Perteneció a una época del cine italiano en la cual esta poderosa industria entregaba a los espectadores una cantidad de estrellas propias de una constelación. Pero, entre todas, la luz de Gina Lollobrigida, quien murió a los 95 años, según confirmó la agencia ANSA, fue de las más fulgurantes. Esa estrella se acaba de apagar en Roma dejando un sentimiento de orfandad en el cine italiano.
La popular actriz había sufrido un percance doméstico que le provocó una fractura de fémur a pocos días de la elección de septiembre último, donde se candidateó por el partido Italia Soberana y Popular, una alianza apoyada por los restos de los otrora poderosos partidos comunista y socialista italianos. Era la segunda vez que se presentaba en la arena política luego de una candidatura dentro del socialdemócrata Partito Democratico que convirtió a Romano Prodi en primer ministro a mediados de los años 90, aunque no resultó electa.
Pero ya había sido elegida, y desde hacía décadas, como una de las máximas glorias del cine italiano quien además desembarcó con éxito en Hollywood. Junto a Sophia Loren y Claudia Cardinale integró la tríada de máximas bellezas del cine italiano de entonces. Contrariamente a lo que se cree, la actriz nunca ganó el Oscar ni estuvo nominada al máximo premio de la industria del cine.
Todo había comenzado en Roma cuando su familia arribó a la gran ciudad buscando un futuro mejor desde la Subianco natal, donde el negocio paterno había sucumbido bajo las bombas aliadas de la Segunda Guerra Mundial. Tercera de cuatro hijas, mientras sus hermanas trabajaban de acomodadoras en un cine, Gina conseguía una beca en el Liceo Artístico que le permitirá estudiar para luego ingresar como extra en el cine italiano. Tuvo variados breves papeles hasta que la ovación recibida en el concurso Miss Roma hizo que los flashes se posaran por primera vez sobre ella.
A partir de allí seguirá un lento pero constante ascenso al protagónico con varios títulos de impacto como Dos mujeres (Campane a martello, de Luigi Zampa); Vida de perro, de Steno y Mario Monicelli y las cinco películas que filmó en tan sólo un año: Alina, de Giorgio Pastina; La ciudad se defiende, de Pietro Germi; Caruso, leyenda de una voz, de Giacomo Gentilomo, con Ermanno Randi como el gran tenor en el biopic italiano que hizo frente a la versión mucho más popular rodada en Hollywood con Mario Lanza; La rebelde (Achtung Banditi!, ópera prima de Carlo Lizzani) y el papel que la llevará al estrellato en París: Fanfan la tulipe, de Christian Jacque, donde su sensual gitana deslumbra al Fanfan delineado por el gran astro del cine francés Gerard Philipe y que con su proyección en el Festival de Cannes convierte a Gina en la gran nueva estrella del cine italiano.
Francia se rinde a sus pies y el gran René Clair vuelve a convocarla para el rodaje de Beldades nocturnas, otra vez con Philipe y donde será la beldad protagonista. Casi en paralelo se niega a protagonizar La dama sin camelias, de Michelangelo Antonioni con el contrato firmado. Se inicia un juicio que gana al año siguiente: ese papel lanzará a la fama a Lucía Bosé.
Dos películas italianas (Las infieles y La provinciana) y dos habladas en inglés (Espadas cruzadas, donde secunda a Errol Flynn, y La burla del diablo, donde hace lo propio con Humphrey Bogart), enmarcarán el estreno de la película que la convierte en mito indispensable del cine: Pan, amor y fantasía, de Luigi Comencini, que además de la fama le brindará tanto el Nastro D’Argento como el Oso de Plata de la Berlinale y la nominación al Oscar como Mejor Película Extranjera. Ese papel de Maria, la bersagliera que debe lidiar con el brigadier Carotenuto de Vittorio De Sica la convirtió en el símbolo volcánico más fulgurante de la pantalla, donde su voluptuosa ingenuidad entregada a la comedia la convertía en una dicha lejana para los espectadores que la veían, en partes iguales, como un mito inalcanzable y como la muchacha más bella del barrio que podía ser la novia soñada.
Esa tan ingenua como cercana sofisticación marcada a temple por el carácter fue buena parte del talento que agigantó su fama. Para Hollywood será La mujer más hermosa del mundo, de Robert Z. Leonard, donde accede al papel de la soprano Lina Cavallieri pero también es coproductora. El éxito la convierte en superestrella y millonaria al mismo tiempo. A partir de allí se suceden los protagónicos junto a Burt Lancaster, Anthony Quinn, Yul Brynner, Frank Sinatra, Rock Hudson, Tony Curtis, Jean Paul Belmondo, Sean Connery, Alec Guinness, Jean-Louis Trintignant, Bob Hope, James Mason. También estelarizó títulos sin tiempo como El jorobado de Notre Dame (1956); Salomón y la reina de Saba (1958); Cuando hierve la sangre (1959); Tuya en septiembre (1961); Bellisimo noviembre (1968) y Saludos, señora Campbell (1968), argumento que inspiró el musical Mamma mia! y le brindó el David Di Donatello.
Aunque ya era una celebridad hollywoodense, nunca fue nominada al Oscar. Luego de papeles menores y de estar más abocada a su otra gran pasión como fue el fotoperiodismo, fulgurante retornó a las primeras planas al anunciarse su ingreso en la serie Falcon Crest como Francesca Gioberti. En los años 90 retornó a la TV y al cine en papeles menores, entre los que se destaca el homenaje al cine que Agnes Varda preparó en 101 noches con una pléyade de estrellas: Michel Piccoli, Marcello Mastroianni, Alain Delon, Anouk Aimée, Fanny Ardant, Jean-Paul Belmondo, Sandrine Bonnaire, Catherine Deneuve, Robert De Niro, Gérard Depardieu, Harrison Ford, Jeanne Moreau, Hanna Schygulla, Isabelle Adjani y Clint Eastwood. No podía faltar la Lollo, quien solo se lamentaba su ausencia en dos grandes papeles para el cine: la novia de Mastroianni en La dolce vita, de Fellini, y Viridiana, de Luis Buñuel. Su entonces esposo y manager, Milko Skofic, había rechazado esos papeles. Lollobrigida viajó a la Argentina en varias oportunidades, la más famosa fue la primera -en 1954- donde se construyó el mito de la foto desnuda junto a Perón. En 1985 la recibió Alfonsín; en 1992 almorzó junto a Mirtha Legrand y en 1997, finalmente estuvo en el Festival de Cine de Mar del Plata.
Para entonces su vida era un cúmulo de anécdotas –más lejanas que presentes– de amores, amantes, disputas, y más actuales en juicios y traiciones que se fueron acrecentando con el correr de los años en derredor de su inmensa fortuna. Mucho más moderna que el sitial que le brindó fama, también se interesó por la fotografía, el periodismo y la escultura, exponiendo en 2003 sus 38 esculturas de mármol y bronce en el Museo de Bellas Artes Pushkin de Moscú. Poco tiempo antes había sido nombrada embajadora de buena voluntad con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Todo sin dejar de lado su vocación política, que la llevó a la primera plana de los diarios por última vez. Pero Gina Lollobrigida, que acaba de morir en la Roma que tanto amó, había dejado de ser una actriz hace años pero nunca un poderoso mito de la época en la que el cine italiano era un firmamento de estrellas.
Sus visitas a la Argentina
1954. Su llegada a la Argentina se encuentra envuelta en dos grandes mitos: que vino en aquel entonces al Festival de Mar del Plata y que la fotografiaron con una cámara que permitía verla desnuda junto al entonces presidente Perón. Una es una inexactitud de la historia y la otra, una gran mentira. En primer término, porque el festival en ese año se desarrolló entre el 8 y el 14 de marzo de 1954 y Gina recién arribó al país en noviembre, aunque sí viajó a “La Feliz” como invitada del tren presidencial. Allí fue recibida por una multitud para luego conocer el complejo de Chapadmalal. Recibió el Cóndor honorario de la Academia de Cine argentina y el doctorado Honoris Causa de la UBA. En el caso de la fotografía, que circuló con fuerza de manera previa a la caída del peronismo, se la ve sin ropas junto a Perón y al ministro de Educación Armando Méndez San Martín en una burdo montaje fotográfico, que solía ser “explicado” por entonces en la combinación del nylon del vestido de Gina con la explosión del flash del magnesio y una película infrarroja. Con todo, la pose de los cuerpos y la posición de la cabeza de Lollobrigida son claros indicios de una manipulación.
1970. Fue invitada de honor del programa Sábados circulares de Mancera, donde el genial Pipo le organizó una especial velada en una de las, por entonces, populares cantinas del barrio de La Boca. Así Gina caminó la esquina de Olavarría y Necochea e ingresó a la Cueva de Zingarella en agosto de 1970 para presenciar un show de tango y folclore argentino con grandes figuras de la escena nacional: Estela Raval, Néstor Fabián, Ramona Galarza y los humoristas Gila y Juan Verdaguer. En todo momento se señala su “tímida presencia”, aunque el desconcierto del programa que se emitía en vivo es grande y cierta incomodidad de la diva es evidente.
1985. Enviada por la RAI a toda América para realizar un programa para la señal italiana con el show Domenica in –para el que entrevistó a Pelé en Brasil y a Sammy Davis Jr. en los Estados Unidos– la diva llega una vez más a nuestro país para hacer el mismo circuito de entrevistas: aquí los elegidos fueron el quíntuple campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio y al entonces presidente Raúl Alfonsín.
1992. “Vamos a recibir a una figura internacional, a una mujer realmente encantadora, monísima, que ha sido y sigue siendo una número uno en el mundo que nos visita después de bastantes años”, decía Mirtha Legrand en uno de sus almuerzos, segundos antes de anunciar su nombre y que la diva italiana descendiera la pequeña escalera que como recurso escenográfico enmarcaba la acción. Almorzó a solas con Mirtha recién llegada desde Roma y, dos días más tarde, recibió un agasajo en la Quinta de Olivos del entonces presidente Menem.
1993. El 18 de marzo de 1993 la revista Caras anunciaba la presencia de la estrella italiana una vez más en Buenos Aires. Ahora sería el programa de Susana Giménez que enmarcará su visita estelar. Además, por entonces, la actriz iba a formar parte del elenco de la telenovela Más allá del horizonte. donde reclamaba para sí el papel protagónico, acompañando a un musculoso Osvaldo Laport. Poco después abandonaba el Alvear Palace Hotel y regresaba a Italia señalándose “un pico de presión”. A comienzos de 2019 para el programa Por si las moscas de la Radio de la Ciudad, el productor Omar Romay contó los detalles de toda esa complicada trama acaecida en Buenos Aires un cuarto de siglo atrás.
1996. Cuatro décadas más tarde, Lollobrigida vuelve a la ciudad de Mar del Plata ahora sí para visitar su recién recuperado Festival Internacional de Cine. Arriba al aeropuerto de Camet en un vuelo de Austral donde fue recibida por autoridades locales, representantes del festival y las cámaras del canal 10 de la ciudad para una inauguración que contó con impostado glamour y un agasajo como la actriz más popular que concurrió a esa primera edición de 1954 en la que nunca estuvo.
Fuente: Pablo De Vita, La Nación