¿Qué me pongo? La pandemia cambió nuestra forma de vestir

La transformación de rutinas y dinámicas laborales influyó directamente en la manera de relacionarnos con la ropa: maquillaje, tacos y corbatas fueron desplazados por conjuntos homewear y prendas deportivas; comodidad, durabilidad y colores vibrantes ganan un nuevo terreno

Charly García lo anticipó en la década del 80, y las primeras bromas plasmadas en las redes sociales en los inicios de la cuarentena se encargaron de confirmarlo. “Yendo de la cama al living” y otros títulos del músico cobraron literalidad con la llegada de la pandemia, al mismo tiempo que el trabajo, el estudio y la vida social quedaron reducidos al interior del hogar. Todo cambió de un momento a otro, y comenzó un periodo de transformación donde se experimentaron nuevas formas de relacionarse con los otros y con nosotros mismos. Se alteraron y alternaron los horarios, los vínculos y también las rutinas en los consumos, tanto de alimentos y entretenimientos, como de la vestimenta. Y fue respecto de esto último que en algunos casos de la incertidumbre se pasó al desgano, o viceversa, y además surgieron infinidad de cuestionamientos: ¿Arreglarse para estar en casa? ¿Maquillarse para una reunión a través del zoom? ¿Por qué tendría que usar zapatos con taco si solo se ve la parte de arriba de mi vestimenta? ¿Hace falta comprar más prendas de las que tengo en el ropero? ¿Cuándo las voy a usar?

También se dio una transformación hacia afuera: la calle dejó de ser una pasarela tanto para la exhibición in situ como para los posteriores posteos en las redes sociales, y mutó en el campo de batalla contra el virus.Ads by

Todos incorporaron el barbijo y en algunos casos overalls confeccionados con materiales antisépticos y protecciones plásticas, primero improvisadas con elementos caseros, aunque después con resoluciones más sofisticadas.

Puertas adentro

Desde el momento en que comenzó el aislamiento social preventivo y obligatorio, más conocido como ASPO –el 20 de marzo de 2020– los ambientes de todos los hogares tomaron forma de oficinas, salas de reuniones, aulas para estudiar, incluso restaurantes compartidos a la distancia. El ritual de vestirse para ir a trabajar quedó resignificado a unas pocas prendas para hacer lo propio con el torso en escena y el resto del cuerpo oculto debajo del escritorio y fuera de la pantalla. Y así fue que si antes el outfit típico incluía blusa y pantalón, falda o vestido, y zapatos en el caso de las mujeres, y ambo y camisa, para los hombres, ahora se metamorfoseó en conjuntos de pandemia más asociados al sportwear y homewear. Tendencias que si bien ya se venían dando con anterioridad a la aparición del Covid-19, terminaron de confirmarse en la traducción de prendas de tipo deportivo y ropa para estar en la casa. Eso le pasó a Gabriel Scalerandi, broker de reaseguros en una empresa multinacional, quien reconoce que aunque hace tres años que solo usaba corbata para reuniones específicas, sí llevaba ambo todos los días. “Mi forma de vestir cambió completamente, me levanto y directamente me pongo ropa deportiva, solo para las videoconferencias uso prendas más formales”. ¿Adquisiciones? “Este año casi que no me compré ropa para salir, lo anulé, solo pantalón de jogging, remeras, y shorts”, expresa. En esa sintonía también está su novia, Nany Cossettini, Licenciada en Relaciones Laborales: “Al principio de la cuarentena solo usaba pijama pero después, cuando me di cuenta de que era deprimente, comencé a vestirme”, dice y confirma que cuando tiene que hacer una videollamada de la cintura para arriba viste camisa o remera formal, y hacia abajo, calzas y pantuflas. ¿Maquillaje? Ya no se plancha el pelo, tampoco se maquilla, solamente utiliza corrector de ojeras. “Entiendo que con el barbijo no se ve, así que tengo lápices labiales sin usar desde hace por lo menos un año y medio”, subraya respecto de los días que sale a cenar o a tomar algo.

Gabriel Scalerandi y Nany Cossettini se arreglan más de la cintura hacia arriba, para las reuniones por Zoom
Gabriel Scalerandi y Nany Cossettini se arreglan más de la cintura hacia arriba, para las reuniones por ZoomALFIERI MAURO

Lo cierto es que más allá de la ubicación geográfica, y la especificidad de la ocupación, este tipo de vivencias, se reflejaron en personas de todo el planeta. En ese sentido, Daniela Penteado de la consultora de tendencias WGSN destaca que “el bienestar, las superposiciones, la durabilidad y la versatilidad son prioridades en el diseño de productos para satisfacer las necesidades actuales”. Por eso cree que es importante que las marcas reconsideren cómo diseñar y confeccionar prendas de sastrería y de moda formal. “Dado que las personas pasan más tiempo frente a las pantallas, es importante tener en cuenta los detalles que llaman la atención en el mundo digital: colores vibrantes, accesorios maximalistas y detalles en los cuellos y las mangas” señala.

“Al no tener tantas ocasiones de uso, preferí sacarle el máximo provecho a las prendas que ya tenía y jugar un poco más con las posibles combinaciones”, menciona Camila Lemos, asesora de imagen, quien además reconoce que antes no tenía tan en cuenta la comodidad, algo que hoy sí le parece fundamental. Admite que no volvió a usar pantalones chupines, ni telas rígidas, y reemplazó los tacos por zapatillas. “Desde que empezó la cuarentena compré algunos joggings y buzos, también ropa en tejido de punto, prendas que se adaptan a mí y no yo a ellas” indica. Y así como nacieron nuevos hábitos en la pandemia, también desde la industria y los medios de comunicación se pergeñaron nuevas denominaciones: primero se habló de la ropa “on screen”, que tal como su nombre indica es la que solo se ve en la escena virtual. También, en los últimos meses, aparecieron expresiones como: “hate dressing” o “sad dressing”, motes sentimentales que indican odio o tristeza al momento de dar cuenta de las decisiones vestimentarias. De estas clasificaciones, la doctora Carolyn Mair, especializada en Psicología de la conducta, y fundadora del sitio psychology.fashion, reconoce que aunque encontró esas definiciones publicadas en el New York Times, primero, y en Esquire y The Guardian, después, la pregunta sigue siendo cómo se llegó a esas conclusiones. “Me gustaría ver la investigación que se utilizó –dice– e imagino que si se emitiera una encuesta a una muestra representativa grande, se obtendrían respuestas diferentes”. Es que para Mair son muchos los usuarios que “disfrutan vestirse igual todos los días, tener libertad para elegir su ropa de trabajo (en lugar de verse obligadas a seguir un código de vestimenta informal o formal), y han decidido comprar menos, o incluso dejar de comprar moda por completo” agrega. Sobre este punto, Penteado considera que el impacto psicológico que causó la distancia física en los seres humanos es similar al provocado por los grandes desastres. La experta en temas del futuro, destaca que en este contexto, es clave que las firmas de moda tengan en cuenta la salud mental de los consumidores, para implementar mensajes optimistas y traer nuevas propuestas de looks. “Por eso, es interesante explorar en adornos exagerados, materiales opulentos, complementos más elegantes y prendas más sensuales, a través de transparencias y recortes”, concluye.

En los outfits de influencers internacionales, la comodidad es el ítem que se repite: Rocío Osorno (España), Chiara Ferragni (Italia), Ashley Graham (EE.UU.) y Kourtney Kardashian (EE.UU.)
En los outfits de influencers internacionales, la comodidad es el ítem que se repite: Rocío Osorno (España), Chiara Ferragni (Italia), Ashley Graham (EE.UU.) y Kourtney Kardashian (EE.UU.)Instagram

Digital y circular

Así como durante la última década, cada vez fue más frecuente que las marcas comercializaran sus productos en línea, a través de las tiendas virtuales, no como única posibilidad sino como una experiencia mixturada con los espacios convencionales de venta física, lo mismo sucedió con el imperativo sostenible, algo que además de ser un tema en la agenda pública –y en la moda específicamente– también se volvió concreto en modos de hacer, vender y consumir. La diferencia ahora es que esas dos opciones, pandemia por medio, pasaron a ser un requisito, implícito, para todas las empresas sin importar la magnitud o el tipo de indumentaria o calzado que hagan. Según Natalia Nupieri, Diseñadora de Indumentaria, docente FADU-UBA y experta en tendencias, además de virtual, reducido y circular, el futuro de la moda será digital; tanto en lo referido a los vínculos laborales sostenidos a través de una pantalla, como también al momento de comprar. “La moda digital se convierte entonces en una posibilidad real, no solo como un nuevo soporte de comunicación, sino también como una solución sustentable para la ropa desechable”, explica. Este último dato alude a “experimentar sin materializar”, y al desarrollo de prendas que puedan ser probadas primero, desde la propia casa, a través de la tecnología 3D, y producirse solo si resultan de interés para el consumidor. Esto es algo central si se tiene en cuenta que además puede ser útil para mitigar los remanentes de mercadería y el consecuente flagelo de los residuos textiles. Y se da en un escenario, tanto global como local, en el que los clientes procuran estar más informados sobre aquello que compran. “También se reducirán los niveles de consumo de productos nuevos, y la preferencia de las nuevas generaciones por circuitos de costura, reparación, alquiler y segunda mano, colaboran en esta situación, promoviendo la aparición de negocios que brinden estos servicios con el desarrollo de una economía circular que sea rentable y a la vez responsable”, anticipa Nupieri. En esa misma línea, Mair hace hincapié en que las prioridades cambiaron con la llegada de la pandemia, y los consumidores le exigen más a las marcas de indumentaria. “Habrá un mayor énfasis en la sostenibilidad a partir del desarrollo de nuevos materiales y moda circular, así como de compras personalizadas a través de inteligencia artificial y aprendizaje automático más sofisticados –analiza–. Creo que el futuro de la moda será diferente y muy emocionante”.

Fuente: María Eugenia Maurello, La Nación