Enfrentarse a una ficción cuya trama gira alrededor de una nueva gripe cuya mortalidad es de un 99 por ciento, en este contexto, es cuando menos inquietante. Basada en el libro homónimo de Stephen King, esta miniserie cuenta qué sucede luego de la aparición de un virus respiratorio que lleva la humanidad al borde de la extinción, y cómo es el nuevo orden social al que se enfrenta un grupo de supervivientes.
La vida transcurre con normalidad en un pueblo de Estados Unidos, hasta que aparece una gripe que contagia a altísima velocidad, cuyos síntomas iniciales no son más que una tos y algo de decaimiento. Pero la acción da un salto al futuro, y se revela que esa influenza terminó por matar a miles de millones de personas alrededor del mundo. De ese modo, The Stand comienza una narrativa en dos planos: un pasado en el que la humanidad debe enfrentarse a una pandemia que mata a todo a su paso, y un presente enfocado en un versátil grupo de sobrevivientes. En ese contexto, la aparición de hombres y mujeres inmunes al virus podría ser la respuesta para elaborar una vacuna, pero ese deseo no llega a concretarse.
Los pocos supervivientes a la misteriosa enfermedad se reagrupan en comunidades con el fin de ensayar un mundo que se acerque a la vieja cotidianidad. Sin embargo, los paisajes con millones de muertos les recuerdan una y otra vez que la vida en la tierra es una pesadilla ineludible. Esa nueva realidad pronto da paso a miserias, egoísmos y traiciones de todo tipo. Y por sobre ese caos, dos poderosas entidades, una abocada al bien, y otra al mal, comenzarán una lucha. Ambas fuerzas se manifiestan de formas distintas, y guían la mano de los sobrevivientes para defender sus propios objetivos.
Es indudable que The Stand impacta por lo cercanas que resultan algunas de sus imágenes. Desde luego que la realidad está muy lejos de este drama, pero pequeños pasajes de la trama nos interpelan más de lo que quisiéramos. Para entender eso basta con mirar varias escenas del primer capítulo, que incluyen a autoridades sanitarias alertando sobre una gripe que se propaga velozmente, preocupación ante la aparición de casos positivos, ansiedad por dar con una vacuna que le ponga freno a la pandemia, o la preocupación ante una simple tos. Y partiendo de esos elementos, la ficción retrata la vida de un grupo de sobrevivientes que pueden encontrarse ante el final, o ante el renacimiento del mundo tal cual se lo conoce.
Muchas series de esta línea intentan golpear fuerte desde el minuto cero. Ese primer paso hacia una nueva historia necesita ser contundente y lo suficientemente atractivo para dejar al espectador enganchado con la propuesta. Esa es la lección que dejó Lost, otra ficción que sigue haciendo escuela y de la que The Stand toma varios elementos. El director Josh Boone entrega un piloto que respeta el abecé de esa fórmula. Siguiendo ese esquema, el primer capítulo muestra a un protagonista noble en sus propósitos, una amenaza desconocida que arrasa todo a su paso, la promesa de varios secretos por revelar, varias figuras misteriosas y por sobre todas las cosas, un verdadero desfile de escenas escabrosas.
Pero ese cúmulo de ingredientes, algunos un poco amontonados, deja como efecto indeseado una despareja galería de personajes. Stu (James Marsden), mantiene un recorrido de gran interés, mientras que la trama centrada en Harold (Owen Teague) y Frannie (Odessa Young) resulta mucho menos atractiva. Por último, las representaciones del bien y el mal (encarnadas por Whoopi Goldberg y Alexander Skarsgard respectivamente) son de los aspectos más prometedores, que la historia tiene el deber de saber capitalizar. De esa forma, con sus altos y bajos, The Stand se ubica ante el desafío de cumplir con aquello que tanto entusiasmó de sus episodios iniciales, algo tan visto (pero siempre fascinante) como la construcción de una nueva humanidad. De cumplir el objetivo, sin lugar a dudas se convertirá en una de las miniseries más atractivas de este 2021.
Fuente: La Nación