Lucrecia Martel: «Nunca me sentí una artista global; pretender ser universal es una estupidez»

Tuvo que someterse a una cirugía y le harán falta al menos tres meses para estar completamente rehabilitada. «Todo me cuesta más, no me puedo lavar el pelo sola u otras cosas, así que me ayuda mi novia», dice en el tercer piso del mítico Palazzo del Cinema del Lido de Venecia.

Aanteojos de sol grandes, chemisier negro, chal verde intenso- llega a la entrevista con una férula en su brazo izquierdo. El 30 de julio pasado, en Uruguay, se subió, muy temeraria a un hoverboard, una suerte de monopatín eléctrico de estampa futurista. Se cayó para atrás y se quebró dos huesos de la muñeca.

De buen humor pese al accidente, con su tonada salteña más que intacta, en una entrevista con LA NACION, Martel, reconocida guionista y directora, de 52 años, habló de todo. «Yo nunca me sentí una artista global, yo siento que soy una artista salteña, y esa categoría me parece lo suficientemente amplia como para andar dando vueltas por el mundo. No creo que haya una vocación de universalidad válida, me parece que eso es una estupidez», asevera. También confiesa que le llegó la oferta de presidir al jurado internacional de la emblemática Mostra de Cine en un muy mal momento, pero que aceptó por un sentido de «responsabilidad política», en un momento cultural del mundo crucial para las mujeres. Habla de este rol, de su experiencia con Björk en los Estados Unidos, del estado del arte en el mundo («complicadísimo, porque ya no perturba el orden social») y de la Argentina, un país que le resulta «muy estimulante».

A punto de mudarse de Buenos Aires, donde vive, para regresar y «construir rancho» en su Salta natal, Martel también habla de política. Define a las PASO como unas elecciones «absurdas, que no sirven para nada», lamenta la falta de políticos innovadores y, sobre todo, el hecho de que cada presidente que viene intente volver a fundar la Argentina. «Ese trauma de Juan de Garay o de Pedro de Mendoza que tienen los políticos es tremendo», dispara.

-Ya formaste parte del jurado y ahora sos su presidenta, la primera argentina de la historia en este cargo en el legendario Festival de Venecia. ¿Cómo lo vivís?

-Siempre es halagador que alguien te ponga en un lugar así, de tanta responsabilidad. Pero sinceramente no era el momento para mí de venir, no quería estar fuera de Buenos Aires. Acepté porque me parece que es un momento de transición en la cultura del mundo muy notable, en donde la presencia de las mujeres es algo que se pide y entonces me pareció que políticamente yo tenía que asumir esta responsabilidad. Por supuesto que es hermoso estar en un festival, ver películas, comer comida italiana, todo es hermoso, pero realmente no era un momento para estar fuera de la casa…

-¿Por el tema de la mano?

-No, porque estoy trabajando en un documental. Había tenido que parar cuando hice lo de Björk y ya quería volver y estar con eso…

-¿De qué trata el documental?

-Es sobre Javier Chocobar, un miembro de la comunidad indígena que fue asesinado. Y entonces necesitaba estar concentrada en eso y estos viajes indudablemente te desconcentran, por más que uno vea cosas magníficas… Pero me pareció que primerotenía que ser solidaria con un festival por el que pasó Zama y también porque el momento político del mundo requiere que uno piense más generosamente.

-Hablando del momento político, acá hubo polémicas por la escasa presencia de directoras en las competencias más importantes…

-Hoy estuve hablando con Paolo Baratta [presidente de la Bienal de Venecia] sobre eso y me dijo que en algunas áreas, como cortometrajes y realidad virtual, era mayoritaria la presencia de mujeres. Entonces lo que nos preguntábamos es por qué pasa que en la Muestra, en la competencia oficial, hay menos. Un poco esa respuesta la voy a tener después de que vea las películas. Pero también le pedí, y él se ofreció a mandarme las películas que fueron enviadas al Festival, qué porcentaje, por país, de directores y directoras ofrecieron. Porque también ese es un dato. No toda la culpa la puede tener el Festival. Hay que ver en cada país qué es lo que está pasando y qué acceso tienen las mujeres a la narrativa audiovisual.

-En este sentido, ¿cómo ves el panorama en la Argentina?

-Para mí la Argentina es un país que está hiperconsciente del tema de la mujer desde hace unos cuantos años. No digo que esto sea suficiente para que haya resuelto la inequidad visible que hay entre hombres y mujeres. Indudablemente no hay correspondencia. Pero tampoco hay correspondencia entre la clase social que accede al cine y las clases sociales que hay en un país. El cine es cine blanco, mayoritariamente hecho por hombres y, en general, de clase media para arriba. Entonces las deficiencias en el acceso al cine o en la narrativa audiovisual tienen muchas deudas pendientes.

Martel celebra la presencia femenina en el jurado de la Mostra; en la foto, junto a la actriz francesa Stacy Martin y la directora canadiense Mary Harron, durante la apertura del festival
Martel celebra la presencia femenina en el jurado de la Mostra; en la foto, junto a la actriz francesa Stacy Martin y la directora canadiense Mary Harron, durante la apertura del festival Crédito: Agencias

-Volviendo a este cargo de presidenta del jurado de la Mostra, ¿te preparaste de algún modo?

-No, confío en que si el Festival pensó que yo podía estar de presidenta, también confía en mis criterios, compartidos con el resto del jurado, que es un jurado muy diverso, algo que es interesantísimo: esa conversación con gente que viene de distintos lugares, que opina distintas cosas. El presidente un poco hace de anfitrión de esa conversación, para que vaya por unos carriles amables y probablemente yo proponga algunas cosas que me parecen que son importantes para prestar atención, que son cosas que siempre, naturalmente, he elegido en las películas que me gustan. Sentir que una película revela algo que ves por primera vez, algo que ya conocías pero que ves por primera vez, que ilumina una zona que estaba oscura…

-¿Que sorprenda?

-Para mí una película tiene que tener no una sorpresa, sino una pequeña epifanía, algo que revela sobre la experiencia humana, sobre la existencia. Y otra cosa que para mí es muy importante y eso no siempre es igual para todos los jurados, es que para mí una película no revela su potencia en el argumento, sino en la experiencia que propone al espectador en el cine.

-Hablando de experiencia, ¿cómo fue tu trabajo con Björk?

-¡Muy bueno! Uno puede imaginarse una mujer tan creativa, que un poco ha innovado en todos los terrenos donde se ha metido, como una persona difícil. Pero ha resultado ser una mujer hipermaternal, que te abre su casa y lo más íntimo de su casa para hablar del trabajo que teníamos que hacer. No es que hay una oficina, es una mesa del comedor de su casa y ahí conversábamos y definíamos las cosas. Y lo que yo soñaba que fuese esa relación fue así y más. Así que eso fue muy bueno y lo que tenía que hacer era mucho más fácil que hacer cine, porque hacer un espectáculo con todos los artistas con los que ella ya ha trabajado, una cantidad de materiales preexistentes, más ella en el escenario, la verdad es que para mí no fue un desafío tan grande. Lo que a mí me importaba era que ella quedara feliz y que todos los materiales que había de otros artistas se lucieran, y eso lo logramos.

-The New York Times habló maravillas de vos y en Estados Unidos se hicieron retrospectivas sobre tu obra. ¿Cómo te sentiste con eso?

-Yo creo que hubo un fenómeno que no sé a qué se debe porque los fenómenos son fenómenos, pero que me salvó de la visión psicoanalítica francesa. Creo que la élite culta norteamericana fue capaz de entender mucho más el humor y ciertos aspectos de mis películas sobre los que para mí, en los estrenos que había tenido en Europa, se había hecho una lectura muy solemne, muy simbólica, muy psicoanalítica y yo sentía que se opacaban las películas. No digo de todo el mundo, pero de una parte importante de la gente que escribió sobre mis películas. En cambio, siento que en los Estados Unidos hay menos tradición y eso les vino bien a mis películas: las vieron sin la necesidad de que mis películas representaran todos los conflictos sociales y políticos del país, cosa que en Francia suele ser tendencia. Y entonces pudieron conectarse con cosas más simples, como cierto humor, cosas que a mí me importan mucho.

-¿Tenés proyectos u ofertas para dirigir en los Estados Unidos?

-Las que he tenido las he desechado por ahora, porque el trabajo narrativo que hago tiene tanto que ver con la lengua y mi lengua madre, que es española, el castellano, y tanto que ver con el lenguaje provinciano. Desde ahí surgen todas las matrices y estructuras narrativas con las que yo trabajo, por lo que me resulta muy árido en otro idioma. No descarto, me han ofrecido cosas buenísimas, pero donde sentía que no podía aportar y en parte pienso que era porque hay algo que a mí me seduce y me resulta sumamente estimulante, que es el habla. Lo tengo totalmente comprobado: yo me fui con una beca a París de cuatro meses y a los dos meses tenía una depresión absoluta. Tenía una beca para escribir, pero para escribir necesito escuchar a los vecinos en la calle, necesito escuchar a mi familia, a mis amigos y la carencia de eso fue demoledora. Me tuve que volver: o sea me fui con ochenta páginas y volví con ochenta páginas.

-Terrible…

-Es así. No es una cosa elegida. Me resulta muy estimulante estar en la Argentina, un país tan a medio hacer, con tantas marchas y contramarchas, con tanta tontera completamente naturalizada en el lenguaje y a la vez con gente que cree tanto en la lucha… No sé…

-¿A qué te referís cuando hablás de tonteras en el lenguaje?

-Al racismo que hay en nuestra lengua nacional, que es tremendo. Y se expresa de mil maneras…

-¿Por ejemplo?

-Y, cuando se dice por ejemplo en Salta «gentecita muy buena», nunca te vas a imaginar a una familia blanca, «gentecita» es seguramente gente más indígena que uno… O esto que es una institución en la Argentina: alguien que se cree un poco superior trata al otro de niño, de vos, aunque esa persona sea mayor, y si está al servicio tuyo, al revés, te trata de usted, y eso parece la Edad Media o la colonia y está totalmente vigente en Buenos Aires, en el norte del país, en toda la Argentina. ¿De dónde sale esa idea de que el usted debe ir hacia el que manda y el vos hacia el que obedece? Eso está completamente naturalizado.

La realizadora salteña Lucrecia Martel preside este año el jurado del Festival de Cine de Venecia
La realizadora salteña Lucrecia Martel preside este año el jurado del Festival de Cine de Venecia Crédito: Agencias

-¿Cómo ves el estado del arte?

-Pienso que en el mundo está complicadísimo. Pienso que la máquina de legitimación que es el sistema económico, que tiene su propia moral, es tan poderosa, es tan inteligente, que hace mucho tiempo, creo yo, que el arte no perturba demasiado, no incomoda al orden social. O al menos lo hace en segmentos tan acotados que no genera olas.

-¿Y esto pasa a nivel mundial y en la Argentina también?

-Y, somos parte del mundo. Lo que creo, también, es que hay una sensación de hartazgo. No sé, como cuando uno siente que hay un fin de época. Siento eso desde hace muchos años. No sé cuántos años dura un fin de época. Creo que el movimiento de las mujeres ha señalado en la Argentina algo de lo que todos nos dábamos cuenta. Bueno, ahora hablemos de esto. Todos sabíamos que las mujeres y los hombres tienen que ganar igual, todos sabíamos una serie de cosas, ahora digámoslo abiertamente en todos lados, no en un pequeño sector de mujeres…

-Siendo una artista global, ¿de algún modo te sentís obligada a referirte a la actualidad?

-Yo nunca me sentí una artista global, yo siento que soy una artista salteña, y esa categoría me parece lo suficientemente amplia como para andar dando vueltas por el mundo. No creo que haya una vocación de universalidad válida, me parece que eso es una estupidez. Pretender ser universal es una estupidez. Creo que los artistas que entran por ese camino naufragan. A mí me parece que lo que conmueve a tu vecino probablemente conmueva a cualquier vecino en cualquier lugar del mundo. No, no me siento obligada, simplemente siento que hay ciertas cosas que pasan en el mundo que es próximo, que es mi comunidad, mis vecinos, mi ciudad, mi familia, mis amigos en los distintos niveles de amigos que uno tiene, y me parece que esas cosas que me preocupan y nos preocupan y nos hacen padecer o ser felices ahí, más o menos, se parecen bastante en el mundo. No necesito hablar de la actualidad, con que me refiera a esas cosas, me suena.

-Antes decías que la Argentina te resulta muy estimulante. ¿Cómo ves al país en este convulsionado momento político y económico?

-Me parece cada vez más absurdo gastar plata en unas PASO que no sirven para nada. Lo que me parece es que en muchas áreas del quehacer en la Argentina hay mucha innovación y eso no aparece reflejado en la política. Uno ve que aparecen nuevos escritores, nuevos poetas, nuevos directores y no se ve eso tanto en la política. Esa es una cosa que lamento. Y después vamos a ver si podemos salir de ese péndulo por el que pasa la historia argentina. No sé si será ahora el caso de Fernández-Fernández en el gobierno, si algún partido va a poder agarrar este país sin tratar de volverlo a fundar, porque ese trauma de Juan de Garay o de Pedro de Mendoza que tienen los políticos es tremendo. Cada uno viene a fundar la Argentina: ¿no hay nada de lo que se ha hecho que merezca ser continuado? Es completamente absurdo. Después, creo que es necesario un consenso político, porque hay cosas que la Argentina necesita definir, que exceden por supuesto el mandato de un presidente. Por eso hace falta consenso político. Y empecemos por la educación: la educación no se puede redefinir cada cuatro años. Para esas cosas hace falta consenso político y para que haya consenso es necesario un diálogo muy inteligente. Espero que seamos capaces.

Fuente: Elisabetta Piqué, La Nación