Es mucho más que un premio a la ciencia. Es un reconocimiento a abrirse camino como investigadora en un mundo de hombres, donde todavía la brecha de género manda. Por eso, Carla Giacomelli, química con un posdoctorado en Holanda, y docente, que trabaja en el Instituto de Investigaciones en Fisicoquímica de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), de 53 años, se emocionó tanto la semana pasada cuando la llamó Ana Franchi, la directora del Conicet para hacerle el anuncio: su proyecto, ese que había presentado para competir con otras 89 investigadoras, había resultado ganador del Premio L’Oréal-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia” en colaboración con ese organismo estatal.
Haber ganado el primer galardón le permitirá disponer de un millón y medio de pesos para llevar adelante su investigación: desarrollar biomateriales portadores de genes capaces de reparar y regenerar tejido óseo.
Cuando le preguntan cómo explicará en Camilo Aldao, su pueblo natal, de qué se trata el premio y el proyecto de investigación, Giacomelli sonríe y dice que es la parte más difícil. Esa localidad cordobesa de la que salió con el título secundario, con el sueño de ser química, tiene 5000 habitantes, uno de ellos su padre, y contiene parte de su historia de lucha para abrirse camino como científica en un mundo de hombres.
“Lo que hay que saber de este proyecto es que permitiría que el propio cuerpo de las personas sea capaz de regenerar los huesos”, sintetiza. Claro que en esa frase, que aún es una incógnita, hay años de investigación. Cuando tenía 18 años, sintió que era momento de seguir esa idea utópica que se le había instalado en la cabeza a los 16 y el profesor de química le explicó cómo los átomos se combinan para hacer moléculas. “A mí me pareció algo fascinante. Desde entonces, me sigue pareciendo fascinante. La molécula de agua parece sencilla y no lo es y condiciona un montón de otros eventos. Entonces, decidí que quería ser química e investigación. No quería hacer otra cosa”, dice. No fue sencillo. En su casa no encontró oposición. Ella era la mayor de tres hermanas, y aunque lo lógico hubiera sido estudiar en Rosario, porque quedaba más cerca, sus padres la apoyaron cuando decidió mudarse a Córdoba capital.
Su padre tenía una curtiembre y su madre había estudiado economía, pero abandonó sin terminar cuando se casó. Siempre la apoyaron. Aunque cuando les dijo que quería dedicarse a la investigación, la miraron desconcertados y le preguntaron de qué iba a vivir. “Es ese tiempo, en el pueblo… nadie había hecho algo así”, cuenta. No fue el único mandato social que rompió. También decidió no casarse ni tener hijos. “Y no por la ciencia. No los hubiera tenido en otra formación tampoco. Tener hijos no es para mí”, dice.
Esta tarde, la investigadora recibió el premio mayor de la mano de Jean Noel Divet, presidente de L’Oréal Groupe de la Argentina en el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. También subieron al escenario otras científicas como Guillermina Amica, del Centro Atómico Bariloche (CAB), ganadora de la beca de investigación, por su trabajo “Conversión de CO2 para la generación de gas natural sintético empleando materiales formadores de hidruros”. Además, recibieron menciones especiales Lucía Mercedes Fama, investigadora del Conicet en el Instituto de Física de Buenos Aires, y Liliana Mogni, investigadora del Conicet en la Unidad Ejecutora Instituto de Nanociencia y Nanotecnología. Lucía Asaro, investigadora del Conicet en el Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales, y Noelia D´Elía, investigadora del Conicet en el Instituto de Química del Sur, recibieron menciones para la categoría beca.
Cordobesa sin tonada
Aunque es cordobesa, Giacomelli “habla” como rosarina. Se crio en esa parte de la provincia, en el límite norte donde no hay tonada de Córdoba. Empezó a estudiar en 1987 y ya en la Facultad de Ciencias Químicas de Córdoba se encontró con que la mayoría de las mujeres seguían las carreras de Farmacia o Bioquímica, y eran muchas menos en Química. Y empezó a sentir esa mirada sesgada. “Si te venías a la facu en minifalda era un problema. Te sentías mal por las miradas, por los comentarios. Siempre fui muy refractaria a esas cuestiones, pero llega un momento que te molesta y te parece fuera de lugar. Tampoco daba para reaccionar mucho, porque eran tus superiores, o los comentarios venían de quienes integraban las comisiones que te tenían que evaluar. Por suerte, ese comportamiento, en este ámbito cambió fuertemente. Tal vez los hombres todavía lo piensan, pero ya se lo guardan, saben que no lo pueden decir”, apunta.
A medida que fue avanzando en la especialidad, en el doctorado y en el posdoctorado se fue encontrando con que cada vez había menos mujeres en ese camino. Incluso en la docencia, había profesoras, pero la mayoría publicaban sus ensayos con los apellidos de casadas.
En todos estos años como investigadora, en numerosas oportunidades, Giacomelli se encontró con esa mirada que le indicaba que estaba yendo a contramano. “En todos estos años, en todos los cargos para los que concursé, siempre los tribunales que me evaluaron fueron hombres. Y en más de una oportunidad sentí que mis chances eran limitadas por esta situación. Aún hoy, creo que a igual CV, el hombre tiene más oportunidades. Y probablemente eso sea porque quien elige sea un hombre”, afirma. Hace algunos meses planteó a sus colegas incluir la variable de género en la conformación de los tribunales de los concursos docentes. Pero la idea no prosperó. “No es que no haya mujeres idóneas. Es que todavía hay muchos mandatos por quebrar”, dice.
A pesar de los grandes cambios sociales que se dieron en los últimos años, Giacomelli sostiene que apenas fue después del Ni Una Menos y de la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) que ciertos comportamientos machistas se volvieron inadmisibles aún en el laboratorio. “Cuando hice mi posdoc en Holanda, me advirtieron que los holandeses eran fríos. No decían piropos. Eso en los noventa llamaba la atención. No te miraban si tenías un short o una minifalda. Para mí no eran fríos, eran respetuosos. Fue un shock volver al país, porque recién muchos años después la situación en la Argentina empezó a cambiar”, dice.
Hoy Giacomelli, además de dedicarse a la docencia y a la investigación, fundó con una socia una empresa de biotecnología, en la que también impulsa investigaciones que podrían significar un cambio enorme en la calidad de vida de las personas. Se llama Nanotransfer, que está en desarrollo de nanoportadores para hacer terapia génica, que permita resolver enfermedades genéticas. En esa línea se encamina el proyecto de investigación que presentó este año en el concurso y resultó ganador. “Materiales biorresponsivos: cómo reparar tejidos con genes”, y tiene por objetivo diseñar biomateriales híbridos mediante la integración de distintos componentes que permitan estimular la regeneración ósea a partir de la modulación de la expresión génica.
“En particular este proyecto apunta a diseñar y desarrollar un nuevo biomaterial para reparar tejido óseo, que es un tejido muy dinámico, que ser arma y se desarma. Por eso, una fractura sencilla se puede resolver con un yeso. Cuando la fractura es más compleja, es necesario poner una prótesis, que es como un tutor, que sostiene hasta que el hueso se regenere. Los biomateriales fueron evolucionando. Nosotros estamos buscando desarrollar un material que se biodegrade y que tenga la capacidad de inducir la producción de hueso, mediante la implantación de genes. Esto es terapia celular, usar ingeniería genética y hacer que las células óseas se regeneren”, detalla Giacomelli.
Y aclara que se demandarán cinco o diez años de investigación para que este proyecto se convierta en un producto disponible en el mercado. “Nosotros no trabajamos con pacientes ni con animales de laboratorios, sino con materiales in vitro”, dice. Después vendrá la fase de animales y luego las experimentales hasta que se pueda usar en humanos.
Justamente, con la vanguardia de la igualdad de género, vino otra militancia asociada al veganismo: el cuestionamiento al uso de animales para investigación. “¿Cómo se cruzan esas dos variables en tu historia?”, es la pregunta difícil.
“Lo que hay que saber es que hoy, la mayoría de los estudios se hacen con animales macho, no hembra, porque son hormonalmente más estables”, explica la investigadora. “Significa que muchos de los diagnósticos que surgen de esos estudios están basados en soluciones de signos que tienen o podrían tener los hombres y no las mujeres”, explica. Y agrega: “Hay una contemporaneidad en el tratar de eliminar la brecha de género en ciencia y empezar a cuidar más a los animales de laboratorio. No creo que sea coincidencia. Creo que hay una mirada femenina al respecto. Hay una tendencia a usar más investigación in vitro y menos animales de laboratorio. En cosmética, se reemplaza por el uso de piel sintética, sobre todo para uso tópico. Pero si eliminás completamente el uso de animales en la fase de investigación, estás poniendo en riesgo a toda la población. Hay que encontrar un equilibrio”, dice.
Fuente: Evangelina Himitian, La Nación