Pantallas en guerra. ¿El streaming matará al cine o le dará una nueva vida?

Un crítico de The New York Times debate consigo mismo sobre el futuro del séptimo arte en la era del streaming y no teme publicar el resultado de la discusión

El irlandés, la nueva película de Scorsese, y una de las mejores del año, solo se exhibirá seis días en muy pocos cines; desde el miércoles se verá en Netflix

A.O. Scott (teleadicto profesional): – Recientemente, Martin Scorsese levantó revuelo en internet al decir, más de una vez, que las películas de Marvel “no son cine”. Esas superproducciones del imperio del entretenimiento Disney son vistas por millones de personas en salas de cine de todo el mundo, cumplimentando con ello con al menos uno de los criterios básicos de lo que llamamos “cine”. La última película de Scorsese, El irlandés, que es de lo mejorcito que puede ofrecer el medio por el precio de una entrada de cine, solo podrá verse en salas durante tiempo limitado [en la Argentina, apenas seis días, y solo en complejos de Devoto y Ezeiza] antes de ingresar a perpetuidad en el repertorio de Netflix el miércoles 27. Allí también puede encontrarse Roma, la multiganadora del Oscar de este año, dirigida por Alfonso Cuarón, y próximamente; Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach (disponible el 6 de diciembre), y Atlantics, de la franco-senegalesa Mati Diop, que en mayo ganó un premio en Cannes, un festival famoso por su aversión a Netflix (29 de noviembre).

Viene de tapa

Esta es apenas una pequeña muestra, limitada a una sólo empresa de streaming. Hay mucho cine dando vueltas, tal vez más que nunca, por más que la mayoría de los espectadores sólo lo disfruten desde sus casas.

A.O. Scott (cinéfilo de profesión):

–¡Lo que no es poca cosa, ni nada nuevo! La gente ve películas en casa desde que existe la TV. No creo que haya alguien tan purista como para negarse a ver películas en la TV, pero no hace falta ser un esnob para preferir la pantalla grande, la sala a oscuras llena de desconocidos, esa comunidad y esa comunión “teatral” (como se la denomina actualmente de forma algo despectiva). Las películas se ven mejor en el cine.

A.O. Scott (adicto a la tele): –No siempre. A veces tenés que soportar proyecciones de mala calidad, sonido defectuoso, y la amenaza de pulgas en la sala, por no hablar de las distracciones provocadas por gente que comenta lo que ocurre en pantalla, los niños que lloran, los espectadores que mastican pochoclo a mandíbula batiente, y en el caso de esos nuevos engendros que son las salas gastro-cinematográficas, el olor de los nachos con cheddar del vecino de al lado. Un buen televisor de pantalla plana puede brindarnos una experiencia estética perfectamente a la altura, o incluso superior a la de una sala, y una que además podemos disfrutar.

A.O. Scott (el cinéfilo): –Claro, podemos controlar la experiencia para crearnos nuestras propias distracciones: poner pausa, chequear los mensajes en el teléfono, hacerse una escapadita a la cocina a picar algo, avanzar la película para saltearse las partes lentas, cambiar de canal para pizpear las noticias. Lo que tenemos, en realidad, es la libertad de profanar una obra de arte en nuestros propios términos y en la privacidad de nuestras casas.

A.O. Scott (el teleadicto): –Pero al menos tenés acceso a esas películas para profanarlas.te suscribís a Mubi o al Criterion Channel y podés darte una panzada de obras maestras del cine, o a Disney +, donde tenés todas las superproducciones y películas para la familia [N. de la R.: la plataforma recién estará disponible en América latina en 2020]. Tu televisor puede transformarse en una cinemateca universal, un inmenso videoclub sin recargos por demoras en la devolución.

A.O. Scott (el cinéfilo): –Pero tenés que pagar la suscripción, cuyo monto puede subir rápidamente si querés acceder a ese muy hipotético menú de exquisiteces cinematográficas. El concepto de suscripción socava la fantasía de la universalidad. Imaginate un videoclub donde solo te alquilan películas de la Warner. O tener que inscribirte en un programa de lealtad corporativa y jurar fidelidad a Disney, Sony o Netflix, y que tus opciones queden limitadas en función de eso.

El sistema de streaming que está surgiendo expande y restringe al mismo tiempo el acceso a las películas. Hace poco salió un artículo de Matt Zoller Seitz en la revista Vulture, donde explica que Disney, flamante poseedor del catálogo completo de la 20th. Century Fox, no permitirá que los títulos de la Fox sean proyectados en público. La lógica es sencillamente económica: ¿por qué una empresa de streaming permitiría que sus activos pierdan valor dejando que quienes no están suscritos a ella vean esas películas?

Si esa práctica se extiende y Netflix, Amazon Prime Video, y las plataformas de streaming que pertenecen a los estudios dejan las películas encerradas en sus catálogos, ¿qué pasará con los cineclubes universitarios, con los departamentos de cine de los museos, y con las salas que se dedican a la proyección de cine clásico? Tal vez parezca un tema menor, pero los reestrenos y las retrospectivas cumplen un papel fundamental en la formación de nuevos públicos y en el estudio de la historia del cine.

A.O. Scott (el teleadicto): –¿Y quién les impide a los cinéfilos apasionados que se armen su propia retrospectiva en casa?

A.O. Scott (el cinéfilo): –Nadie tampoco los alienta a hacerlo. El streaming está basado en el poder de un algoritmo, que inhibe tanto el riesgo de equivocarte con un bodrio como el hallazgo fortuito de una gran película, generando así una ilusión de facilidad y totalidad.

A.O. Scott (el teleadicto): –¿Por qué llamarla ilusión? Actualmente hay más películas disponibles para más personas, en más lugares y a cualquier hora, día o noche. Eso no es una ilusión. No hace falta vivir cerca de un museo, de una universidad o de una sala de cine clásico. Si querés, podés armar una maratón de las películas de tu director favorito a las seis de la mañana y sin moverte de tu casa.

A.O. Scott (el cinéfilo): –OK, ¿lo harías? La abundancia puede ser una forma de escasez. Sin sentido de la ocasión, sin la idea de que determinada experiencia es especial, o incluso infrecuente, todas las experiencias se vuelven equivalentes, y nuestra atención tiende a elegir el camino que le ofrece menor resistencia. Ir al cine es una diversión, una aventura y un compromiso. Mirar televisión siempre ha sido una tarea más pasiva, menos aventurera, que tiene que ver con un entorno reconocible, con nuestra zona de confort, con la seguridad de nuestro sofá o de nuestro celular. Encerrar en ese pequeño universo a esa forma de arte que llamamos cine y que a veces es difícil, a menudo extraña, y ocasionalmente sublime, es una manera de enterrarla.

Fuente: La Nación