Los alumnos secundarios son los que más perdieron el vínculo con la escuela

Son el 54% de los que reciben apoyo para permanecer en el sistema; la ruptura de la rutina y del contacto con pares y docentes por la pandemia profundizó falencias preexistentes

La vida escolar de chicos y chicas de todas las edades quedó dañada como consecuencia de la pandemia. Los perjuicios del aislamiento los sufrieron todos, desde los que van al jardín de infantes hasta los que están en el último año del nivel secundario. Pero son los adolescentes, los que tienen entre 13 y 17 años, los que se llevaron la peor parte, los que más perdieron el vínculo con sus docentes por el cierre de las escuelas. Así lo demuestran los últimos datos que presentó el Ministerio de Educación de la Nación, que confirmó que dentro del programa Acompañar –que asiste a 1.870.000 estudiantes y tiene como objetivo asegurar su permanencia en las aulas– la mayoría son alumnos del secundario.

¿Por qué los estudiantes de entre 6 y 12 años fueron los que más pudieron sostener sus trayectorias escolares? ¿No debería haber sido la autonomía de los adolescentes un punto a su favor? La pérdida de rutina, la falta de contacto con sus pares y la fragmentación en múltiples materias son algunas de las causas que Sandra Ziegler, directora de la Maestría en Ciencias Sociales con orientación en Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), enumera para explicar el escenario actual.

“Las trayectorias escolares en la educación secundaria ya eran una problemática antes de la pandemia, y la discontinuidad por el cierre de las escuelas ha profundizado este fenómeno –señala Ziegler–. También podemos mencionar la ausencia de una figura que conozca la situación escolar completa de cada estudiante. Todos estos son factores que contribuyen a un quiebre de las trayectorias. Además, en la secundaria, por la propia organización de este nivel, es más frecuente que ocurra una invisibilización de los estudiantes en cuanto a sus problemas académicos, que terminan evidenciándose en el momento en que se cierran las calificaciones”.

Por su experiencia como rector del instituto secundario Sendas Verdes, un colegio privado en Longchamps al que asisten unos

270 alumnos, Guillermo Legnazzi sabe que mantener el interés de los adolescentes no resultó sencillo. Por un lado, dice, la decisión oficial de unificar los años lectivos 2020 y

2021 fue codificada como un “pasan todos” y la respuesta de los alumnos, sea con la entrega de tareas o la asistencia a las clases por Zoom, bajó de manera considerable.

“A diferencia de los chicos del nivel primario, con quienes los padres pudieron sostener y ordenar un poco más las rutinas, en la escuela media todo se complejiza. Había muchos chicos que para tener algo de independencia dentro de sus propias casas empezaron a vivir al revés, y muchos se quedaban despiertos durante toda la noche. Entonces tenías alumnos que se enganchaban a un Zoom a primera hora de la mañana porque todavía no se habían ido a dormir, pero después ya no se conectaban más”, reconoce el directivo, que también es profesor en otras dos escuelas porteñas, donde el panorama era muy similar.

Para Irene Kit, presidenta de la Asociación Civil Educación para Todos, la educación inicial y primaria, a grandes rasgos, está más alineada con el momento evolutivo de la infancia. “La organización de la educación secundaria, con su matriz selectiva fundacional, es poco compatible con la adolescencia y la extensión de la obligatoriedad hasta finalizar la secundaria aumenta ese desajuste, sin que se hayan concretado en la práctica las modificaciones de fondo necesarias para posibilitar que todos aprendan y completen el nivel”, subraya la especialista en fracaso escolar.

¿Por qué son poco compatibles la escuela secundaria y la adolescencia? “La entrada a la adolescencia está atravesada por una profunda reconfiguración a nivel cerebral, en particular en los lóbulos frontales y prefrontales, íntimamente vinculados con habilidades para la planificación y proyección, anticipación de las consecuencias, la inhibición de impulsos, la postergación de recompensas inmediatas en función de metas superiores de la persona –describe la pedagoga–. Ese proceso se inicia con la pubertad y dura varios años en el plano biológico. Pero en el plano sociocultural dura hasta que el adolescente asume funciones adultas. Por eso, lidiar desde el primer año con 12 materias separadas unas de otras es una dificultad enorme para enfrentar, mientras que esas habilidades de organización y planificación están en una fase incipiente de desarrollo”.

Para Kit, en el inicio de esta nueva etapa se abre una brecha “entre lo que se espera de un buen estudiante y las posibilidades reales de muchos chicos”, en especial –refuerza la especialista– para aquellos entre quienes la primaria no consolidó lo suficiente el dominio de la lectura, y también para los que no tienen un entorno familiar que posea los conocimientos para apoyarlos en la educación secundaria.

Los cuestionarios complementarios de las evaluaciones PISA 2018 aportan desde antes de la pandemia varias pinceladas para este escenario.

Valoración

De los resultados de esa prueba estandarizada, en la que los estudiantes argentinos tuvieron un pobre desempeño en las distintas áreas de conocimiento, una enorme mayoría de los adolescentes hicieron una buena valoración afectiva sobre el docente y sobre su compromiso con la clase: el 83% acordó con la buena predisposición de los profesores para enseñar. Ahora, en cuanto a la situación de aula, el 54% dijo que en todas o la mayoría de las clases hay ruido y desorden.

Aun con la buena valoración general de la tarea de sus docentes, el 65% dijo que “nunca o pocas veces” el profesor cambia la estructura de la clase cuando el tema es difícil de comprender para la mayoría. Asimismo, el 58% dijo que nunca o casi nunca el profesor indica cómo mejorar el desempeño, y una proporción similar respondió que nunca o en muy pocas clases el profesor ayuda a relacionar lo que leen con sus vidas. “Ya en el plano de las representaciones personales, más de la mitad de los estudiantes marcan que cuando les va mal dudan de sus planes hacia el futuro, y temen no tener el talento necesario –insiste Kit–. Por eso, la discontinuidad en las prácticas escolares que produjo la pandemia puede haber desvanecido habilidades y rutinas que comenzaban a dominarse”.

Laura Penacca, directora nacional de Educación Secundaria, reconoce que el sostenimiento de las trayectorias, la permanencia y el egreso en la secundaria ya eran un gran desafío antes de la pandemia, y que con el aislamiento esas dificultades se profundizaron. Más allá de la democratización en el acceso, que comenzó con la ley de educación nacional y la obligatoriedad desde 2006, Penacca explica que no hubo grandes cambios en el formato institucional de la escuela, que sigue sosteniendo algunos de sus rasgos elitistas de origen, pensada para formar a las dirigencias, más enciclopedista.

Una escuela ajena a sus vidas

“[Es] Una escuela secundaria que aún genera situaciones de expulsión, que no es solidaria con la contemporaneidad. Durante los dos primeros años, lo que se conoce como el ciclo básico, el abandono es del 8,4%, y la repitencia llega al

11,6%. En el ciclo orientado, estos índices se invierten: mientras que la repitencia baja al 6,4%, el abandono crece al 14%”, detalla Penacca.

Dentro del programa Aprender, donde hoy trabajan más de 10.900 docentes, maestros comunitarios y articuladores sociocomunitarios, el 54% pertenece al nivel secundario, es decir, 1.014.414. El 40% (751.446) está en el primario y el 6% pertenece al nivel inicial, lo que significa unos 104.746 chicos. De ese millón de adolescentes, unos 450.000 tienen “bajo o nulo vínculo” con la escuela desde diciembre del año pasado.

Además, reconoce Penacca, que coincide con Kit en una valoración conceptual, hay una crisis de relevancia. “Los jóvenes sienten que la escuela es ajena a su vida, que los tópicos de las materias están fuera de su contemporaneidad y se terminan desenganchando”, describe.

Sobre las políticas de revinculación, el objetivo del programa Acompañar –insiste la funcionaria– es asegurar la permanencia de los que aún están en las aulas y recuperar a los que las abandonaron. Un esfuerzo que, según dijo el exministro Nicolás Trotta en su última conferencia de prensa antes de ser reemplazado en sus funciones, requiere de un trabajo de manera individual, en un recorrido “puerta a puerta”. Para eso, el Estado nacional invirtió más de 2000 millones de pesos, que fueron distribuidos entre las 24 jurisdicciones.

Sin embargo, Kit advierte que las iniciativas para acompañar la vuelta a clases de los adolescentes tienen que ir más allá de ser un “anabólico transitorio para que puedan aprobar las materias”. Desde la perspectiva de los estudiantes, es necesario recuperar la confianza y la autoestima de sus capacidades, detectar y activar sus intereses personales, sistematizar y valorar lo que han aprendido en la vida real.

“Desde la perspectiva del sistema educativo, es una gran oportunidad para pensar en una escuela secundaria que brinde aprendizajes duraderos y significativos, con proyectos potentes que vinculen los conocimientos con los desafíos de la vida personal y social, con producciones de los estudiantes donde puedan expresar su creatividad, aportar su esfuerzo personal, y practicar cómo organizarse individual y colectivamente”, enfatiza Kit.

“Es fundamental que junto con las políticas de revinculación se planteen la permanencia y, sobre todo, la relevancia de aquello que los estudiantes encontrarán al regreso, de modo que se los esté invitando genuinamente a quedarse”, concluye Ziegler.

Fuente: La Nación.