“Hay una escena en apariencia trivial, pero que espero que no haya pasado inadvertida en la película, porque es muy importante para mi concepción del western y es cuando después de una noche de orgía se los ve a Ethan Hawke y a Pedro Pascal, a la mañana siguiente, haciendo juntos la cama. Creo que eso, apenas dos hombres recogiendo las sábanas y haciendo una cama, no se había visto nunca antes en un western”. Quién habla con esa naturalidad y ese desenfado, por supuesto, es Pedro Almodóvar, que trajo al Festival de Cannes, en función especial fuera de concurso, su flamante cortometraje Extraña forma de vida, al que acompañó con una charla-show en la inmensa sala Debussy, donde el público no cesó de aclamarlo, como si fuera una estrella de rock.
De apenas 31 minutos, Strange Way of Life (la película fue rodada en España pero en inglés), está planteada, como el mismo Almodóvar lo reconoció, a la manera de un western clásico. “No quise hacer un spaghetti western como los que se filmaban en mi país y que a partir de los que hizo Sergio Leone con Ennio Morricone revolucionaron el género”, explicó Almodóvar. “Mi intención siempre fue hacer un western clásico, pero a mi modo”. Que es un modo declaradamente queer. Un jinete (Pedro Pascal) cabalga por el desierto hasta llegar a un pueblo polvoriento para encontrarse con el sheriff local (Ethan Hawke), con quien tiene que saldar viejas deudas. Veinticinco años atrás, trabajaron juntos como pistoleros a sueldo y también se amaron, hasta que la vida los separó. Pero la razón que motiva el reencuentro no es solamente romántica. El destino ha puesto de nuevo las armas en sus manos, pero ahora para enfrentarse el uno contra el otro.
“Siempre amé al western y siempre me llamó la atención que a pesar de ser un género eminentemente masculino, donde las mujeres tienen un rol secundario, nunca se hablara del deseo de esos hombres que pasaban tanto tiempo juntos”, siguió Almodóvar en su show unipersonal (a pesar de tener a Ethan Hawke a su lado). “Era algo que por supuesto era ajeno al género en su período clásico, pero que a veces yo descubría en las miradas de los personajes; en esas miradas veía el deseo de un modo mucho más explícito que en los films que se hicieron mucho después. Y entonces quise recrear esas miradas plenas de sexualidad”.
Para el director de Matador y La ley del deseo, “en muchas de mis películas hubo sexo explícito, pero pasa el tiempo y cada vez me da más pereza hacer esas escenas, quiero mostrar el placer de otro modo. No me interesaba mostrar desnudos. En la escena del reencuentro, durante la cena entre esos dos hombres, quería en todo caso desnudar sus miradas y sus voces, porque a la máxima desnudez se llega muchas veces con un primer plano. Es un western muy abstracto: aíslo a estos dos personajes en una situación muy particular, que a su vez se convierte en otra. Parecería que vuelven a unirse para amarse, pero no: cada uno tiene una segunda intención”.
En la charla, también se habló de la fidelidad al género, pero también al modo de Almodóvar. “Es mi primer western y lo he hecho como cualquier otro género que he abordado, con seriedad, tratando de no cometer anacronismos para que los estadounidenses, que son quienes lo crearon, no me dijeran que había errores en ninguna de las imágenes”, destacó sobre la dirección de arte, que corrió por cuenta de la argentina Clara Notari, colaboradora habitual del director.
Pero también hay que decir que Extraña forma de amar (el fado “Estranha forma de vida” se escucha en la versión de Caetano Veloso cuando el jinete misterioso llega al pueblo) es el primer western donde los cowboys están vestidos por Saint Laurent, empresa también productora del cortometraje. Y sobre eso también se explayó Almodóvar, con su habitual erudición cinéfila. “La realidad es que en el Oeste americano todo era muy sucio y feo, empezando por la ropa, que era horrible. Pero fue Hollywood el que creo la épica y la estilización del western. Y también le puso color, que es algo que yo necesitaba. Por ejemplo, después de ver y rever muchos westerns descubrí uno de Anthony Mann, Bend of the River, en el que James Stewart tiene una chaqueta verde. Y entonces decidí que Pedro Pascal luciera una igual, porque así nadie me iba a poder decir que eso no era posible, que no existía. En el caso del personaje de Ethan Hawke fue más sencillo, porque en el western clásico el sheriff muchas veces está muy bien vestido, con traje de tres piezas, corbata de lazo y chaleco fantasía”.
Extraña forma de vida no es el primer film hablado en inglés ni el primer cortometraje de Almodóvar, que ya había presentado La voz humana, su versión del monólogo de Jean Cocteau protagonizado por Tilda Swinton, en la Mostra de Venecia 2020. Pero a diferencia de esa experiencia anterior, aquí el director se permite mayores libertades, a pesar de las convenciones del género. Y afirma que el western, lejos de estar muerto, como tantas veces se dijo, sigue vivo, en gran parte gracias a directoras mujeres. “Me llamó mucho la atención El poder del perro, de Jane Campion, donde la sexualidad del protagonista es muy ambigua, pero es mucho lo que se insinúa. Y otra película que me gustó mucho fue First Cow, de Kelly Reichardt, donde también hay algo de eso en la amistad de los protagonistas”. ¿Y Secreto en la montaña, que siempre se menciona como un hito del western gay? “Sí, quería que al final, el parlamento de Pedro Pascal fuera una respuesta o una continuación de la relación entre Heath Ledger y Jake Gyllenhaal. Cuando el personaje de Pedro se pregunta qué pueden hacer dos cowboys en un rancho y se responde ‘Cuidarse, protegerse’ se remite a lo más básico del sentimiento humano.”
Pero no todos fueron aplausos en los primeros dos días de Cannes. Rey indiscutido del circuito de festivales internacionales, el evento que cada mayo concentra a la realeza (y a sus cortesanos) del cine mundial, este año Cannes decidió asumir esa condición de privilegio y presentó en el Palais des Festivals, como film de apertura, Jeanne du Barry, superproducción histórica ambientada en la corte de Luis XV (1710-1774) filmada casi íntegramente en el Palacio de Versalles.
Llamado el “Bien amado”, por su prolífico harén de amantes, Luis XV tuvo una en particular, Madame Du Barry, que no sólo fue su favorita sino también una mujer de una notable influencia en su tiempo, capaz de revolucionar los rígidos protocolos de la corte, empezando por el hecho, no menor, de que ella era hija ilegítima de una cocinera y un fraile, una mujer que había ascendido socialmente como prostituta de lujo gracias a los buenos oficios de un proxeneta de la corte, el conde Du Barry.
Producida, dirigida y protagonizada por Maïwen, una figura muy popular en Francia pero casi desconocida fuera de su país, Jeanne du Barry es eso que los anglosajones llaman un “vanity project”, un producto concebido para gloria y loor de la actriz, que no tiente pudor en presentarse como femme fatale y seductora infalible sino también como intérprete dramática de fuste, cuando las hijas del rey –presentadas como unas cotorras maliciosas- hacen todo lo posible por expulsarla de la corte.
No deja de ser paradójico que un festival como Cannes, que ha hecho toda una causa de su enfrentamiento con Netflix, haya elegido para su apertura una película coproducida por la plataforma, que en este caso accedió a estrenar en salas de Francia antes de mostrar el film a sus abonados. En todo caso, Jeanne du Barry sintoniza a la perfección con el filón dedicado a las realezas del Viejo Mundo –desde The Crown hasta la flamante Reina Charlotte– que Netflix descubrió entre sus consumidores, al que ahora viene a sumarse la película de Maïwen.
Film-gâteau, torta empalagosa que usa y abusa de las fastuosas locaciones versallescas y de un despliegue de pelucas y vestuarios que lo convierten en un vulgar desfile de modas, Jeanne du Barry intenta disfrazar su reaccionarismo detrás de una máscara progresista, en tanto hace de su protagonista una víctima de su época, una suerte de feminista avant-la-lettre, una mujer sexualmente liberada y de fuerte carácter independiente.
Una paradoja es que en este contexto, Maïwen haya decidido exhumar a Johnny Depp de su infierno personal luego de su sonado conflicto judicial con su ex Amber Heard, quien lo acusó de “abuso doméstico”. Y su aparición en Cannes provocó un alud de críticas del feminismo francés y de la prensa estadounidense, siempre propensa a enviar al cadalso a toda estrella caída del firmamento mediático. Esto llevó al delegado general de Cannes, Thierry Frémaux, a una encendida defensa no tanto de Depp (que está muy digno como actor, quizás porque su habitual hiperhistrionismo aparece ahora apagado por cierta melancolía o cansancio) sino del festival mismo. “Si ustedes pensaran que este es un festival para violadores (ndr: en referencia a unas declaraciones de la actriz francesa Adèle Haenel), no estarían aquí escuchándome, y no se quejarían de que no pueden conseguir entradas para entrar en las proyecciones”, señaló en una sulfurosa conferencia de prensa. «No me siento boicoteado por Hollywood -mintió a su vez el actor- porque no pienso en Hollywood. Yo mismo no tengo mucha más necesidad de Hollywood».
Fuente: Página 12