Esquina Homero Manzi, el ícono en riesgo por el que sufre todo Boedo

En San Juan y Boedo. Allí el poeta escribió el tango “Sur”. Ahora, la cuarentena puso en riesgo la continuidad del histórico bar. Los vecinos le ofrecen ayuda al dueño.

Día por medio, Gabriel Pérez atiende el teléfono y del otro lado de la línea escucha “¿Puedo entrar a tomar el café?”. Sin importar el estadío de la cuarentena, la pregunta se repite, formulada por distintas personas. Los que consultan son clientes de Esquina Homero Manzi, el tradicional café de

San Juan y Boedo. Ellos saben que la respuesta es “No”, pero aprovechan la llamada para recordarle a Gabrielque no baje los brazos, algunos hasta le ofrecen plata para ayudarlo a sostener el negocio.

“Las personas grandes están muy vinculadas con el bar. Son del barrio. Muchos venían de chicos acompañados de algún abuelo o tío. Otros durante toda su vida eligieron el café,

acá empezaban el día o se reunían,y no se resignan a no seguir haciéndolo”, dice Gabriel. Junto a su padre Eulogio y su hermano Fernando, administran el espacio que no sólo forma parte de la identidad de Boedo, sino que además representa un atractivo turístico porteño. Pero a partir de la infección por coronavirus el mundo cambió, en la Ciudad llegaron sucesivas extensiones de la cuarentena, y hoy el prestigioso café-restaurant se sostiene en un equilibrio frágil, dentro de un contexto de sangría en el sector gastronómico.

De lunes a viernes, Gabriel llega a la Esquina Homero Manzi entre las 8 y las 9, cuando los clientes históricos empiezan a acercarse para pedir un café. Desde el 15 de mayo, cuando reabrieron después de casi dos meses de cierre, la modalidad de venta es a través de delivery o para llevar. Tres mesas cubiertas por manteles rojos, dispuestas en la puerta principal, funcionan como vidriera. Ahí el café con medialuna se vende a $ 120 y se sugieren menúes del día: ravioles con estofado a $ 450 o un plato de mondongo a $ 390.

Detrás de la barra, Gabriel observa. Ve al hombre y a la mujer que se lleva el café en un vaso de telgopor o escucha la reserva de un menú para el mediodía o la noche. Sabe que se trata de un intento vacío de supervivencia: “El delivery y el take away representan entre un 3% y un 4 % de la facturación anterior. No sirve, no alcanza, pero lo hacemos para sentirnos útiles y mantener el vínculo con los clientes. A veces me quedo mirando y lo que veo es triste: el restaurant vacío, algunas mesas amontonadas. Estoy acostumbrado a verlo en movimiento, repleto de personas”.

Antes, el Homero Manzi empleaba a 20 artistas, entre bailarines, músicos y cantores, además de una planta de 42 personas, abocada en forma exclusiva al café y restaurante. Hoy los shows no tienen fecha de regreso

“El delivery y el take away son un 3% o 4% de la facturación”, se lamenta el propietario.

y los gastronómicos se turnan para trabajar.

Muchas veces Gabriel se angustia y se pregunta qué hizo en los últimos 20 años. En esos momentos intenta localizar el momento exacto de la equivocación. “Tenía 26 años cuando entré. Llevo una vida dedicada a esta esquina. Me casé y con mi mujer compramos nuestro primer departamento con este trabajo. Además, soy de San Lorenzo y todos los títulos se festejan en la cancha y acá”, se alegra.

La familia Pérez llegó al Homero Manzi en septiembre del 2000. La reapertura fue con un café mucho más grande que el original. La reconstrucción del espacio fue recreando el estilo de los cafés del 40. Madera de cedro en las paredes y la barra, mármol de carrara en las mesas, y cuadros de Hermenegildo Sábat . En la ochava y sobre el acceso, está la inconfundible cara de Homero Manzi, retratada por el gran dibujante y artista plástico.

“Mi padre sigue viniendo todos los días. No hay manera de hacerle entender que tiene que cuidarse por ser persona de riesgo. Este lugar es un sueño que mi padre buscó durante muchísimos años. Cuando era joven, trabajaba en un café de la zona y caminaba hasta esta esquina para tomarse el 160 para volver a su casa en Valentín Alsina”, reconstruye Gabriel.

El compromiso de su padre conmueve a Gabriel. También, le genera culpa: “Mi viejo llegó a los ocho años en barco, de Galicia. Empezó de chico. Era lechero, con carro y caballo recorría Barracas. La empresa conserva el mismo nombre desde que empezó, eso en este negocio quiere decir transparencia. Somos personas de trabajo. Y ahora yo me encuentro con que me cae un mazazo”.

Durante julio y agosto, hubo rumores de cierre. “No es nuestra intención, pero la realidad es que no sabemos cuánto más vamos a aguantar. Todo el sector necesita una ayuda”. Y cierra: “Ahora estamos mal e imaginamos estar todavía peor. Lo más cruel es que no sabemos cuándo termina esto, no tenemos todavía la perspectiva de decir: ‘Bueno, el coronavirus y la cuarentena pasaron, quedamos destruidos, pero pongamos todo para arrancar de vuelta’”.

Fuente: Clarín