Picasso convoca multitudes en China y abre nuevas preguntas

Muestra con obras tempranas. La admiración al artista también da lugar a dudas: ¿es posible crear en un régimen de alto control estatal?. Retrato de María Teresa Walter. Pintura en exhibición, frente a un contingente de estudiantes.

Las multitudes hacen cola en Beijing para ver la muestra de arte más picante de la temporada de verano, obras de Picasso joven en el Centro de Arte Contemporáneo Ullens (UCCA), prestigiosa galería del barrio del arte 798.

La ciudad se jacta de su activa escena artística. Las galerías prosperan. Los talleres de arte convocan. Y en las escuelas primarias se enseña arte ampliamente. Pero para envolver todo este fervor creativo hace falta la mano mediadora del gobierno. La censura es muy común en la literatura y el cine. Aunque en los últimos años se han clausurado pocos espectáculos de arte, las exposiciones se autocensuran, y muchos artistas eligen trabajar en el extranjero para escapar de los creadores de tendencias oficiales.

Para los menores de 35 años que acuden a la exhibición de Picasso, algunos de ellos artistas, la imaginación salvaje del joven español durante las tres primeras décadas de su carrera resulta conmovedora. Los cautiva el impulso del pintor y escultor para experimentar antes de tener 30 años. Picasso no solo cambió el mundo del arte; ayudó a cambiar la forma en que un nuevo siglo se veía a sí mismo.

Pero el tema implícito de la muestra es: ¿podrían prosperar genios como Picasso dentro de los confinamientos de la China contemporánea?

La respuesta no es un simple sí o no. Algunos artistas chinos compiten favorablemente en el escenario libre del arte mundial, que premia lo extravagante, y el gobierno central recibe con gusto el reconocimiento que le aportan sus estrellas artísticas. Pero las autoridades pueden interferir como censores arbitrarios en cualquier momento y todo trabajo que denigre al Partido Comunista o al Estado, o que incluso aluda al separatismo, es prohibido estrictamente.

Para el público que visita la exposición, las obras de Picasso parecen significar qué es posible para un artista cuando crea sin ningún tipo de restricciones.

Yan Lei, escultor de Beijing, llevaba recorrida la mitad de la exhibición cuando a través de una caja de plexiglás espió una de las piezas precursoras del artista nacido en Málaga, Violín. Esa mezcla azul, marrón y blanca de láminas de metal y alambres de acero fue creada en 1915, cuando arreciaba la Primera Guerra Mundial y Picasso tenía 34 años, aproximadamente la misma edad que Yan.

La originalidad de tanto tiempo atrás dejó pasmado al escultor chino. “Hoy hacemos esto y pensamos que es muy moderno”, dice Yan, que tiene un estudio en las afueras de la ciudad. “Él lo hizo hace 100 años.” Boliang Shen, de 34, director de contenidos de un podcast, quedó fascinado con una escultura de Fernande Olivier, antigua novia de Picasso. Parecía que, en algunos lugares, la talla de madera hubiese sido labrada con un cortaplumas.

Hace mucho que a Picasso se lo acepta en China. Su afiliación en alguna época al Partido Comunista ayuda. Cuando los comunistas se hicieron con la victoria en 1949, en un congreso internacional celebrado en Beijing, colgada junto con retratos de Stalin y Mao se vio la imagen de una paloma de Picasso como símbolo de paz. Durante la Revolución Cultural el artista ingresó en la lista negra, como casi todos los demás creadores excluidos por representar una influencia burguesa que no debía tolerarse. Pero a principios de la década de 1980 una muestra pequeña de 30 obras marcó su regreso y atrajo un público ávido de ver arte europeo tras décadas de China en el desierto.

La celebridad de Picasso, impulsor igualmente importante en cuanto a moldear el gusto estético en China como en Occidente, agrega un atractivo extra, al igual que el valor astronómico de las obras. Las 103 pinturas, esculturas y dibujos que componen la muestra valen cerca de mil millones de dólares.

En parte la gente viene porque es muy famoso y muy caro”, dice Philip Tinari, director de la galería UCCA.

Otra gran pregunta que plantea la exhibición es si China va a aprender a proyectar “poder blando”, tomando el ejemplo de una de las naciones que mejor lo hacen en el planeta, Francia. Las 103 obras que componen la muestra las prestó el Museo Nacional Picasso de París.

Los alumnos de escuela primaria van en grupos con sus profesores de artes, todos parte de un ejercicio de lo que en China se entiende como mejorar el “buen gusto” de los chicos.

Un padre recogió a su hija luego de un exigente examen de matemáticas y la llevó de inmediato a la muestra para que se reuniera con sus compañeros, de manera de poder “relajarse y aprender” al mismo tiempo.

Los curadores de la exposición eligieron como leitmotiv un autorretrato de 1906 en tonos de rosa y blanco, con grandes ojos. El cuadro tiene una inquietante similitud con personajes de las películas de animación y novelas gráficas de Japón conocidas como manga, una de las modalidades de arte que más se aprecian en China.

La imagen pastel aparece en la portada del catálogo de la muestra, los posters publicitarios que hay fuera de la galería y en las bolsas de compras del local de ventas.

Wang Xingwei, reconocido pintor de Beijing que ha exhibido obra propia en el Museo Guggenheim de Nueva York y que una tarde fue a la muestra para ver qué respuesta tenía, dice que es una buena elección de marketing. Como el manga, Wang dijo que el autorretrato era “cautivador” y que brindaba una interpretación novedosa del Picasso joven. “‘Cautivador’ es una palabra muy popular, importante hoy en China.”w

Trad.: Román García Azcárate

Fuente: Clarín