Después de la guerra, llega la literatura para buscar respuestas entre los escombros

A cuarenta años del final de Malvinas, diferentes libros, novedades y reediciones, invitan a reflexionar con testimonios de los que estuvieron en el campo de batalla

Si la experiencia es suelo de todo aprendizaje, habrá que ver, luego, si se produce una capitalización de esa experiencia. Ahí la memoria y la educación jugarán su rol fundamental, tal como decía Theodor W. Adorno, que cualquier debate sobre los ideales de la educación son en vano en comparación con esto: “Que Auschwitz no se repita”. Y el mundo creyó que había aprendido con la Segunda Guerra, con las que vinieron después. Entonces, con todas esas experiencias, incluso después de los duelos recientes y por millones que dejó la pandemia, sucede Ucrania, y revuelve la memoria sobre todas las guerras.

Y acá, Malvinas, que en 2022 se cumplen 40 años: hoy, del principio del final que fue la rendición. Una guerra que todavía pide ser contada. Tanto, que a propósito del aniversario, podría desplegarse un aluvión de contenidos: películas, libros de ficción, de fotos, documentales, crónicas, canciones, poemas, cuadros, obras de teatro. Pero en tanto memoria, se impone la necesidad de un foco puntual y aparece la fuerza de los testimonios.

Dos soldados (Emecé), de la escritora Ángela Pradelli, que iba a salir para principios de 2021, pidió más tiempo para corregirse, y su llegada coincidió con el inicio de la invasión a Ucrania. El libro une eso: la experiencia intransferible de la guerra, el testimonio de dos soldados: un italiano en la Segunda Guerra y un argentino en Malvinas. En relación al sentido de trabajar en la memoria, Pradelli dice: “Cuando a Primo Levi, que sobrevivió a Auschwitz, le preguntaban por qué contar lo que habían vivido en los campos de exterminio, respondía: “Si pasó una vez podría volver a pasar”. Las guerras siguen sucediéndose”.

"Dos soldados" de Ángela Pradelli, "Partes de Guerra",  de Graciela Speranza y Fernando Cittadini, "La guerra por Malvinas", de Federico G. Lorenz, "La guerra no tiene rostro de mujer" de Svetlana Aleksiévich
«Dos soldados» de Ángela Pradelli, «Partes de Guerra», de Graciela Speranza y Fernando Cittadini, «La guerra por Malvinas», de Federico G. Lorenz, «La guerra no tiene rostro de mujer» de Svetlana Aleksiévich

Haber estado ahí y contarlo

“Después de cada guerra/alguien tiene que limpiar./No se van a ordenar solas las cosas,/digo yo” se lee en los versos de un poema de la Premio Nobel polaca Wislawa Szymborska.

“Cuando cesan los combates, ¿hasta cuándo duran los efectos de una guerra?”. Esa pregunta pertenece al libro de Federico G. Lorenz, Las guerras por Malvinas (Edhasa), un análisis sobre los contextos históricos con una fuerte presencia de testimonios. Viene a pensarse “sobre lo que sigue gravitando entre nosotros, como una memoria que no encuentra paz ni sosiego”, así lo define la propia editorial desde su sitio web. En esa zona de lo que inquieta, no siempre las experiencias pueden salirse del todo del cuerpo. “No se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos”. La cita es de Walter Benjamin, y aparece en Dos soldados. Sobre esto, se lee a Pradelli: “En cuanto a la reflexión de Benjamin acerca de cómo regresaban los combatientes, hay que decir que, en junio de 1982, no todos volvían enmudecidos de Malvinas y que, por el contrario, todavía en las islas, los superiores le ordenaban a su tropa que en las cartas a sus familiares no contaran nada de lo que estaba pasando; esa orden se prolongó y cuando llegaron a Buenos Aires también les prohibieron hablar sobre su experiencia y les impusieron silencio sobre lo que había pasado en el campo de batalla”. Desde el mismo libro, de esto da cuenta el veterano Héctor Roldán: “A veces sentí la muerte cerca en Malvinas. Hubo momentos en que sentí que moría, pero no se lo comenté a nadie, porque tampoco es que estuve llorando, pero la sentía cerca y me venían a la cabeza mis viejos, pensaba en su dolor. Y eso no lo conté así nunca, porque era como romper algo, no sé cómo llamarlo”.

A diferencia de los días de Malvinas, hoy se puede seguir lo que pasa en Ucrania por redes y en el celular: no importa el rincón desde donde se esté, el wifi permite hacer como que se está ahí. Pero no se está: el cuerpo sigue del lado fácil de la pantalla. La forma más viva de volver a lo que pasó en las islas, lo da la palabra de quién sí pisó ese suelo y combatió.

“Oscar Reyes: ‘Mi subteniente, estoy herido’, me dice un soldado, el primer herido. Yo ya había muertos en Darwin, había tirado en Darwin y en el desembarco, pero la voz del soldado en la oscuridad, en medio del combate, me paralizó”. Este testimonio, como tantos otros recogidos en Partes de guerra (Edhasa), de Graciela Speranza y Fernando Cittadini, suma voces a esa búsqueda del sentido. Los escenarios varían, pero en lo que cuenta una voz parecieran anidar las voces de todas las guerras.

Dice Pietro Freschi, el italiano de Dos soldados: “Creo que nunca se sabrá verdaderamente cuántos miles de personas mataron o quemaron estos alemanes. A veces creo que tampoco podremos saber con precisión cuántos millones de personas han sido asesinadas en este siglo XX en todo el mundo”.

Alcanza con ver las imágenes de Ucrania para que las preguntas se pronuncien: ¿Otra vez? ¿No se aprende? ¿Nunca es la última? La periodista y escritora bielorusa Svetlana Alexiévich, Nobel de Literatura 2015, más conocida en nuestro país por Voces de Chernóbil, es autora también de La guerra no tiene rostro de mujer (Debate), donde trabajó con los testimonios de las mujeres de la Segunda Guerra. Sobre su experiencia con la escucha, con el sentido de la memoria, escribió: “Empiezo a entender la soledad del ser humano que vuelve de allí. Es como regresar de otro planeta o de otro universo. El que regresa posee un conocimiento que lo demás no tienen y que solo es posible conseguir allí, cerca de la muerte. Si intenta explicar algo con palabras, la sensación es catastrófica. Pierde el don de la palabra. Quiere contar, y los demás quieren entender, pero se siente impotente”.

Fuente: Marcela Ayora, La Nación