Es la sensación del cine italiano de este último año, pero Maura Delpero habla un italianísimo “porteño”. Solo por momentos puede intuirse en su cadencia al hablar que parte de su vida entre su tierra natal, del otro lado del Atlántico, y la Argentina, el país que la enamoró.
“Tengo dos hogares, porque para mí esta es mi segunda casa; nunca me había pasado algo así con otro país. Hay algo acá que es imperceptible, pero identitario, cierta energía creativa cultural que tenía mucho que ver con cómo empecé a hacer cine: de una forma muy autodidacta, muy a pulmón, muy cuesta arriba”, dirá sobre su experiencia que la lleva a viajar varias veces por año entre esas dos orillas.
Vermiglio es su segunda película, luego de una potente ópera prima realizada en coproducción con la Argentina titulada aquí Hogar, y se convirtió en el título más importante del último año de la siempre magnética producción del cine italiano. Luego de su premier en Venecia, obtuvo el Premio Especial del Jurado en el festival e inauguró un enorme recorrido internacional. “Cuando fue nominada este año al Globo de Oro se cumplía casi medio siglo que una directora italiana no aspiraba al premio”, confirma Delpero sobre la solitaria marca que la legendaria Lina Wertmüller había dejado en Hollywood con su Pascualino siete bellezas, en 1976.
Durante su estreno italiano, Vermiglio estuvo primera en la taquilla hasta el arribo de Guasón 2: Folie à Deux. Sin embargo, luego de marcar un récord al obtener 7 premios David di Donatello (el “Oscar” del cine italiano), retornó a los cines romanos y este jueves, finalmente, llega a las salas de la Argentina.
Delpero llega a la entrevista con LA NACION junto a uno de sus productores, Santiago Fondevila, un argentino que es además su esposo y responsable de este viaje entre el vecchio y el nuovomondo. Se conocieron hace 10 años en Buenos Aires, ciudad en la que Maura recaló para estudiar teatro, luego de cursar estudios en letras en las universidades de Bolonia y la Sorbonne. El circuito off los cruzó por primera vez, y pronto descubrieron que tenían mucha afinidad y ganas de hacer algo juntos: así crearon la productora Cinedora en Italia, con otros dos socios. En Vermiglio, Fondevila también tiene un papel actoral como Attilio, el primo que esconde en un pueblo cerrado al mundo a un desertor del ejército italiano, un siciliano llamado Pietro, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.

—¿Por qué elegir para esta historia ese pueblito del norte de Italia?
Maura Delpero: —Para mí no fue una elección porque está inspirada directamente en la familia de mi papá, que era de este pueblito chiquito en el Trentino; ni siquiera pudimos decidir qué tipo de Italia contar porque fue como si la historia mandara. Pero también me di cuenta de que era interesante contar “esa” Italia que está hecha de muchísimas culturas y muchísimos dialectos. En una tierra tan chiquita, estuvimos colonizados por culturas tan diferentes que generaron una mezcla de influencias muy grandes. A lo largo de la historia política italiana, lamentablemente, siempre alguien intentó subrayar estas diferencias para decir “somos mejores o somos peores” que el otro, cuando esa mezcla es una riqueza. Me parece interesante que, quien vaya a ver Vermiglio, vea esa Italia que es menos “for export”.
—¿Cuánto aporta la construcción visual al tratamiento de la historia? Porque hay un trabajo de imagen que contribuye al devenir de la trama.
Delpero: —Mikhail Krichman [N.d.R: responsable visual de los films de Andrey Zvyagintsev y de Miss Julie, de Liv Ullmann], fue nuestro director de fotografía. Para mí es tan importante, incluso sino más importante, el “cómo” contar algo al momento de escribir un guion, crear un mundo e invitar al espectador desde un espacio y de un tiempo que se manifiesta a través de la representación sensorial. Por ejemplo, al entrar en una cocina de 1944 buscamos recrear ese frío, esos olores, esa sensación de texturas. La fotografía y los sonidos son fundamentales en ese sentido. Con el director de fotografía trabajamos a lo largo de un año para encontrar el color, la textura y que eso no fuera una representación del pasado, sino una traslación en el tiempo. En la preproducción buscamos mucho con Santiago locaciones, objetos y todo lo que iba a ser el mundo Vermiglio, y cuando fuimos a filmar ya estaba creado ese, digamos, “mundo-película”.

—Un trabajo muy arduo en términos de producción…
Santiago Fondevila: —Hay un gran trabajo de desarrollo e investigación, y del aspecto filológico, que hicimos con Maura en su interés al recrear la historia. En algún punto lo condensamos en la fotografía, en la imagen, pero como bien decía Maura, hay una construcción desde el guion que tiene que ver con cómo contar esto. Y el riesgo siempre, cuando uno trabaja en una película de época, es tener muchísimas referencias y caer en una “romantización” automática de cómo se representa ese pasado. Creo que es una construcción más compleja que parte, insisto, de la autora. A nivel productivo fue, por un lado, respetar mucho los tiempos que necesitábamos, que nos vino bien, porque siendo una financiación netamente de fondos públicos, requiere un tiempo que nos llevó tres años poder lograr para ganar los fondos y poder subsidiar la película. Durante ese tiempo investigamos para poder crear estos puntos de vista, pero todo parte de ese tipo de escritura y de cómo contar ese universo y esa época.
Vermiglio se erige como una mirada a un cambio de época y como retrato de un mundo que ya no existe: “La película tiene como marco un año y es el pasaje de una forma de vida que va de lo comunitario a la individual o individualista; de lo rural a lo industrial. La atomización del individuo cambió en ese momento, ahí comenzamos a ser uno. Cada uno con su destino, más libres, pero más solos”, añade Maura sobre este retrato de familia de diez personas que vivían juntos y entonces se determinaba el curso de cada destino de manera prácticamente colectiva.

—¿Cómo les fue con la gente del pueblo cuando llegaron para hacer el rodaje?
Delpero: —Hay muchísima gente del pueblo que participa en la película y teníamos una enorme ventaja porque soy nieta de quien fue el maestro del pueblo. En su momento era el único maestro que tenía Vermiglio, y entre los nonagenarios que aún quedan siempre aparecía alguno que decía: “Yo tuve a tu abuelo como maestro”, y luego estuvo mi tía, y eso hacía que tuviera a mi favor dos generaciones de alumnos. Dentro del aspecto hosco de montaña que se puede encontrar inicialmente, había un gran respeto porque ellos le hicieron muy bien al pueblo. Después reconocieron que nosotros teníamos una mirada muy respetuosa y que íbamos constantemente a Vermiglio para conocerlo, conocer a su gente, explorar los lugares, y se dieron cuenta de que realmente queríamos honrar esa tradición. Se trata de un pueblo que no se dio mucho al turismo, y eso hace que estén muy conectados con su propia historia.
—¿Qué le recomiendan al público argentino al momento de ver Vermiglio?
Delpero: —La película se vendió a más de cincuenta países con culturas muy distintas. Imagino acá a un espectador muy similar al italiano. Dentro de la película hay una migración que se inspira en la historia real, porque la mitad de Vermiglio emigró a Chile y después, como el terreno era muy difícil de cultivar, se fueron a Brasil o vinieron acá, a la Argentina. Y lo que me pasó y me puso muy feliz es que encontré mucho agradecimiento porque los espectadores me decían: “Gracias, porque todos estos eran cuentos que venían de mis abuelos, pero al ver la película me di cuenta de que todo eso estaba dentro de mí”.
Fuente: Pablo De Vita, La Nación