Adiós al escritor y periodista Luis Frontera

Por: Adriana Muscillo. Incluye el Poema: «La nube de las almas», de edición agotada.
Fotografía: Gentileza de Graciela Bruno. De izquierda a derecha: De pie:
Emilio Villarino, Pato Donofrio, Luis Frontera, Cristina Ricci, Bebe Martínez, Graciela Bruno, Graciela Lessing, Pachi Agromayor. En cuclillas: Alfredo Villa y el negro Vázquez.
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No sé cómo se hace esto. Pero lo tengo que intentar. Adiós a Luisito, mi querido amigo Luis Frontera.
Cuando lo conocí, lloramos los dos. Él me contó su historia de dolor, locura y muertes; yo, le conté la mía. Insisto. Lloramos los dos. Fue hace mucho tiempo, casi parece que hubiera sido en otra vida. Nos teníamos un cariño sincero. Compartíamos la manera de sufrir por el sufrimiento del otro. Ay! Las palabras! Amigas en común pero, a veces como ahora, tan escurridizas. Luisito me contaba que estaba trabajando en la novela de su vida (Sagrada Familia, Seix Barral, 2020), «Adrianita, la primera en recibir un ejemplar vas a ser vos», me dijo. Y así fue. Fui a su casa de San Nicolás, tomé té con facturas con él y Ofelia, su gran amor. Prendí el grabador y, otra vez, lloramos los dos. Era febrero de 2020 y Luisito fue el último entrevistado al que pude abrazar, antes de la pandemia. No lo sabía pero, también, ese iba a ser el último abrazo que nos daríamos.
Luisito querido, gracias por tu amistad, por tu cariño, Por tu amor y sensibilidad. Por tu coraje para vivir en este mundo que, a veces, se nos presenta tan hostil. Estás en mis pensamientos…
Muchos saben que Luis fue (no puedo creer usar el tiempo pasado) un escritor y periodista autodidacta, que nació en 1944, que publicó Poemas (1968), Las alucinaciones y el destierro (1978), El país de las mujeres cautivas (1991), Argentina País VIH. Primera Encuesta Nacional sobre sexualidad y prevención del sida (1995). Y su último libro, un librazo equiparable al Martín Fierro: Sagrada Familia. Como periodista ha trabajado en Radio Rivadavia y Radio Nacional y en medios gráficos como El MundoHumor y Sex HumorPanorama y Noticias. También, que fue expositor en diversas universidades y congresos. Y, claro, era columnista de Diario de Cultura. Pocos saben, sin embargo, que Luis tenía la sensibilidad necesaria para ver el lado oscuro del mundo y eso le dolía.
Su padre, el capitán Frontera, había abandonado a su familia para ir a pelear a la Guerra Civil española. Junto a su madre y a sus nueve hermanos, Luis pasó penurias y fue «un chico de la calle en tiempos e que no existían los chicos de la calle», le gustaba decir.
Muy pronto abandonó la escuela pero le encantaba leer. Se internaba todos los días, de dos de la tarde a diez de la noche, en la Biblioteca Nacional para nutrirse de los grandes textos.
A los doce años, se puso a buscar a su padre y es así como entró en el partido comunista. En su derrotero por saber sobre su padre, se hizo periodista. En los tumultuosos años 70, fue perseguido por la Triple A y terminó en el Borda.

En sus propias palabras:

«Me estaban buscando los de la Triple A, me querían matar. Tengo el recorte del diario que se vendía en los kioscos. Me pusieron en la lista de los comunistas, junto con García Márquez, me amenazaron de muerte. Yo trabajaba en el diario, con Roberto Cossa. Una vez, vino un periodista y me dio un sobre. “Hacéte una nota que hubo un secuestro”, me dijo. Abro el sobre y adentro estaba la llave del auto del tipo, todos los carnets del tipo, la foto de los hijos del tipo. ¡Lo habían hecho ellos mismos! Y me pedían que hiciera la nota, me ponían ahí como a un boludo, querían que se supiera. No era como ahora, que cuanto más se conoce, más difícil es que te maten. Ahí te mataban igual. Entonces, un juez me dijo: ‘Usted no puede ver más a sus hijos, porque están en peligro. La amenaza es contra usted y sus hijos’. Me fui de casa y empecé a vivir en hoteles de mala muerte, a tomar alcohol, a deprimirme, no podíamos decir los nombres, no decíamos, el ERP, o Montoneros. Solo decíamos: “Fueron ellos”, porque el lenguaje no existía más en este país. Entonces, me empecé a sentir mal y un día agarré y me lastimé. -Esgrime una gran cicatriz vertical en el brazo-. Me corté las venas, me habían dicho que si te cortás en forma horizontal, te cosen y te salvan. Entonces, me hice un corte vertical, para que no me salvaran», contaba.

Lo salvaron igual. Entonces, se pegó un tiro.

«Disparé al pecho pero estaba muy borracho, la bala fue al hombro. Fue ahí cuando me llevaron al Borda. Mientras me llevaban mis hermanas gritaban “¡Mi hermano no es un loco, mi hermano no es un loco, lo están amenazando, lo quieren matar!” Pero, nada. ¡Adentro! Te sacan la ropa, te sacan el documento de identidad, no tenés nada más y te atan a la cama. La primera etapa, fueron unos meses terribles. Después, me hice amigo de Pandiayer, Ricky, La Promesa…

(La Promesa, “porque le había prometido a su mamá que iba a dejar de ser puto y no pudo cumplir”; Ricky, su pareja, “que hablaba entrecortado como si cada palabra le retorciera el pescuezo y tenía un costurón rojo en la frente, herencia de un balazo que le había abierto un pequeño tajo pero sin atravesarle el cráneo”. Tres gemidos, porque cuando le preguntaban por su nombre contestaba con tres gemidos “y se iba rápidamente por el pasillo con la mano que le faltaba metida en el bolsillo izquierdo” y Pandiayer, que se desorientaba y todo el tiempo preguntaba “¿Ónde ía ió?” “¿Ónde ía ió?”, “era microcéfalo o algo así, comía pan viejo y hablaba gangoso”, entre otros amigos del hospital.)

Buenos amigos, ¿Qué fue de todos ellos, sabés?

A Ricky lo seguí viendo un tiempo. Hace unos meses llamé a la casa del hermano y me dijo: “está loco, como siempre, pero está bien”. Está trabajando, ya salió, ahora salen todos, ahora están todos en la calle, lo que es todavía peor a veces.

Y vos eras “el interesante”, porque le habían oído decir a un médico que el tuyo era un caso interesante. ¿Qué fue de la vida de “El interesante”?

“El interesante” me siguió bastante tiempo, aun estando con Ofelia (su mujer, quien lo acompaña desde hace 35 años e influencia decisiva en su proceso de recuperación). Estaba dormido y me movía hacia abajo, como cayéndome. Ella me despertaba y era que estaba dentro de mí y no podía salir.

En el libro, “el interesante” es descripto como un “psiconauta”

Sí, ser psiconauta es viajar por el interior de tu ser. Empezaban a pasarme palabras, letras y después ya directamente me metiía para adentro, una cosa que yo bauticé como la cordillera del lenguaje.

Es tan profunda la idea en el sentido de que yo me metía tan adentro que si entraba mucho y me equivocaba el camino de regreso, podía salir por otro cuerpo, era otra persona, otro cuerpo.

Y después, conociste a Ofelia

Sí, cuando la conocí le dije: “Me tenés que acompañar, todos los domingos”. Primero, fuimos al Borda, después fuimos al Cottolengo Don Orione, donde están todos los deformes, después la llevé a los prostíbulos. Fuimos a todos los lugares más horribles para que supiera de dónde vengo. Turismo cruel.

Ese día en su casa, me regaló uno de sus poemas favoritos cuya edición estaba y está desde hace tiempo, agotada. Acá lo comparto como homenaje a ese hombre inteligente y sabio, sensible hasta la médula, que sabía -como pocos- canalizar su sufrimiento y el del mundo que habitaba, a través de las palabras.

Poema «La nube de las almas», de Las alucinaciones y el destierro. (Luis Frontera. 1978, Editorial Schapire). Ilustración de tapa: Aída Carballo. Edición agotada.

Hoy recibió visitas el de la cama uno, la mañana de invierno para él debe de haber olido a sopa de la casa, de la que no es sustento para el cuerpo sino alimento principal del alma y qué distinto al cuatro se ha portado, a quien nadie le trajo cigarrillos, ni le pasó la mano por la frente, ni lo encontró más pálido o delgado.

Sé que el hospicio es para iluminados, yo mismo he visto un ángel ante mí con su mano tendida hacia el destierro, lo escuché respirar junto a mi alma, lo vi sentado al borde de mi cama, pero estemos en claro: una cosa es el genio de Van Gogh, las visiones de Artaud, ser lúcido en un mundo que tanto de día como de noche, y cada vez más, come lo incomible y otra es la llaga enfermedad del cuatro.

Estoy mirando a la mamá del doce, el frasco de jalea envuelto en diarios y el mate que ha cebado toda la siesta larga, el hijo se ha dormido y, mientras ella sigue y sigue hablando, nunca sabré qué cosas milenarias. Si no le canta una canción de cuna es solo de vergüenza: su niño tiene ya cuarenta años.

La enfermera se asombra de que duerma y sin haber tomado tal pastilla, no sabe que él descansa porque madre le teje la bufanda, porque le está limpiando los zapatos, lo mira con el pecho, casi llora y le acomoda ropas al borde de la cama. El de la cama cuatro no se acuesta, se quedará pensando sentado en el pasillo, seguramente gritará esta noche, lo llevarán babeando y, a falta de ternura, habrá insulina y como nadie lo visita nunca, sé que él jamás saldrá del hospital.

No puedo, nadie puede definir la locura, al hombre que está duro y erguido en el pasillo, como un árbol al borde del camino pero digo, más allá de los santos y los genios, no todo sueño es iluminaciones, más acá de la ciencia tan escasa del médico, hospicio es sobre todo un sitio en el que haría falta más ternura.

Para ingresar al mundo de los puros, resulta indispensable la locura; para estar loco, siempre hay que ser cuerdo pero hay algo más cierto, irrevocable: para ir al manicomio y enterrarse de por vida, alcanza con ser pobre o estar solo en el mundo.