Casas excéntricas. Construcciones porteñas que parecen de otro mundo

Un castillo medieval, un piso con observatorio astronómico y otras construcciones audaces para sus épocas, muchas declaradas patrimonio de la ciudad, con dueños peculiares e historias curiosas.

En la imagen de portada: El castillo de La Boca, de estilo catalán, adornado con almenas y figuras geométricas.

Ajena a cualquier clasificación, la mezcla es lo que define a la arquitectura de Buenos Aires. Hay pedacitos de Europa en cada barrio, en cada calle. Incluso en los más modestos y alejados del centro – donde se concentran– sobrevive algún edificio que sorprende por su estilo o por la pericia del proyectista para llevar al plano las fantasías de su cliente. Cada cuál más armonioso, excéntrico, fastuoso, audaz. Cinco ejemplos arbitrarios de esa heterogeneidad, construcciones que además de valor patrimonial conservan, por su historia, un significado especial para los vecinos.

Muerte en la torre

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El castillo de La Boca. (1915 – Arq. Guillermo Álvarez)

Difícil imaginar un castillo con foso y puente levadizo en La Boca, sin embargo, en la zona existen edificios que recrean el encanto de esa tipología, como el ubicado en las calles Almirante Brown, Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós. Fue proyectado en 1915 por el arquitecto Guillermo Álvarez, considerado entre los pioneros del modernismo catalán en la Argentina y autor de varias obras emblemáticas. Actualmente es más conocido por la residencia que diseñó a pedido de María Luisa Auvert Arnaud, hacendada de la localidad de Rauch que quiso homenajear sus raíces catalanas. El inmueble es un triángulo rematado por una torre adornada con almenas y figuras geométricas que se continúan en la azotea, otorgándole al conjunto un aire medieval inconfundible. Son dos cuerpos de distintas alturas con acceso por el boulevard Pérez Galdós, uno de los más angostos de la ciudad. Cuentan que entusiasmada con su nueva morada hasta trajo plantas de España para ambientarla, pero luego de un año la mujer decidió volver al campo y rentar los cuartos. Al tiempo una inquilina se suicidó arrojándose desde la torre, de ahí lo de “Torre del fantasma”. Otra obra de Álvarez para visitar es la imponente vivienda colectiva de avenida Entre Ríos al 900.

No hay sueños imposibles

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Edificio No hi ha somnis impossibles. (1907 – Ing. Eduardo Rodríguez Ortega)

La figura de Antoni Gaudí dejó huella en dos edificios atribuidos al ingeniero argentino Eduardo Rodríguez Ortega: el Palacio de los Lirios en avenida Rivadavia 2027 (con profusión de tallos y flores de mampostería en la fachada), y el que forma esquina con Ayacucho, frente al Congreso. Construido para renta en 1907, consta de local con entrepiso en planta baja más cuatro pisos de departamentos y terraza coronada por una cúpula semejante a una piedra preciosa.

Esta joya dividida en tres niveles aloja una recepción, más arriba un dormitorio y, en el último nivel, sorpresa: un telescopio para ver las estrellas. Alrededor destacan las figuras de tres guerreros idénticos a los de la Casa Batlló, en Barcelona, y una reja que imita la Puerta del Dragón de la finca Güell, también creación de Gaudí. En 1999, habiendo soportado tormentas y abandonos, los propietarios del cuarto piso encargaron la restauración al arquitecto Fernando Lorenzi, que hizo una tarea impecable. Para cerrar las aberturas de la cúpula se usaron 952 piezas de vidrio espejado, y la única licencia que se permitió es una frase en catalán en honor al genio inspirador: “No hi ha somnis impossibles” (no hay sueños imposibles).

Alguien se olvidó un niño

Palacio Dassen (1914 – Arq. Alejandro Christophersen)

El Palacio Dassen es propiedad y sede de la Asociación Argentina de Actores desde 1983.
El Palacio Dassen es propiedad y sede de la Asociación Argentina de Actores desde 1983.

En 1914 el ingeniero Claro Cornelio Dassen le encargó al arquitecto Alejandro Christophersen una casa con observatorio astronómico propio. Ahora ocupada por la Asociación Argentina de Actores, su rareza incluye el hecho de que fue levantada con la técnica de hormigón armado, novedosa entonces, además de albergar un gran mural de Raúl Soldi en su interior. Sobre un lote chico, el autor distribuyó 2000 metros cuadrados en seis niveles, tres destinados a la torre con su pesado telescopio. Mezcla de beaux arts y art nouveau, por dentro -según el arquitecto Mederico Faivre, que en 1980 la puso en valor – es un edificio complejo, “excitante y cargado de un clima esotérico” decía en una nota para este diario. “La dificultad para abordarlo era justificada, ya que posee un sinnúmero de recursos escenográficos e ilusionistas magistrales. A esto se sumaban entrepisos semisecretos, falsas puertas, triples alturas y la dramática luz central de la lucarna de siete metros por siete del hall principal, el espacio de mayor atracción”. Cuenta la leyenda registrada por Pablo Bedrossian en su blog que, en ocasión de ver un eclipse, los Dassen invitaron a un grupo de amigos entre los que estaba un científico con su pequeño hijo. La comitiva subió a la torre, pero apenas anunciaron que había champagne bajó a toda velocidad. Algo mareado por las copas el hombre regresó a su casa y advirtió que le faltaba el menor. Volvió a buscarlo a altas horas de la noche. El niño seguía absorto mirando el cielo.

Fin de fiesta

El Palacio de los Bichos. (1895 – Ing. Alberto Muñoz González)

Gárgolas, relieves y figuras de animales góticos custodiaban sus cuatro fachadas, convirtiéndolo en un extraño monumento en plena pampa baldía que era entonces Villa del Parque. Ubicado en un lote próximo al ferrocarril, la construcción comenzó en 1895 y estuvo en manos del ingeniero Alberto Muñoz González (español de Toledo), según las crónicas de Isabelino Espinosa, memorioso vecino de 101 años. La residencia habría sido encomendada por un acaudalado inmigrante italiano como regalo de bodas para su única hija. Tiene cuatro pisos recorridos por miradores, balcones y torreón desde donde la familia alcanzó a ver el paso del cometa Halley, pero el joven matrimonio nunca llegó a mudarse.

El palacio de los Bichos y sus historias de fantasmas
El palacio de los Bichos y sus historias de fantasmas

Luego de la fiesta de casamiento el 1° de abril de 1911, cuando se disponían a partir de luna miel en coche fueron atropellados por un tren de carga que llegaba a la estación, sin luces. Devastados, los padres de la novia regresaron a Italia y en las décadas siguientes la propiedad cerrada sufrió saqueos, hasta que fue vendida y convertida en edificio de departamentos. De ser verdad o ficción su historia, lo cierto es que los “bichos” desaparecieron y el palacio sigue siendo un tesoro del acervo barrial.

Sin novedad en el frente

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Casa Virasoro (1925 – Arq. Alejandro Virasoro)

La vocación de Alejandro Virasoro era firme: su padre no quiso que estudiara arquitectura, y luego en la facultad un profesor no le permitió rendir el examen final un año antes (pero lo dio, y aprobó). Tiempo después, la crisis de 1930 lo obligó a vender su casa y a cerrar el estudio. Sumado a eso, tenía ilustres detractores. “Los reticentes cajoncitos de Virasoro, que para no delatar el íntimo mal gusto, se esconde en la pelada abstención” habría escrito Jorge Luis Borges en el Evaristo Carriego.

Otros, igual de aferrados a las tradiciones, hablaban de su trabajo ironizando con el título de la novela Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque. Gracias a que siguió su instinto y desoyó las críticas, se consagró como el primer argentino en adherir a los postulados de las corrientes renovadoras que marcaron el siglo XX. En 1925 proyectó su casa de Agüero 2038 y el inmueble contiguo, donde montó la oficina. Dicen los entendidos que fue la primera residencia particular de estilo art déco importante de Buenos Aires. Indispensable detenerse a admirar ese “cajoncito” de sobrias ornamentaciones y balcón pentagonal, con una planta funcional acorde a las tendencias que Virasoro defendió. Ambas propiedades fueron declaradas Monumento Histórico Nacional.

Fuente: Marina Gambier, La Nación.