La chica rara que conquistó Hollywood: el secreto del éxito de Anya Taylor-Joy

La actriz angloargentina tuvo un 2021 para el recuerdo: tras el fenómeno Gambito de dama, se muda al swinging London para cantar y actuar en El misterio de Soho, el nuevo film de Edgar Wright, que se estrenará el jueves, el primero de varios proyectos en danza para “la estrella del año”

“Anya entendió desde el principio la exacta diferencia entre vanidad y confianza en sí misma”. La frase de la directora Autumn De Wilde, quien dirigió a Anya Taylor-Joy en la versión pop del clásico de Jane Austen, Emma, sintetiza la experiencia de varios directores de cine con esta nueva estrella. “Yo no quería que Emma fuera querible, envuelta en ese circo habitual de simpatía. Quería que la peor parte de su personalidad fuera tan importante como el ave fénix que emerge de la mejor parte de su alma”. En una extensa entrevista a la actriz publicada en Vanity Fair en marzo último, sus directores se animan a invocarla como su musa inspiradora. Robert Eggers, quien la dirigió en su primer papel importante en La bruja (2015 –disponible en Movistar Play, Google Play y Apple TV), se asombra de que nadie la haya descubierto antes; David O. Russell, con quien filmó en Los Ángeles a comienzos de este año, definió la presencia de la actriz en un elenco multiestelar que incluye a Robert De Niro, Margot Robbie y Christian Bale, como “diferente y extraña de formas que son fascinantes tanto en su tránsito hacia la oscuridad como hacia la luz”. Y finalmente De Wilde se atrevió a señalar que Taylor-Joy está redefiniendo el término “estrella de cine”, quitándole ese halo de cierto egoísmo para convertir su gracia en el impulso definitivo de todas sus películas.

Ese inesperado fenómeno en el que Anya Taylor-Joy parece haberse convertido es bastante reciente, en tanto su carrera tiene menos de una veintena de películas y series. Sin embargo, los últimos años fueron los más activos, casi a contramano del receso de la pandemia, y lo que viene en su agenda se encuentra entre lo mejor que puede auspiciarse para su futuro. En 2020 no solo encarnó a una de las célebres heroínas de Austen en Emma (disponible en HBO Max, Movistar Play, Google Play), sino que fue el rostro del fenómeno cultural Gambito de dama (disponible en Netflix), la miniserie de Scott Frank que se convirtió en uno de los éxitos globales de Netflix. La joven ajedrecista Beth Harmon, nacida en la ficción de la pluma del novelista Walter Tevis, se modeló en el porte inigualable de Taylor-Joy, que combinó talento, glamour e irreverencia para darle a su heroína los más fascinantes contrastes. “Creo que entenderé la verdadera dimensión de lo que fue 2020 en mi carrera recién dentro de unos años, cuando pueda verlo en perspectiva”.10Ads by

Pero Taylor-Joy no parece estar dispuesta a disminuir la marcha. Además del rodaje junto a David O. Russell, este año volvió a trabajar bajo las órdenes de Robert Eggers en The Northman, una historia de vikingos ambientada en la Islandia del siglo X y coprotagonizado por Nicole Kidman, Björk y Ethan Hawke que llegará al cine en 2022. También le espera otro reencuentro, esta vez junto a Scott Frank, en la adaptación de la novela de Vladimir Nabokov, Risas en la oscuridad, en un rodaje proyectado para el año próximo. Por último, también llega su colaboración junto a George Miller en Furiosa, la precuela de Mad Max: Fury Road en la que interpreta a la versión juvenil del personaje de Charlize Theron. Y, por supuesto, el jueves se estrenará en nuestro país El misterio de Soho, dirigida por Edward Wright (Scott Pilgrim vs. The World, Baby Driver: El aprendiz del crimen) en la que Taylor-Joy encarna a una aspirante a cantante en el swinging London de los 60, e incluso se da el lujo de hacer un cover de “Downtown” de Petula Clark. Como salida de un extraño sueño con ecos de pesadilla, su figura transita de un lado al otro, del territorio colorido de esas ficciones que la tienen como inevitable inspiración, con la pizca perfecta de malicia tras su vulnerable mirada, al de su nuevo estado de gracia en todas las pantallas a su disposición.

El presente prometedor de Anya también se ha alimentado de los nubarrones de su pasado. La crianza en distintos países, con distintos idiomas, marcada por la búsqueda permanente de su destino. Nacida en Miami y criada en Buenos Aires –ciudad de la que conserva recuerdos de infancia, palabras que cita una y otra vez en entrevistas, un acento porteño inconfundible-, se resistió a hablar en inglés durante dos años hasta que su vida en Londres se convirtió en la nueva normalidad. “A los 11 años atravesaba un período difícil, solitaria, sin encontrar mi lugar”. Un tiempo después, la misma ejecutiva de Storm Management que descubrió a Kate Moss le ofrecía convertirse en modelo. “Entonces mi cabeza era mucho más pequeña y los ojos del mismo tamaño, así que esperaba crecer un poco y volverme más proporcional”. Pero aquellos ojos grandes, impregnados de curiosidad, que habían inspirado las peores burlas en el colegio, que la habían hecho sentirse desplazada, ahora la impulsaban a viajar al otro lado del Atlántico y comenzar su carrera como actriz con solo 14 años. “Cuando llegué a Nueva York, salí del aeropuerto y me teñí el pelo de rosa. Eso era lo que necesitada. Después vino todo lo demás”.

La solvencia de Anya Taylor-Joy para encarnar personajes que se alejan de toda convención se consagró en La bruja, sombría fábula del horror folk que selló el lugar de Robert Eggers en el terror contemporáneo. Allí, en el corazón de una comunidad de la piadosa Nueva Inglaterra del siglo XVIII su Thomasin asomaba como un destello de sexualidad prohibida, acechante bajo las oscuras vestiduras de la religión y la prometida castidad. El imaginario de la bruja como oscura tentación y secreta adoradora del demonio se convertía en la fría emergencia de la sexualidad adolescente, encarnada en la blanca piel de Taylor-Joy, su mirada intensa y desafiante, su llamativa presencia en los bosques invernales de la costa Este. De allí la actriz salió convertida en toda una revelación, una aparición extraña en una época de rigor y contenciones. Pese a sus reiteradas apariciones en el cine de terror, dos veces de la mano de M. Night Shyamalan en Fragmentado (2016 –disponible en Movistar Play, Google Play y Apple TV) y en Glass (2019 – disponible en Star+ y Google Play), y luego su incursión en la gótica hermandad de El secreto de Marrowbone (2017 –disponible en Google Play y Apple TV), lo que distinguió a Anya Taylor-Joy fue la capacidad para impregnar a sus heroínas de esa persistente tendencia a la transgresión, el sinuoso quiebre de las normas, la efectiva agitación de todo lo que parecía calmo.

Por ello sus grandes personajes después de La bruja asumen su exquisita modernidad en diversas coyunturas: la joven esposa comprada por un comerciante naviero en la Ámsterdam del 1600 en La casa de las miniaturas (2017 –disponible en AcornTV); la chispeante Emma reinventada por la directora Autumn de Wilde sobre la letra de Austen, consagrada a su excelsa vanidad de casamentera, divertida y osada en un círculo que la venera al mismo ritmo de sus escándalos; y la autodidacta Beth Harmon de Gambito de dama, capaz de convertir la orfandad en la avidez de pertenencia, al mundo del ajedrez, al corazón de ese reinado masculino que le estaba vedado, al riesgo de sus propios miedos, sus desplantes, sus merecidos triunfos. Una adolescente que se hace mujer, que convierte sus caprichos en decisiones, sus deseos en conquistas. “Hasta hace poco no sabía qué era exactamente lo que quería. Y estos últimos años por primera vez descubrí lo que me gusta, lo que quiero y lo que soy en definitiva”.

En El misterio de Soho el mundo se torna un poco más oscuro que el habitual andamiaje kitsch que Edward Wright ha sabido explorar en sus ejercicios paródicos que combinan el videojuego y la ciencia ficción, al mismo tiempo que miden la nostalgia con el homenaje. Ahora todo es más sombrío que en Scott Pilgrim o Baby Driver, incluso pese a los colores estridentes del Swinging London que derivan en una pesadilla psicodélica. Anya Taylor-Joy está allí, en el centro de esa encrucijada entre dos mundos, el presente y el pasado. Su Sadie es una starlet de aquella era que parece tan lejana, pero su espectral presencia infecta de manera irremediable los días de la joven Ellie Turner, la estudiante de diseño de indumentaria interpretada por Thomasin McKenzie. Taylor-Joy presta el sonido de su propia voz a las melodías que llegan desde ese otro lado del espejo, desde un sueño prohibido y cautivante. Como en todas sus criaturas adheridas a un encierro que las restringe, su Sadie se libera con la furia de su aparición cuando canta, cuando baila, cuando sale de esas fronteras que ya no pueden contenerla.

Anya Taylor-Joy se identifica con varios de sus personajes, sobre todo con aquellos raros y desplazados que le recuerdan su solitaria infancia en Inglaterra. En una reciente entrevista con Los Angeles Times aseguraba: “Mi situación favorita es cuando aquellos que son considerados los raros se sienten cómodos, repentinamente confiados, seguros de cada paso. Eso es lo que quiero traer a la escena, una celebración de toda originalidad”. Y su propia condición de actriz exuda ese paciente destello de originalidad, un grito disonante en un mundo de atildadas previsiones, de caminos estrechos y confeccionados a la perfección. Todos sus personajes agitan sus emociones cuando menos lo imaginamos, ya sea en la paciente espera de una jugada de ajedrez, en la seducción de un caballero altivo, o en la nota perfecta de una canción a capela. Sus ojos asimétricos observan esa emergencia de la transgresión, la anticipan y la consagran. Allí anida su secreto, ese que siempre se nos escapa.

Fuente: La Nación