Para ello, decidió leer una conmovedora carta cargada de amor e imborrables recuerdos. Allí relató algunos de los periplos que debió atravesar para emigrar en barco desde España hacia Argentina, esperanzada en que en algún momento su familia viajara del otro lado del Atlántico para reencontrarse con ella.

A lo largo de 15 minutos, trazó un perfil de la mujer que le dio la vida, narró las miserias que le tocó vivir en su pueblo natal, contó los detalles de su pasado como “sirvienta” en la casa de unos tíos en Buenos Aires y analizó de qué manera el Alzheimer terminó borrándole los recuerdos más preciados de su historia personal.

La paradoja es que fueron justamente esos recuerdos maternos el motor de inspiración de Mamá, el betseller que escribió Fernández Díaz.

«Mamá», el libro escrito por Fernández Díaz basado en las memorias de su madre Carmina

CARTA COMPLETA:

Mi madre se despidió de su hijo seis o siete veces. Parecían despedidas rotundas, dolientes y en cierta medida lúcidas, abiertas como breves fogonazos conscientes en medio de la tiniebla de la desmemoria.

Regresé llorando a casa cada vez, y anduve como sonámbulo por la vida, creyendo que se apagaría definitivamente en cualquier momento o que el Alzheimer la hundiría en la incomprensión definitiva y total, y en la oscuridad del ensimismamiento.

Pero de pronto la visitaba y ella estaba allí, como siempre, en su cama, y resulta que no recordaba para nada nuestra desgarradora despedida. Esa maldita enfermedad de la mente hace que te despidas dolorosamente de tu madre en el andén, que la veas subir al tren que se la llevará para siempre, y que regreses a casa hecho pedazos, pero dispuesto a iniciar el duelo.

Para luego volver al andén y ver que tu madre continúa sentada en un banco, que se bajó del tren y que ignora cuanto sucedió, y que parece dispuesta a despedirse como si no se hubiera despedido jamás, en una repetición perpetua del adiós.

Fue así que el viernes pasado mi hermana Mary, que tan amorosamente veló sus últimos meses, me llamó por teléfono mientras yo pulía mi artículo dominical y me dijo con voz temblorosa que mamá había muerto.

Tuve entonces un fuerte sentido de irrealidad, dejé todo y corrí hasta la residencia asturiana, donde permaneció internada el último año, al cuidado de un gerontólogo magnífico y de enfermeras maravillosas.

Esta vez, contra mi propia incredulidad, mi madre había subido al tren y éste había partido: el andén y el banco estaban vacíos, y corría la suave brisa de una melancolía anticipada.

Se convirtió en cenizas a su voluntad, una mujer que nació en un Asturias pobrísimo, que sufrió la orfandad y el hambre, que llevaba en su frente el destino de la derrota y la mediocridad. Supo contrariar el sino y salir adelante como millones de inmigrantes que llegaron a estar costas de empecinada cultura del trabajo.

Fernández Díaz recordó la historia de su madre inmigrante, con una emotiva carta que leyó en su programa radial
Fernández Díaz recordó la historia de su madre inmigrante, con una emotiva carta que leyó en su programa radial

Se llamaba María Carmen Díaz pero todos la llamaban Carmina. Nació en una aldea suspendida en los verdes prados asturianos. Y hacia 1946 mi abuela la puso en un barco y la mandaron al otro lado del mundo. Fue un acto de desesperación. Quería salvar a su hija de la miseria. Le prometía que pronto emigraría el resto de la familia y que todos vivirían juntos y felices en Bs As. Mi madre con 15 años viajó solita y sola a esta ciudad desconocida y se entregó a unos tíos sustitutos que la trataba como una especie de hija y sirvienta.

Algo falló, la familia fue quedando en España y Carmina creció, estudió, trabajó y se enamoró. Y de repente se dio cuenta que había quedado atrapada de este lado, de la otra orilla del océano Atlántico, a 12 mil km de su hogar.

Experimentó durante décadas ese desarraigo trágico e insalvable pero con el correr de los años se dio cuenta que era argentina. Hacia el año 2000 sufrió una depresión muy seria, acompañada en ese entonces por muchos amigos. En el proceso de vender lo poco que había conseguido para volver a las aldeas de Europa de las que había partido Era la primera vez en la historia de América Latina que una misma generación de inmigrantes, expulsada por la miseria del país de origen, era también expulsada 50 años después por el país de adopción por el mismo y siniestro motivo.

Una psiquiatra fue la mujer que la sacó adelante. Yo estaba muy intrigado en lo que pasaba en esas sesiones, así que un día Carmina un poco a regañadientes me dijo que la doctora era un poco comprensiva y que ella le contaba detalladamente su propia historia. Carmina soltó. La doctora llora cuando yo le conté lo que pasé. Fue entonces cuando anoté en mi cuaderno: “La mujer que hacía llorar a su psiquiatra”.

Me dije a mí mismo: “Si la vida de mi madre es capaz de conmover a un especialista de calamidades, merece ser contada”. Entrevisté a Carmina durante 50 horas, después entrevisté a mi padre, Maciel Fernández, y con esos testimonios escribí Mamá, un libro que solo pretendía explicarle a mis hijos de dónde veníamos y por lo tanto quiénes éramos. No hay mayor mentira que la frase “descendimos de los barcos” operada para ser rápidamente argentinos. Porque esa frase implica ocultar el pasado y esas enormes y fascinantes familias que son acreedoras de nuestra verdadera identidad. Las peripecias de mamá fueron un éxito inesperado, que ella vivió con agradable naturalidad. Este mismo enero volvió a ser relanzado en España y allá el mundo literario hablaba de las memorias de Carmina mientras su memoria real agonizaba en una cama de Palermo.

Jorge Fernández Díaz le dedicó una emotiva carta a su madre en su programa de radio, que leyó durante 15 minutos
Jorge Fernández Díaz le dedicó una emotiva carta a su madre en su programa de radio, que leyó durante 15 minutos

Triste paradoja. Sé que el éxito de ese libro no se debe a mi periplo narrativo. Sé que mamá y el libro fue leído por cientos de personas porque fue un símbolo y un reflejo de otras historias parecidas. Inmigrantes españoles,italianos, polacos, gente que reconstruyó esta nación con su sentido del honor y su sentido de sacrificio; en una épica que los nacionalismos tratan de barrer debajo de la alfombra. Una épica que forma parte indeleble de nuestra nacionalidad y del progreso que anhelamos. Creo firmemente que solo esa épica recreada nos salvará de la decadencia nacional.

Yo había leído mucho sobre el alzheimer y los hallazgos de la neurociencia, pero solo enfrentándome al padecimiento íntimo de mi madre me di cuenta de que la memoria lo es todo. Sin ella no hay identidad ni funcionalidad. Sin memoria no somos nosotros. Ni siquiera somos la sombra de lo que fuimos. Supongo que vislumbré el principio del fin hace dos diciembres cuando mi mujer Verónica y yo pasamos un fin de años a solas con ella. Mamá ya no podía mantener una conversación coherente, entonces yo comencé a preguntarle por su infancia. Y ella repasó con nombres propios y lejanos aquellos tiempos de heridas y privaciones.

Mientras lo hacía, yo les escribía por Whatsapp a primos de Oviedo y le pasaba los nombres de vecinos ignotos y desconocidos que mi madre pronunciaba. Todos ellos resultaban asombrosamente ciertos y exactos. No podía recordar el primer plato que habíamos cenado esa noche pero podía evocar la remota peripecia de un asturiano que trabajaba en un remoto pueblo aledaño.

Después de brindar bajamos juntos en el ascensor y al llegar a la calle quise ponerla prueba. “¿Dónde está tu casa Carmen?”, le pregunté. Desorientada, señaló hacia su izquierda, hacia Puente Pacífico, cuando ella vivía hacia la derecha, en la calle Ángel Carranza. Me di cuenta que ya no podía volver sola, que no conocía el barrio donde había transcurrido toda su existencia.

Sentí un escalofrío. A partir de entonces fue todo barranca abajo. No quiero recordar los pasos de esa caída porque prefiero olvidarla. Prefiero que esa caída no tape su imagen espléndida de los tiempos felices.

Fernández Díaz junto a su madre Carmina
Fernández Díaz junto a su madre Carmina

Mi madre fue mi gran interlocutora a lo largo de la vida. Me regaló la colección Robin Hood y me convirtió con ella en un escritor de aventuras. Junto con Carmina, y en la vieja casa de Ravignani, admiramos juntos a Howard Fox, Stevens, Michael Curtis , “Billei” de William Wilder, tantos artistas clásicos que influyeron sobre mi obra.

Con Carmina discutí de política y periodismo. Cada vez que publicaba una columna, me llamaba para comentarla. Cada noche, después de terminar un programa en Radio Mitre, yo pulsaba su número y esperaba su cruda evaluación. Les aseguro que hubiera sido en otras circunstancias de la vida una gran periodista. Tenía un instinto natural y una elocuencia de actriz de comedia. Era como Orson Wells, una comediante, una comediante y una poeta oral. Pero era, sobre todo, una dulce guerrera.

El tren por fin partió. Sé que me rodearé para siempre de aquel andén mítico buscando su fantasma, que me espera justo en aquel banco vacío. En aquel, para reírnos y abrazarnos.

Escucho ahora mismo su risa, su voz, su indignación, su compasión y sus inefables sentencias. Y oigo detrás de ella el rumor, el rumor de su vieja patria.

Fuente: Infobae