De París a Marruecos: María Kodama y las imperdibles anécdotas con el Borges viajero

La viuda del autor de “Ficciones” recuerda desde el abrazo Borges-Cortázar en el Louvre hasta las largas y frías noches en el desierto.

-Me parece, María Kodama, que entre las cosas maravillosas que te pasaron junto a Borges, y después de su muerte también, fue conocer y tratar a grandes figuras de la literatura mundial. A Julio Cortázar lo encontraron en París. ¿Cómo fue aquello?

-Estábamos con Borges en el Louvre, mirando la pintura El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch (El Bosco), cuando veo que se está acercando un señor de unos dos metros de alto; desde lejos lo reconozco. Le digo a Borges: «Ahí viene Cortázar». Ellos estaban en las antípodas en materia de ideas políticas y Borges me dice: “Usted querrá saludarlo”. Como usted quiera, le contesto. Entonces Cortázar llega, lo abraza a Borges y le dice entusiasmado: “Maestro, nunca me puedo olvidar de que fue usted quien publicó mi primer cuento”. (Se trataba de Casa tomada, aparecido en 1946 en la revista Los anales de Buenos Aires, que dirigía Borges). Y así fue cómo se abrazaron y quedaron estupendamente bien entre ellos.

María Kodama, hoy, en el Jardín Japonés: sutil y elegante. Foto: Ariel Grinberg

María Kodama, hoy, en el Jardín Japonés: sutil y elegante. Foto: Ariel Grinberg

-Sé que tuviste una entrañable amistad con Aurora Bernárdez, ex mujer de Julio Cortázar, y ex mujer también de Alberto Girri. Aurora era una excelente traductora, culta e inteligente, y luego fue albacea de la obra de Cortázar.

-Con Aurora Bernárdez tuve una linda amistad. Ella fue la que me pasó el dato de un agente literario en el cual podía confiar, y que sigue siendo el agente de Borges. Aurora era maravillosa: cuidó, como si fuera una hija, a Carol Dunlop, la última mujer de Cortázar, cuando se enfermó. Y cuando le preguntaban cómo podía hacer eso (ya que Carol le había sucedido a ella en el amor de Cortázar), contestaba: “¿Por qué no? Ella no me lo sacó a mí”. Y más tarde, cuando Cortázar quedó viudo y se enfermó gravemente, Aurora también lo cuidó hasta el final y fue su heredera universal.

-¿Y cómo fue el encuentro con Marguerite Yourcenar, autora de «Memorias de Adriano», «Alexis o el tratado del inútil combate» y «Cuentos orientales», entre otras obras?

-La primera vez que la vi fue en la Universidad de Harvard, en los Estados Unidos, cuando fueron premiados ella, Borges y la cantante lírica Jessye Norman. Luego, coincidimos en varios viajes que hicimos con Borges. El me pedía que hablara con ella por teléfono: yo no me animaba , porque había que hacerlo en francés, pero finalmente yo accedía.

-¿Dónde fue el reencuentro?

-En Ginebra, cuando Borges ya estaba enfermo, Yourcenar fue a visitarlo. Fue muy emocionante. En el hotel, cuando supieron que ella vendría, el gerente me preguntó si “Madame Yourcenar también estaba enferma” y le contesté que no, que aquello no iba a ser un hospital. Ella no había terminado aún su último libro y al regresar de esa visita se puso a escribir un ensayo sobre Borges. Con ese texto, que apareció en varias revistas, concluyó su último libro, que iba a ser el póstumo, Peregrina y extranjera (En pélerin et étranger). Después de la muerte de Borges, volví a verla. Un día nos encontramos en París y tomamos el té juntas. Fue muy buena conmigo, muy positiva. Esa fue la última vez que la encontré y al poco tiempo, en 1987, murió.

Viajera. Kodama acompañó a Borges en todos sus últimos viajes. Foto: Ariel Grinberg

Viajera. Kodama acompañó a Borges en todos sus últimos viajes. Foto: Ariel Grinberg

-El ensayo de Yourcenar del que hablás se tituló «Borges o el vidente» y es un extenso estudio sobre él y su universo. En ese texto, Yourcenar dice que vos eras: “Esa joven dulce, discreta y encantadora que ha sido el contrapeso de su noche”. ¿Qué dirías de ella? ¿Recordás cómo estaba vestida en aquel encuentro?

Me impresionaron su serenidad y su firmeza. Hablaba desde una forma muy profunda de la serenidad. El día en que la vi por última vez, estaba vestida con un traje y llevaba un chal; era muy clásica.

-¿Borges la había leído?

-Yo le leí partes de Memorias de Adriano y a él le interesó mucho su estilo. Fue lo que más le atrajo: su estilo le pareció maravilloso.

-Leyendo «Atlas (libro de viajes de Borges con Kodama)», me enteré de que también tuvieron un encuentro con Robert Graves en Deyá, en la etapa final de Graves. ¿Qué fue lo que más te impactó de ese enorme escritor, autor de «Yo, Claudio», con su mente ya tan ausente ?

Cuando estuvimos en Deyá (Islas Baleares), Borges quería verlo a Robert Graves, que ya estaba muy enfermo. Hubo gente que nos recomendó que no lo viéramos, pero Borges me insistió que quería visitarlo. Fuimos. Salió a nuestro encuentro su mujer, con un gato de Abisinia en los brazos. Yo amaba los gatos de Abisinia y hablamos de esos gatos. Luego, ella nos hizo pasar. En el salón, estaba Graves, sentado. Fue impresionante, porque alrededor de él había más de veinte personas: familiares y gente de todas las edades, algunos de pie, otros sentados y todos en silencio. Graves ya no podía hablar. Su mujer se acercó y le dijo: “Aquí vinieron Borges y su mujer, María”. Se ve que él lo entendió porque le dio la mano a Borges y luego me besó la mano a mí. Y la gente, alrededor, en silencio, adorándolo como a un Dios. Era como estar en una iglesia: había tanta devoción. Y Graves, sentado, con una camisa celeste y un pantalón oscuro. Fue tan emocionante.

Tras aquel encuentro, Borges escribió un texto titulado «Graves en Deyá», que está en «Atlas» y comienza así: “Mientras dicto estas líneas, acaso mientras lees estas líneas, Robert Graves, ya fuera del tiempo y de los guarismos del tiempo, está muriéndose en Mallorca. Nada más lejos de una lucha y más cerca de un éxtasis que aquel anciano inmóvil, sentado, a quien acompañaban su mujer, sus hijos, sus nietos, el más pequeño en sus rodillas y varios peregrinos de diversas partes del Mundo (entre ellos, creo, un persa). El alto cuerpo seguía cumpliendo con sus deberes, aunque ni veía, ni oía, ni articulaba una palabra; el alma estaba sola”.

Madrid, 1980. Cuando Borges fue a recibir el Premio Cervantes acompañado por Maria Kodama. Foto: AP

Madrid, 1980. Cuando Borges fue a recibir el Premio Cervantes acompañado por Maria Kodama. Foto: AP

-Tuviste una linda amistad con el escritor español Juan Goytisolo, ganador del Cervantes, al que visitabas en su casa de Marruecos. ¿Cómo eran esos encuentros?

-A Juan lo conocí en Buenos Aires, cuando vino aquí con su mujer. Comimos juntos con Borges. Juan tenía una cultura extraordinaria. Luego de la muerte de Borges lo visité en su casa de Marrakesh. Goytisolo le organizó un homenaje a Borges en el museo de la ciudad y me llevó a la plaza principal a escuchar a los contadores de cuentos que hay allí, como parte de ese homenaje. Ellos hablaban en árabe, claro, y yo oía “Borges”, “Borges”, a cada rato. Le pregunté a Juan qué era eso y me dijo que estaban contando la vida de Borges como si fuese el personaje de una leyenda árabe, como si fuese uno de sus tradicionales cuentos. Fue muy lindo, muy conmovedor.

-Me comentaste que tuviste una experiencia fabulosa en el desierto y que Goytisolo la hizo posible.

En una de mis visitas, le dije a él que quería ir unos días al desierto de Marruecos. “¿En una carpa?”, me preguntó. Sí, en una carpa. Y me dijo: “Vas a ir con parientes de mi secretario”. Fueron unos 8 o 10 hombres conmigo. En medio del desierto, armaron mi carpa. De noche, las temperaturas bajaban 50 grados. Ellos dormían alrededor de mi carpa, sobre alfombras, en sus bolsas de dormir. Esos árabes me advirtieron que les avisara si yo necesitaba salir, porque, obviamente, no había baños, había que ir caminando por el desierto y me advirtieron: “Mire que perderse aquí es morir y, si usted se muere, Juan nos mata. Así que mejor avísenos”.

En Marrakesh fui con unos 8 o 10 hombres al desierto. Armaron mi carpa. De noche, las temperaturas bajaban 50 grados. Ellos dormían a mi alrededor, en bolsas de dormir.

María Kodama

-¿Cómo viviste aquella experiencia?

-Pasé como diez noches en el desierto. La primera noche me desperté tiritando. Me dije: es la malaria. Luego, pensé: «No, qué estúpida, estoy en el desierto, cómo va a ser malaria». Salí y les dije a mis guardianes que tenía mucho frío. Encendieron una hoguera y fue increíble cómo esas llamas calentaban toda la carpa en su interior. Era como una bola de fuego, extrañísimo. Fue una experiencia maravillosa. Allí me sentí realmente libre. Recuerdo un atardecer en que sentí algo muy raro dentro de mí, no sé si en el cerebro o en el corazón. Algo indescriptible. Pasaron 17 años y un día alguien me llama y me da la noticia de la muerte de una de las personas que más daño me había hecho con su campaña en mi contra después de la muerte de Borges. Creían darme una buena noticia con esa muerte. Pero yo no sentí nada. Estoy completamente libre, pensé, y recordé aquella experiencia en el desierto; esa vastedad que me hizo entender las cosas desde otro ángulo.

-Los grandes maestros, los más sabios, pasaron por el desierto. Se sabe que Cristo también lo hizo en el desierto de Judá, durante cuarenta días y cuarenta noches.

-Yo escribí un cuento con ese tema.

-¿En serio? ¿Cómo se titula?

-«Jesús».

-Ojalá lo podamos leer algún día. No está en tu libro «Relatos».

-No. Aquello del desierto fue único. Con Borges también estuvimos en el desierto, en Egipto, cuando nos llevaron a la pirámide de Zóser de Saqqara.

-Aquí tengo lo que escribió en «Atlas»: “A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el Sahara…”

-Sí.

Borges y Kodama en un globo aerostático.

Borges y Kodama en un globo aerostático.

-Recuerdo que conociste a Salman Rushdie, autor de «Los versos satánicos». ¿Cómo sucedió y qué nos podés decir de él?

-Qué historia ésa. A Rushdie lo condenaron a muerte, ¿te acordás? (Se refiere a la decisión de un tribunal islámico que en 1989 consideró blasfemos Los versos satánicos). Un día me llama el agente literario de Borges de Nueva York y me pide que lo ayude. Me cuenta que Salman Rushdie va a venir a Buenos Aires y que por favor me ocupe de él. Me acuerdo que lo llevé a comer a Teatriz. Cuando fui a reservar, les dije en el restaurante que iba a ir a comer con un escritor y que reservaran seis mesas en el centro del salón. ¿Seis mesas para dos personas? Les comenté quién era y por qué venía con 6 u 8 guardaespaldas. ¿Y si nos ponen una bomba? –me preguntaron medio asustados–. Por suerte no pasó nada: todo salió perfecto.

-¿Cómo es él?

-Un señor formal, amable y un lector de Borges.

-Recuerdo que Mario Vargas Llosa fue a verte a tu fundación y a conocer el Museo Borges, y que estaba acompañado por su hijo Alvaro. ¿Lo conocías desde antes o fue tu primer encuentro con él?

Vargas Llosa ya había estado con Borges en Buenos Aires, en una de sus visitas. Creo que luego volvimos a verlo en Palermo. Un día estábamos con Borges y de repente se acercan Vargas Llosa y su mujer de entonces, Patricia, y nos saludaron. Fue un muy lindo encuentro. Después, él vino a la Fundación, cuando Mauricio Macri era Jefe de Gobierno de la Ciudad. Estuvo con Patricia y con su hijo, como recordás. Le interesaba conocer la Fundación y ver los libros de la biblioteca de Borges y la hemeroteca.

-Recuerdo que me contaste lo mucho que los acompañó, en el final de la vida de Borges, Héctor Bianciotti, escritor argentino que recibió premios prestigiosos y que tuvo la enorme distinción de ser miembro de la Academia Francesa de Letras.

-Lo que más me impresionaba de Héctor era su humildad. Nunca le dijo a Borges que escribía. En París nos veíamos mucho con él, comíamos juntos en el hotel L’Hotel; ellos charlaban de literatura, pero Borges no sabía que Bianciotti escribía, hasta que yo se lo dije.

-¿El se conectó con ustedes representando a Gallimard, la editorial de Borges en Francia?

-Sí, tuvimos muy lindos encuentros en París y cuando nos fuimos a Ginebra –porque Borges ya estaba enfermo–, Bianciotti fue allí especialmente para vernos y acompañarnos; como otros intelectuales y editores, que querían estar presentes en esos momentos. Todos ellos estuvieron siempre al lado, hasta el final. Me ayudaron mucho.

-¿Con cuál de ellos tenías más afinidad?

-Con Héctor Bianciotti y con Franco María Ricci, el editor italiano de Borges. Cuando en Buenos Aires se dijo que yo lo había secuestrado a Borges en Ginebra, Franco María Ricci salió a hablar y aclarar las cosas. Tuvo un papel muy importante en esa época tan difícil de mi vida.

-Más allá de los que mencionamos, ¿hay algún otro gran escritor que Borges y vos hayan frecuentado o que vos hayas tratado después de la muerte de Borges?

-Sí, Alberto Girri. En vida de Borges comíamos juntos en el restaurante “Maxim’s”, que ya no está, y en otros lugares. Varias veces Enrique Pezzoni fue de la partida. En uno de esos encuentros, Girri le sugirió a Borges hacer el libro AtlasComo nosotros nos encontrábamos con él después de cada viaje, y yo le mostraba las fotos que había sacado, a él se le ocurrió esa idea. Y así nació ese libro, gracias a Girri. Después de la muerte de Borges, nos seguimos viendo. Girri fue un gran amigo y un gran poeta.

Fuente: Clarín