista?
Sé el que no me gustaría, y ese no va a ser porque no lo he dicho.
Será porque no quiere.
Será porque no puedo. Ojalá. Cuando sea posible te lo daré. De momento, el titular que me gustaría es que vuelvo al teatro. Que el teatro atiende a lo importante, en vez de a lo urgente, y además, es mucho más seguro que sitios que solo atienden a lo urgente.
CORONEL DE LAS TABLAS
Han pasado 45 años desde que Imanol Arias (Riaño, 64 años) se plantó en Madrid con 5.000 pesetas en el bolsillo y quedara el número uno en la prueba de acceso a la Escuela de Arte Dramático en la que luego no pudo matricularse por que era «un puto obrero que no tenía la reválida». Después, aparición estelar de «la virgen» Juan Diego mediante, el aspirante iniciaría una carrera de fondo que le ha llevado a estar en muchos de los títulos más recordados del cine, el teatro, y, en los últimos 20 años, encarnar a Antonio Alcántara, el españolito medio en persona, en la serie ‘Cuéntame’. Ahora, con todos esos galones en la manga, reestrena ‘El coronel no tiene quién le escriba’, de Gabriel García Márquez, en el teatro Infanta Isabel de Madrid mientras espera juicio en la Audiencia Nacional por un presunto delito de fraude fiscal por el que le solicitan 27 años de cárcel y 10 millones de multa. Dice estar tranquilo. Cada cinco días se hace una PCR para seguir sobre las tablas y los sets de rodaje. Muchas familias dependen del resultado, dice.
Fuente: El País