Los libros argentinos de ficción «engordan»

El promedio de páginas de novelas y relatos aumentó el 13% en los diez últimos años; los editores opinan que esto influye en los costos, pero que no es un factor determinante para publicar

Ni los aumentos del precio del papel ni los datos que confirmarían que cada vez se lee menos hicieron mella en la cantidad de páginas de los libros de ficción que el mercado editorial pone en circulación en el país. Es más, en la última década y contra todo pronóstico, las novelas y los relatos aumentaron su extensión y, prendidos de la capa de Harry Potter o de la intriga de la saga Millenium, de Stieg Larsson, los mamotretos de más de 600 páginas mantuvieron su vigencia. Son datos que confirman que, tratándose de libros, el tamaño importa. En tanto el promedio de la cantidad de páginas por título que se ofrece en las librerías desde 2010 hasta ahora se mantuvo estable, en 299, el de los de ficción aumentó el 13%. Así lo calculó, a pedido de LA NACION, Promage, consultora que monitorea el sector editorial del país y trabaja con la Cámara Argentina de Publicaciones en la elaboración de sus estadísticas.

En una muestra compuesta por 30.000 títulos, nacionales e importados, disponibles en el mercado, Promage observó la evolución de la categoría ficción, en la que incluyeron algunas narraciones o biografías que lindan con la no ficción, y encontró que esos libros han engordado unas 40 páginas en los últimos diez años. El promedio saltó de 295 páginas por título en 2010 a 335 páginas este año.

Una tendencia contraria a la que se da en un mercado central para los libros en castellano como es España. Según la Federación de Gremios de Editores de ese país, que administra allí el ISBN (Número Internacional Normalizado para Identificación de Libros, en todos sus formatos y soportes, en el ámbito internacional), el promedio de páginas para la categoría creación literaria, equivalente a la nuestra de ficción, disminuyó entre 2009 y 2017 en un 10%, pasó de 265 páginas a 243.

LA NACION intentó conocer los datos del ISBN en la Argentina, que administra la Cámara Argentina del Libro. Su responsable, Diana Segovia, admitió que al inscribir un libro se registra el número de páginas, pero que «no tienen personal para procesar esa información».

«Esta industria -la gráfica- está llena de mitos, algunos de los cuales tienen sustento y otros no. Se suponía que se leía menos o que la extensión era un disuasor de la lectura, pero en los números eso no se ve, aun cuando nuestro estudio no valora el éxito de venta o de lectura», dijo Fernando Zambra, director de Promage, al especificar que la medición que hicieron no es de páginas leídas, sino publicadas.

La última Encuesta Nacional de Consumos Culturales, de 2017, registra, por cierto, una caída en el hábito de lectura de libros. En tanto en 2013 un 57% de la población dijo haber leído al menos un libro en ese último año, en 2017 ese porcentaje bajó al 44%.

Es que, como lo recuerda Zambra, en el mercado del libro «no hay un comportamiento único» y cada nicho de negocio tiene su propio manual de conducta.

Varios editores consultados por LA NACION coincidieron en que el promedio de páginas es de menos de 300 para categorías como ensayo, investigaciones periodísticas o divulgación científica; de hasta 200 páginas para los libros escritos por influencers, y hasta 100, los de poesía.

«Hay escritores que escriben 200 o 300 páginas porque narrativamente el libro pide ese tamaño y no por cuestiones de mercado», dijo Juan Boido, director editorial de Penguin Random Argentina. Y agregó que «la extensión no es un handicap para ser exitoso, ni la brevedad una garantía de éxito».

En la perspectiva de Ignacio Iraola, director editorial Cono Sur de Editorial Planeta, «no se registraron cambios en los últimos años» en cuanto al largo de los libros y «no existe relacionar la cuestión creativa con la cantidad de páginas» porque «eso sería encorsetar la creatividad». Para él «la extensión de un libro no tiene que ver con la crisis» y los costos pueden influir en libros más gráficos como los de cocina, infantiles, de diseño u otros. «Pero generalmente partimos de atrás hacia adelante: un presupuesto y costos asignados previamente», afirmó.

Fernando Fagnani, director general de Edhasa, considera que «los costos influyen en todo, en la extensión del libro también. Sin embargo, no es lo determinante. Lo fundamental, al cabo, es que un libro no pierda la tensión narrativa, sea del género que sea. A veces esto sucede en libros de 100 páginas, otras en libros de 200 y los hay de 300, 400 o más. Por supuesto, cuantas más páginas tiene más caro sale el libro. Pero tampoco se puede cortar un libro para que sea más barato si eso significa malograrlo. Eso es un doble error».

Desde la editorial El Ateneo, Marcela Luzo, su directora, señala: «Es claro que un libro sin lomo se pierde en el punto de venta. Con lo cual si el libro es muy chico o tiene pocas páginas tendrá que formar parte de una colección o habrá que pensar en la manera de exhibirlo para que no desaparezca en la librería».

En el caso del Fondo de Cultura Económica (FCE), que no publica ficción, «hay varios libros voluminosos que se siguen reimprimiendo y vendiendo, pues se trata de obras de referencia canónicas, clásicos, como Economía y sociedad, de Max Weber», entre otros, mencionan Mariana Rey, gerenta de Edición y Producción, y Horacio Zabaljáuregui, gerente comercial de FCE.

En cuanto a los libros infantiles, Andrea Morles, editora de Quipu, precisa que «para primeros lectores hay un promedio de 32 páginas en lo que es libro álbum por ejemplo; no solo por lo que los lectores mismos buscan o sus padres, sino también por requerimientos escolares», y que «en novelas para adolescentes y jóvenes adultos muchas veces piden que sean libros más extensos que hace unos años, siendo un público cuyo consumo lector es cada vez mayor y más frecuente».

Para una industria sana, muchos son los factores que influyen, pero uno solo el decisivo. Lo menciona Boido: «El tamaño importa porque para el que compra libros es la lectura la que importa».

Fuente: Silvina Premat, La Nación