El ajedrez del fin del mundo: la aventura secreta de 9 argentinos en Malvinas

A 37 años de la guerra. Viajaron a las islas para lanzar un torneo con el objetivo de hermanar a los pueblos, pese a las quejas del Canciller británico. Esta nota refleja el duelo de un ex combatiente inglés y otro argentino. 

En “La cuestión de la dama en el Max Lange”, Abelardo Castillo cuenta la historia de un matemático que mientras debe definir una partida de ajedrez, descubre que su mujer lo engaña. No sería un cuento políticamente correcto para la época, pero vale recordarlo porque son magistrales tanto la historia como su escritura y su mensaje.

El protagonista se toma varios días para digerir lo que ha descubierto y mientras pergeña una venganza (decide volver a enamorar a su amada), busca la manera de acorralar al contrincante. Hay días (juegan solo los lunes) en que esos dos oponentes se ven las caras tan solo para mover una pieza y luego regresar a sus vidas sofocadas. El ajedrez y la vida, la guerra y la vida, a medida que la trama avanza, se funden en un mismo universo en el que lanzar al alfil equivale también a tomar una decisión crucial sobre la integridad y el futuro.

Los ex combatientes Jiménez Corbalán y Marc Towsend

Los ex combatientes Jiménez Corbalán y Marc Towsend

Los ex combatientes Jiménez Corbalán y Marc Towsend

Los ex combatientes Jiménez Corbalán y Marc Towsend

Un grupo de argentinos, en secreto pero no tanto, movió el alfil en un lugar inesperado: las Islas Malvinas, donde todo lo celeste y blanco, pasados 37 años del conflicto armado con Gran Bretaña, sigue siendo mirado con desconfianza. Tuvieron la idea en el Círculo de Ajedrez de Villa Marteli -donde juegan a menudo- de lanzar el Torneo Internacional Islas del Sur-Puerto Argentino/ Stanley y viajaron hasta los confines para concretarlo. Contaron con el apoyo de la Federación Argentina.

Una ficha de partidas del torneo lanzado en Malvinas. / Foto Gabriel Pecot

Una ficha de partidas del torneo lanzado en Malvinas. / Foto Gabriel Pecot

Clarín los detectó por azar durante la conexión chilena en Punta de Arenas, última escala antes del archipiélago. Viajaban en principio para correr el maratón de las islas, los 42 kilómetros más australes del planeta. Pero detrás de sus ropajes de runners estaba la intención de fondo. Sentar las bases, en un ceremonia solemne y de caballeros, de una competencia que hermanara a los pueblos. No buscaban pasar inadvertidos. Pero sí resultar discretos. Lanzaron una convocatoria para que se sumaran participantes kelper. No se sumó ninguno. Pero sí un ex combatiente de la Royal Navy, el teniente Marc Towsend.

Tres de los participantes argentinos en plena concentración / Foto Gabriel Pecot

Tres de los participantes argentinos en plena concentración / Foto Gabriel Pecot

El contexto era difícil porque en los últimos meses se acrecentó el rechazo de los isleños hacia cualquier elemento que implique una cuota de nacionalismo argentino. Un correntino -ex combatiente y ex futbolista- fue noticia en marzo al terminar detenido por hacer flamear una bandera en Monte London, donde le había tocado resistir en 1982. A otro argentino directamente no lo dejaron subir al avión de regreso por intentar llevarse de recuerdo restos de municiones recogidos en los campos de batalla.

En un documental estrenado el 2 de abril pasado por la sección Clarín.Docs queda en evidencia que todo símbolo de argentinidad que se insinúe por allí es leído como una provocación por los habitantes tremendamente ingleses del lugar. Aún así, la “banda del ajedrez”, gente agradable y aventurera, estaba decidida a lograr su objetivo.

Ajedrez en Malvinas. / Foto Gabriel Pecot

Ajedrez en Malvinas. / Foto Gabriel Pecot

Fue en una noche colmada de vacío. Para llegar hasta Lafont House, la hostería elegida como sede, había que caminar dos kilómetros en medio de la oscuridad rotunda. Dejar atrás el puerto propiamente dicho y avanzar por Ross Road, la avenida principal que bordea el mar. La noche malvinense es como debe ser imaginada: silenciosa y desierta, salpicada por el matiz anaranjado de las lámparas callejeras de neón. Un hombre que camina en soledad puede recortarse cada tanto en la mansedumbre de las horas muertas y quizás haya que subir a la vereda porque un Land Rover encandila y se aproxima a velocidad. Pero, en general, no sucede nada.

A las 21 horas, todos los participantes habían cenado. Comenzaron a llegar de a uno. Dejaban su calzado en el recibidor y se zambullían en la alfombra mullida del cabañón andino-patagónico. La casa de una millonaria producto de las regalías pesqueras, una mujer de año partido al medio entre Europa y Falklands. En la sala principal esperaban, sobre una mesa larga, cuatro tableros de ajedrez listos para cada ronda de partidas. En un extremo de la mesa, las medallas para los participantes, enlazadas por cintas celestes y blancas.

Hubo una discrepancia sobre la lectura del Acta Fundacional. Nadie quería cometer errores. Nadie quería desatar un escándalo diplomático por utilizar las palabras inapropiadas. El evento no debía resultar ofensivo por exceso de patriotismo. El doctor Leandro Hidalgo fue designado Director del Torneo. Se decidió que quedara emparejado al calendario de encuentros internacionales. El ingeniero Mario Petrucci ofició como árbitro principal. A él le correspondió la lectura del acta fundacional.

Y allí estaban finalmente, argentinos hasta la médula y convencidos de que el torneo era una forma de ejercer soberanía, los nueve participantes provenientes de Buenos Aires: Oscar Dante Alvarez, Jorge Brunazzo, Marcelo Enrique Debernardi, Eudardo Duarte, Lautaro José Jimenez Corbalán, Gustavo Parola, Facundo Reales, Víctor Manuel Santos y Daniel Ujhelly.

La llegada del teniente Towsend fue el hecho causó una emoción extendida en la sala. Y todavía más, los matchs cruzados que jugó el Royal Navy con el Mayor Jiménez Corbalán. La escena se vio teñida por un condimento superior: 37 años antes de cruzarse frente al tablero como buenos contrincantes, el inglés y el argentino habían combatido los días 11 y 12 de junio de 1982 durante el asedio británico en la batalla de Monte Harriet. Habían estado a 70 metros de distancia, a punto de dispararse uno al otro. Corbalán en su trinchera. Towsend en el envión británico y definitivo de reconquista. Ahora, durante la noche de Lafont House, estaban cerrando heridas. O sellando, en todo caso, una amistad. Como si los ecos de guerra quedaran debidamente sepultados, debajo de las sonrisas, el buen whisky y las durísimas vivencias compartidas.  Cada match era una batalla en un sitio de batallas pasadas y definitivas , pero ahora despojadas de crueldades y ambiciones. Un encuentro romántico en las Islas Malvinas, 37 años después de los muertos y las bombas. Y el ajedrez, claro, como un metáfora de la guerra y la vida misma.