Daniel Guebel. «Las redes sociales son una pérdida completa de tiempo real»

El prolífico escritor, ganador del Premio Nacional de Novela por El absoluto, acaba de publicar un nuevo libro que conjuga erotismo, exotismo y humor

De no ser escritor, Daniel Guebel, ganador del Premio Literario de la Academia Argentina de Letras en 2017 y el Premio Nacional de Novela 2018 por El absoluto, su «novela rusa», hubiera encarado un sinfín de profesiones: astronauta, guardaparques, astrofísico, matemático, explorador y cantante de rock. Quiso la suerte que en 1987 publicara Arnulfo o los infortunios de un príncipe que, para usar un eufemismo, sorprendió a la crítica de entonces y, dos años después, La perla del emperador, con la que ganó el Premio Emecé. Entre aquellas novelas ambientadas en épocas y lugares remotos y Un crimen japonés (Literatura Random House), su nueva novela, hay varios puntos de contacto; uno de los más evidentes, y que caracteriza el estilo guebeliano, es la amalgama de erotismo, exotismo y humor que recorre sus páginas. Durante 2020, según cuenta este escritor porteño, se encerró, leyó, vio series, dio talleres literarios, escribió columnas semanales, esperó el cese del confinamiento, engordó y empezó a escribir una nueva novela.

-En varias de tus ficciones hay un acercamiento a lo oriental, un Oriente a medias verosímil, ¿por qué?

-La Argentina es una colonia pero no sabemos qué imperio la gobierna; la pregunta por la identidad o la búsqueda de alguna en particular (en el fútbol, en el tango, en el lenguaje) me lleva naturalmente al extravío, a un orientalismo siempre acechado por las inflexiones locales. Tras el velo que proporciona la cortina oriental, hay otra patria, pero no se sabe bien cuál es. O estoy allá para venir hasta acá. Como lectores y pobladores, nosotros también estábamos en una costa bárbara.

– Algo característico en tu obra (y en la de otros autores de tu generación) es el humor, ¿por qué ahora la literatura se asocia con la solemnidad o con la necesidad de denunciar?

-Vivimos un proceso de decadencia que parece infinito (aunque uno siempre tiene ilusiones puestas en el milagro de la resurrección); en ese contexto, supongo que muchos autores quieren aferrarse a una verdad constatable o constatada de antemano por aquellos que considera sus lectores, a los que no quiere decepcionar con la ligereza que supone el humor.

-¿Pensaste que la literatura te podía «salvar» de algo, lo que fuera, una existencia rutinaria, la miseria, el tedio?

-Sí. No me salvó de nada de eso, pero me dio una causa por la cual vivir. Hay otras, claro.

-¿Pasaste alguna vez una temporada larga sin escribir?

-Sí. Tres años. Creía que no escribía nada, anotaba cosas, leía muchísimo, y al final me di cuenta de que tenía tres libros entre manos. La espera desesperada no es nada agradable, detesto el aburrimiento que me invade cuando no tengo nada por escribir y le tengo miedo a la sensación de disolución que acompaña esos tiempos. Que luego pueden ser pensados como fructíferos, retrospectivamente.

-Pensé que en algún momento escribirías una novela pornográfica.

-Siempre quise escribir todos los géneros (me faltan las memorias, el diario y el ensayo), así que en mis ensoñaciones no podía faltar esa clase de novela; fui lector, en su momento, de algunos libros de la colección erótica La Sonrisa Vertical, y en realidad me interesa el erotismo en la literatura, básicamente en la relación erótica con el lenguaje, que es inescindible de la escritura, porque supone progresión, evolución, tiempo, gasto, agotamiento, recuperación. En cambio, la pornografía no parece más que un arte tosco y con pocas combinaciones (su máximo exponente al respecto sigue siendo el marqués de Sade) y sus resultados, tanto en libros como en películas y videos, no parece superar el interés que tenían las viejas carnicerías, con las reses colgadas y en exposición.

-¿Te interesan los avatares de la política local?

-Sí, mucho. Como forma y procedimiento. Nunca participé en política y diría que tengo muchas convicciones parciales pero ningún argumento verdadero para sostenerlas, salvo el elemental de que debería servir para mejorar la vida de la gente, corregir las injusticias y, ahora, preservar el planeta. Pero siempre la contemplé con mucho interés, sobre todo en aquellos períodos donde no todo podía ser dicho, y uno debía leer entre líneas, deducir el sentido de las alusiones y los silencios. Me parece que en realidad no estoy respondiendo sobre política sino sobre el modo en que el periodismo la cuenta, solo que ahora el periodismo político no existe más, sino la militancia por una u otra posición, con posiciones tomadas de antemano.

-¿Ves series y usás redes sociales o pensás que son una pérdida de tiempo?

-Sí, las redes sociales son una pérdida completa de tiempo real, una posibilidad de conquista sentimental, y un espacio para que arrojen botellas al mar los náufragos de la vida y para que los estúpidos presuman de ingeniosos. Con su inmediatez, además de volver megamillonarios a sus inventores, cometieron un crimen: eliminaron el uso de la correspondencia. Ya no hay cartas que uno espera, sintiendo el peso y el paso del tiempo; ya perdimos para siempre la deliciosa sensación de que una carta se desliza bajo la puerta. Veo series, sí. Son, en su mayoría, versiones de alta calidad de las telenovelas, con actores en la misma inverosímil impostura con la que Leonor Benedetto estiraba deleitosamente sus momentos en Rosa de lejos. Veo series para pasar el tiempo, para ver cómo se las arreglan los guionistas para sostener el interés con los materiales con los que deben trabajar.

-¿Tolerás las críticas negativas de tus libros?

-Bueno, de Un crimen japonés no salió ningún comentario en ninguna parte; eso me parece menos tolerable que un comentario adverso. Cuando salió mi primera novela, la primera crítica que apareció (y luego hubo una seguidilla de apuñalamientos) empezaba diciendo algo parecido a esto: «No se entiende cómo a esta altura de la civilización se talan árboles para hacer papel con el que se publican libros como este». A partir de entonces sentí que ya había sido vacunado. Solo una vez me irrité mucho, hace muchos años, y después, releyendo la cruel, sangrienta crítica, me pareció que si invertía su negatividad podía deducir mi poética. No sé quiénes son los mejores: creo que en general todos los que leen y comentan mis libros son muy generosos conmigo.

-¿Los editores ahora son más importantes que los escritores?

-El editor es un escritor fantasma, porque escribe en el mercado los libros que se publican. Por lo tanto, en un sentido amplio, define lo que es la literatura. Pero para que adquiera ese poder tiene que haber escritores que busquen publicar su obra, por lo tanto, pongamos 50 y 50, como un matrimonio bien avenido.

Fuente: La Nación