Comentario de Amadeo Lukas, especial para DiariodeCultura.com.ar.

En un gran film estadounidense sin estrellas, el cineasta argentino Damián Szifron, en su debut como realizador en esas latitudes, es precisamente la única estrella de este notable thriller. Si bien sus dos intérpretes principales, Shailene Woodley y Ben Mendelson, son relativamente conocidos, no existe en Misántropo ninguna figura más relevante que él mismo. Y este no es un detalle menor, porque no existen muchos antecedentes de compatriotas que hayan rodado en USA en esas condiciones. Quizás Andy Muschietti sería un caso afín, pero otros cineastas que llegaron a poner su firma en una película de Hollywood han tenido que filmar con estrellas y sin toda la libertad artística, como le sucedió a Alejandro Agresti, al que le impusieron dos intérpretes reconocidos como Sandra Bullock y Keanu Reeves y que además no tuvo el corte final del film. Y si mencionamos al gran Juan José Campanella, se ha consagrado en los EE.UU. como director y productor de series, más que de cine.

Dejando atrás estos detalles, Misántropo propone un ejercicio sensorial, visceral, visualizarla implica una experiencia que involucra tanto a los sentidos como a la psiquis. El film arranca con una vibración extrema, a través de una secuencia inicial que estremece y avasalla, y a partir de allí mantiene en alerta al espectador casi sin pausas. Y en medio de una investigación inmediata, en el mismo lugar desde donde el criminal actuó, dejando su estela de destrucción, se produce el primer contacto visual y emocional entre Eleanor Falco (Woodley) y Geoffrey Lammark (Mendelsohn), agente femenina asfixiada tras el atentado e inspector especial del FBI, a cargo del caso. Ese hilo apenas perceptible en ese instante, se fortalecerá luego hasta establecer un lazo acaso paterno-filial, intenso, afectivo, con un breve y doloroso sendero a transitar.

Dentro de un guión elaborado con precisión y talento por Jonathan Wakeham y el director, los diálogos se destacan por su agudeza, filosos como un cuchillo, ofreciendo además toques de un perturbado sentido del humor. Partiendo de esa guía narrativa, y sumando sólidos recursos audiovisuales (el sonido y la música hacen su aporte), Szifron apuesta en varios pasajes a desnudar a una “América” poderosa y vulnerable al mismo tiempo, tumultuosa, flagelada. Con instituciones que presuntamente mantienen el orden y la seguridad y que no encuentran la forma de estar unidos ante una amenaza; optando, en cambio, por la intriga, la conspiración y la deslealtad. Entre los aciertos visuales mencionados, vale la pena señalar la composición de esas singulares tomas de perfiles de los tres investigadores principales, Lammark, Falco y Mackenzie en dos oportunidades, en la morgue y en un procedimiento. Por citar un ejemplo, y que también se haya apelado, con la excusa de la búsqueda del fantasmal misántropo exterminador, a escenas de enorme crudeza como las de la faenadora de carne, el matadero. Con ese atroz descuartizamiento explícito que se acomoda metafóricamente a la historia. Y que nos interpela a nosotros también; a toda nación carnívora del planeta, en realidad.

Nada es obvio o predecible en Misántropo, que persigue desesperadamente a un asesino implacable pero ambiguo, que paradójicamente, y a propósito de la última mención, deplora la masacre de animales. Entre otros detalles que describen a personajes realmente peculiares. Como Lammark, un hombre al que le gusta fraccionar sus alegatos numérica o alfabéticamente y que es capaz de inculcarle a Falco: “Sé una artista, no una policía”. Y el de ella, con ese vínculo tan particular con el agua, que la lleva a practicar natación como método relajante y acaso restaurador. En la primera escena en ese ámbito, se deja hundir casi hasta el fondo de la piscina y en la siguiente, la cámara la enfoca desde un punto de vista inesperado, de extraña belleza y sugestión. Esa mágica inversión al rodar bajo el agua produce imágenes casi oníricas que traen simbolismos acerca de su vida, sugiriendo quizás que se desplaza al margen de la superficie debido a su endiablado raciocinio y lucidez, y que a la vez naufraga a causa de su inestable existencia. Dentro o fuera del agua –incluyendo su propia bañera-, Falco fluye y se debate.

La película no sólo presenta una radiografía feroz del carácter insaciable e insalvable de la psicopatía, sino que va un poco más allá. En sus escenas culminantes, Misántropo aventura que acaso un ángel podría descender a los infiernos o un ser demoníaco aspirar a la redención. Ambos universos confluyen en este thriller tan despiadado como piadoso, desapacible e ingrato como compasivo.

No se puede negar que el cineasta argentino ha recibido variadas inspiraciones de colegas, y algunas imágenes y pasajes evocan quizás a nombres como los de Fincher, Shyamalan, Spielberg (hay un diálogo acerca de “Tiburón”), Jonathan Demme, Michael Mann; pero en todos los casos Szifron asimila esencias y reconfigura estilos.

Por otra parte no están ausentes los apuntes a artistas de rock: Falco cita con devoción una significativa frase de Kurt Cobain y una combi de reparaciones se llama Mike and The Mechanics, nombre del gran trío de Mike Rutherford, bajista de Genesis.

Las actuaciones son otro de los puntos altos de Misántropo, y la pareja protagónica descuella de principio a fin, especialmente Shailene Woodley, actriz joven con una excepcional capacidad de transmitir emociones. Su Falco conmueve en más de un pasaje del film, pero en el desenlace atraviesa el alma. Además ella estuvo involucrada al máximo con la manufactura del film ya que fue coproductora junto a Szifron. Mendelsohn por su parte es un actor de una personalidad imperativa, apenas irrumpe en escena demuestra de inmediato su condición de inspector del FBI y, dentro de ese rol tan definido, aporta numerosos matices a su labor. Impecables todos los roles secundarios, donde se pueden nombrar al espectral y sórdido Ralph Ineson, al versátil Jovan Adepo (el trompetista Sydney Palmer de “Babylon”) o el exacto y sensible Michael Cram.

La banda sonora de Carter Burwell aporta un leit motiv bello y sentido, entre otros apuntes musicales suyos que enmarcan las imágenes, algo sombrías, pero muy bien registradas por Javier Juliá.

No estamos, de todos modos, ante un film de denuncia o una obra con pretensiones filosóficas. Es simplemente un thriller, un policial. Pero a veces a través de estos géneros, acompañados por una realización brillante y comprometida, se puede arribar a un destino superior, tanto desde el punto de vista artístico como reflexivo.

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Amadeo Lukas – Periodista de espectáculos y crítico de cine. Miembro de APTRA, Asociación de Cronistas Cinematográficos y Premios Gardel. Cancionista.