La reformulación constante de los hábitos. ¿Hasta dónde somos capaces de cambiar?

Micole Sreun y Carina Piscorz cenaban a las 19.30 en la parrilla La Cabrera el lunes pasado, cuando todavía se podía salir a comer de noche

Las restricciones horarias de circulación, las propuestas de adoptar el early dinner y la suspensión de clases presenciales desafían cada vez más nuestra capacidad de adaptación.

“Termino de trabajar a las 18 y esto de ya poder salir a comer algo me gusta, porque me permite estar en mi casa temprano y terminar más temprano el día”, decía Alejandro Scheurman, de 28 años, mientras esperaba una pizza estilo napolitano sentado a una de las mesas que el restaurante Francisca del Fuego tiene bajo un gazebo montado en el Paseo de la Infanta, con vista al Rosedal de Palermo.

Eran las 19.30 de un martes y la agradable temperatura era la típica de los primeros días del otoño en Buenos Aires. Por las calles internas del Rosedal, ciclistas, runners y gente en rollers y monopatines disfrutaban del aire libre, el mejor espacio para hacer actividad física en tiempos de Covid-19. La decisión de Alejandro de salir a comer más temprano era una respuesta creativa y consciente ante las restricciones a los horarios de los restaurantes impuestas por el Gobierno –hasta entonces, cerrar a las 23– para tratar de frenar el aumento de casos de Covid.

Romina Micola y Alejandro Bao cenaron el último martes
a las 19.30 en Francisca del Fuego, previo a las nuevas restricciones
Romina Micola y Alejandro Bao cenaron el último martes a las 19.30 en Francisca del Fuego, previo a las nuevas restriccionesPATRICIO PIDAL / AFV

Alejandro no sabía que tan solo dos días más tarde la posibilidad de salir a comer temprano iba a queda cancelada por nuevas restricciones, que implican que los restaurantes deben cerrar sus puertas a la 19 y que a partir de las 20 cualquier ciudadano no considerado “esencial” que pise la calle deberá enfrentar el rigor de las fuerzas de seguridad. Tampoco los que ejercitaban el martes en busca de cuidar su salud física –y mental, haciendo de la transpiración una válvula de escape al agobio de la segunda ola– sabían que habrían de recalcular sus rutinas de bienestar.

Hoy, como el resto de los argentinos, Alejandro seguramente esté en plan de volver a reformular su vida cotidiana, y, lo que es más profundo, sus proyectos y planes de corto, mediano y largo plazo. Una vez más. Como cuando dejó de compartir el mate y de abrazar a sus amigos, o como cuando debió mudar su vida social al mundo virtual. Pero ahora, a más de un año del comienzo de las restricciones, el cansancio y el estado de ánimo no es el mismo.

“La sociedad está muy angustiada, está muy precocupa y, por sobre todo, está viviendo una gran incertidumbre”, advierte Guillermo Bruschtein, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). “Hay un sentimiento de mucha angustia por no encontrar salidas concretas y definitivas. Volver a la restricciones es como volver a empezar después de un año largo de mucho esfuerzo, lo que trae muchísimas manifestaciones emocionales”, agrega.

“El nene gritando por el balcón que quiere ir a la escuela a ver a sus amigos me rompió”, posteaba en Twitter @felipelahiteau, la mañana siguiente a que se anunció la suspensión de clases en el AMBA. “Mi hijo, de 8 años, al cual tuve que contener sola, durante una año, de enojos, llantos y el duelo de perder a mi madre, anoche, lloro desconsolado hasta que se durmió… no me da más la mente, ni el cuerpo, ni alma, ni el corazón, es feliz en el colegio”, posteaba por su parte @LaViky82231345.

Reformular las costumbres

“Lo de hoy es una excepción, lo normal es salir a las 21”, señalaba Carina Piscorz, sentada a una de las mesas del deck de la clásica parrilla La Cabrera el lunes pasado a las 19.45, al tiempo que precisaba que para ella reservar temprano es a las 20.30. Salir temprano era una forma de adaptarse a la restricción del cierre de las 23 de los restaurantes (ahora a las 19), pero también una forma de salir en horarios con menos gente.

Era, en definitiva, un intento por flexibilizar las costumbres, para que no se rompan. Ejemplo de eso es que el ritual del mate no desapareció, se reformuló: dejamos de compartir del mate y empezamos a compartir el momento, cada uno con su mate propio. Sobran las imágenes de grupos de amigos y familiares sentados en las plazas, cada uno con su propio mate.

“Somos nuestras costumbres, somos nuestros hábitos, todo lo que modifique nuestros usos y costumbres va a ser sentido como una molestia. Y esto es lo que trajo esta pandemia: nos trastocó todos los hábitos, todo lo que hacíamos ya no lo podemos hacer”, señala María Teresa Calabrese, endocrinóloga, psiquiatra y psicoanalista especializada en enfermedades psicosomáticas. miembro de la APA.

“Creo que hay una parte de la sociedad que se adapta fácil y otra que no”, opinaba Julián Díaz, todos cuyos emprendimientos gastronómicos (La Fuerza, Los Galgos, Roma y 878) habían modificado sus horarios cuando se había puesto la restricción de cerrar a las 23 horas [y cuando el cronista que escribe esta nota apuntaba a dar cuenta de su impacto en los cambios de hábitos]. “Creo que el público más joven, que es el que más empatiza y entiende situaciones como ésta, y que busca más mantener la salida quizás lo haga, mientras que el público que se guarda más fácimente ante una situación de rebrote no. Pero no lo veo como un cambio de hábitos, sino como algo transitorio”, decía cuando la opción todavía era salir a comer más temprano.

“Uno permanentemente quiere volver a sus hábitos”, recuerda María Teresa Calabrese. Y, de nuevo, aquí los ejemplos sobran: zoompleaños, parejas recreando salidas en el balcón o en la terraza… El problema, en algún punto, es el cansancio. La sensación de eterno deja vu. “Es como si esta escena ya hubiera exitido. Lo sentimos repetitivo y no sabemos cuando va a finalizar”, afirma Guillermo Bruschtein.

Discursos cruzados

Otro factor que no suma son los discursos cruzados. ¿Un ejemplo? El miércoles el ministro de educación ratificó la continuidad de las clases presenciales, exhibiendo incluso estadísticas que mostraban que el colegio no es un lugar que represente riesgo significativo de contagio; a la noche, el presidente dispuso la no presencialidad por dos semanas.

“Los discursos cruzados, las marchas y contramarchas, las ordenes y contraordenes, asustan mucho –advierte Bruschtein–. Frente a este sentimiento, hay muchísima desorientación y desilusión; tenemos que tener en cuenta que hay una sociedad no solo preocupada, sino deprimida en terminos emocionales. Una sociedad que no encuentra el futuro donde proyectarse”.

¿Y ahora?
¿Y ahora?Shutterstock

En el eterno loop de la pandemia, los recursos emocionales para hacer frente a los cambios tienden al agotamiento. Pero hay que buscarlos. ¿Algunos consejos? “Todo lo que podamos hacer por decisión propia va a ser mejor tolerado que por imposición de afuera, porque la prohibición da más rabia –recomienda María Teresa Calabrese–. En otras palabas, que no sean los gobernantes que nos tengan que decir que tenemos que usar barbijo, evitar el contacto, tomar distancia, seamos nosotros mismos los que tomemos nuestras medidas y nuestros cuidados. Ya sabemos todos como son las cosas.”

“Creo que es muy importante en este momento el concepto de solidaridad, del cuidado y del cuidado del otro, porque lo que hoy aparece es la sensación de desamparo, de no estar cuidado por el estado, por la medicina, por los científicos, lo que aparece es el descreimiento –advierte por su parte Guillermo Bruschtein–. Y ese descreimiento implica el riesgo de que el enojo lleve a negar que existe un peligro. El peligro existe y hay que buscar los métodos para subsistir frente al peligro”.

Y, cómo se ha repetido desde que comenzó la pandemia, la palabra clave es resiliencia: la capacidad para adaptarnos a situaciones adversas. Quienes aportan un pequeño ejemplo desde la gastronomía [tema original de esta nota, previo a los anuncios] son los dueños del restaurante de cocina israelí Fayer:

“Siempre tratamos de inventar nuevas propuestas dentro de nuevas propuestas, y siempre hemos tenido la resiliencia como recurso –cuentan–. Sabiendo que ante una situación muy compleja hay un desafío en el que puede haber una oportunidad, ahora, como tenemos que cerrar más temprano generamos un nueva propuesta de día: una cafetería de especialidad dentro de un restaurante. Nuestro entusiasmo es nuestra nafta y nuestra resiliencia ayuda mucho”.

Fuente: Sebastián A. Ríos, La Nación