Joaquín Ferreira es actor: hoy es Juan en Hija de fuego: la venganza de la bastarda, fue Poli Armentano en Coppola y también Potro en la primera serie latinoamericana de Netflix Club de cuervos, con tanto éxito que hasta tuvo su propio spin off. Pero también es “el otro Joaquín”, tal como se llama su alter ego en redes sociales, donde se dedica a compartir sus trabajos como artista plástico, pasión que descubrió cuando era niño y tomaba clases de pintura y la actuación no era ni siquiera una idea lejana.
Estudió bellas artes, arquitectura y diseño, cuando a sus 25 decidió dejar su trabajo en una multinacional para irse a vivir a México. El objetivo era encontrarse a sí mismo, como él define su aventura. Los primeros tiempos no fueron fáciles, hasta que la actuación le llegó por causalidad. “¿Sos actor?”, le preguntó una señora desconocida en la playa. “No, pero me animo si hay que hacer algo”, respondió entusiasta sin saber que ese encuentro sería un antes y un después en su vida.
El protagonista de Hija de fuego, la serie de Disney, contó a LA NACION cómo fue rodar en San Martín de los Andes con Eugenia “China” Suárez y cómo fueron los dos meses de convivencia entre la actual pareja de Mauro Icardi y el elenco. Mientras, continúa trabajando en un proyecto audiovisual inspirado en los 90, que aún no puede develar pero cuyo personaje seguro dará que hablar.
—Interpretás a Juan en Hija de fuego: la venganza de la bastarda (con Eleonora Wexler, Diego Cremonesi, Carlos Belloso, Jerónimo Bosia), ¿de qué trata tu papel?.
—Bueno, el personaje de la China Suárez vuelve a vengarse y allí encuentra a su amor de chica, a su primer novio, y empieza un juego entre ellos. Ella viene con otro nombre, al principio no sé si es o no, y con el tiempo empieza nuevamente el amor. Además está el tema de la ley, porque interpreto a un policía. Ellos tenían un amor muy fuerte de chicos, que después de la muerte de la madre de ella se quiebra. Para ella mi personaje representa lo puro y lo que le quedaba sano.
—¿Y sobre él?
—Es un tipo que estuvo roto de niño, con una infancia complicada, padres ausentes y un hermano que hacía las veces de padre. Tiene un pasado de drogas que toca lugares oscuros, pero logra salir y se convierte en policía; no por amor a la profesión, sino que porque cambia y se va al extremo, pero es muy moral, quiere hacer las cosas bien y cree en la Justicia. Está por casarse, no sabe si quiere seguir en la fuerza porque hay cosas fraudulentas y tiene pasión por que se cumpla la ley, que para él es una ley de vida.
—Se grabó el año pasado en San Martín de los Andes…
—Sí, y en Buenos Aires. Ir allá a trabajar fue hermoso, me encanta viajar. Tal vez para la gente que tiene hijos fue más difícil porque querían volver, no les fue tan cómodo, pero los solteros disfrutamos, el grupo se hizo muy unido, comíamos afuera, fue divertido, fue como un viaje de egresados. Además compartí elenco con grandes actores, gente muy humilde compartiendo y disfrutando.
Detrás de los escándalos
—¿Cómo fue la relación con Eugenia durante esos dos meses, teniendo en cuenta que desde hace tiempo ella está en el ojo mediático?
—No lo sentíamos. Ella es muy buena compañera, conoce bien el trabajo, tiene manejo de set, tiene mucha cancha y ser protagonista es como ser capitán de equipo.
—¿No llegaban al set esquirlas de los escándalos?
—Creo que en ese momento estaba todo tranquilo, pero no tengo idea de nada y en las grabaciones no se metió la vida personal de la China en el medio.
—En pleno estreno de Hija de las bastardas tuviste un viaje exprés a México.
—Sí, soy artista plástico y tuve una exposición en Puerto Vallarta, así que fui por menos de una semana. Este año lo empecé en España, donde hice dos películas en cuatro meses. Me fui a Uruguay, hice Coppola, un curso de actuación en México… Pero mi base está en Buenos Aires y me gustaría quedarme acá un rato largo. Viví diez años en México y es un poco como mi casa; todos los años voy a trabajar, tengo un grupo de amigos actores que son mis hermanos, tuve tres parejas allá.

—Te fuiste hace mucho allá, ¿cómo fue?
—Me fui a la deriva, a ver qué pasaba con mi vida. De lo que trabajaba me iba bien, no fue por algo económico, pero me cansé, hablé con un amigo que se recibía y le dije que me iba a México por un mes. Renuncié, vendí todo y dije: ‘Me voy a vivir a la playa’”.
—¿Con la idea de actuar?
—No, siempre fui tímido y no se me pasaba por la cabeza, estaba relacionado con el arte. Pero un día estaba en la playa y una señora me preguntó si era actor, le dije que no pero que me animaba a todo. Había un casting para una publicidad en República Dominicana y quedé. Yo estaba en la búsqueda de encontrarme y saber quién era. Después de eso volví a Playa del Carmen y me compré una moto para ir a la Ciudad de México, sin saber andar en moto, en un país que no conocía, y cuando llegué, me puse a estudiar actuación. A los seis meses me terminé la plata y había una beca a TV Azteca y quedé, estudiaba ahí de lunes a sábado 11 horas por día, y al año decidí dejarlo. A los dos meses hice Club de cuervos, la primera serie de habla hispana de Netflix, la plataforma recién arrancaba, trabajaban 40 personas. En ese momento me dijeron que no podía hacer más publicidades por una cuestión de contrato y me puse a pintar y a vender mi arte. La serie finalmente tuvo cuatro temporadas y un spin off de mi personaje.
—¿Por qué elegiste México?
—Un año antes había ido de vacaciones y me gustó mucho, era paradisíaco.
Libertad extrema
—Acá no habías estudiado actuación, pero sí cosas relacionadas con el arte.
—Estudié Bellas Artes, arquitectura y diseño gráfico. Cuando me fui trabajaba en el área de diseño de una multinacional y tenía clientes free lance, además de un restaurante de sushi con mis amigos.
—¿Qué sentiste cuando te fuiste?
—Lo recuerdo como una sensación de libertad extrema, como si fuera un nene. Acá había cosas que me encasillaban, dónde nací, la familia, la sociedad.

—¿Tu familia te bancó en esta aventura? ¿Había artistas en tu familia?
—Mi viejo es pintor pero empezó de grande, a los 45. Pero de chico no mamé el arte. Mis viejos me bancaron siempre, pero estudiando. Siempre de niño me llevaban a clases de pintura.
—¿Y el regreso? ¿fue tan impulsivo como la ida?
—No. Me agarró la pandemia en México, estaba todo más abierto, allá fue muy distinto y me salió un trabajo en Miami de seis meses y estaba triste, venía de un mal momento con una pareja y extrañaba Argentina, hacía mucho tiempo que quería volver (se emociona). Cuando estás orientado y hacés las cosas que tenés que hacer, la vida despega para que todo salga bien.
—¿Y se dieron acá las cosas?
—Sí. A los 15 días me llama un director de casting para Franklin, la historia de un billete, pero me dijeron que era muy lindo para el papel, así que fui a Isla Maciel, me corté el pelo y una ceja, me puse una prótesis dental y el director me dijo que sí. Nada quería más en el mundo que hacer una película argentina y así empezó a salir trabajo.
—Ahora estás grabando, jornadas intensas, ¿de qué se trata?
—No me dejan contar…
—Se dice que vas a interpretar a un personaje en una biopic ambientada en los 90.
—(Silencio)
—No digas el nombre, pero va a generar polémica y se va a hablar de él seguro.
—(Risas).
—Nos quedamos en los 90 igual. Interpretaste a Poli Armentano en la serie de Coppola, con dirección de Ariel Winograd.
—Sí, es que los 90 fueron espectaculares cinematográficamente: mucha fiesta, ostentación… Y filmar con “Wino”, que me dio toda la libertad de hacer lo que quiera, y con Minujín, a quien admiro profundamente, es como jugar con el Diego. Fue jugar sin límites y la pasé increíble.
—¿Sabés cómo viene 2026?
—No, quiero pasar Año Nuevo y Navidad con mi familia, tengo proyectos afuera, pero es un momento pera frenar. Cumplo 40, hago kickboxing y tengo ganas de competir en Tailandia en enero y después trabajar. Además de estrenos de cosas que ya hice, que no tienen fecha, como la nueva temporada de Coppola, un estreno en México y otro en España, de una película dirigida por Alex de la Iglesia.
—Volviendo al presente, estás en la Argentina grabando. ¿Y en pareja?
—No, ahora no. Siempre fio de noviar y me propuse estar solo y atravesarlo y vivirlo, ver qué pasa. Estoy bien conmigo.
—¿Y en tu tiempo libre?
—Me gusta hacer deportes, verme con amigos, viajo mucho por el país en moto; el viento te pega en la cara y es otra cosa. Y además, pinto. Nunca expuse acá, en algún momento lo haré.
Fuente: Nieves Otero, La Nación

