Aute partió hacia Albanta

Por Alejandro Casas, especial para DiariodeCultura.com.ar

Sábado 4 de abril de 2020. En el mundo hay una muerte más pero no víctima de la pandemia COVID-19. En España murió Luis Eduardo Aute, pintor y cantautor. Pero, por sobre todas las cosas, timonel de un barco sin tripulación surcando solitario los mares tempestuosos del siglo XX y las incertidumbres del XXI.

“Lo que me pasa es que a este mundo no lo entiendo”, supo cantar.

En Argentina, en mi ciudad, es una mañana soleada y fresca.

Leo un artículo sobre la muerte de Aute publicado en el diario El País, por Fernando Navarro.

https://www.youtube.com/watch?v=lkPNr951pB8

Tenía 76 años y una salud endeble desde hace un tiempo, dice Navarro. Y comenta que “la última fábula que le gustaba contar a Aute tenía como protagonista un girasol insumiso. Lo hacía llamar Giraluna, un girasol que, a diferencia del resto, decidía no agachar la cabeza por la noche y aguardaba la llegada de la luna. Cuando el cielo se fundía en negro, este girasol conocía la luna y las estrellas y, bajo el efecto de esa luz pura en plena oscuridad, era compensado con una sagacidad y lucidez especiales por su fe, curiosidad y criterio propio”.

Algo habitual en la cantera infinita de su imaginación alimentada por la fuente inagotable, mágica e idílica de su espíritu.

¿Qué nos dice el destino con esta muerte en un momento del mundo atravesado por la amenaza de un virus que no cesa de matar y que no se deja eliminar? Me pregunto, conmovido por la desaparición física de uno de los referentes musicales que me acompaña desde hace más de veinte años en mi vida.

¿Paradoja? ¿Ironía? ¿Mensaje? Tal vez no nos dice nada. Tal vez sea una simple coincidencia. Pero me resisto a pensar que la muerte de Aute en este escenario de muertes globalizadas quede como una simple coincidencia.

Entonces imagino que su muerte es una fábula, una alegoría, una metáfora y una poesía más (la última) con la que Aute se despide de este mundo en el que pintó con la música, la palabra y los colores las miserias y ruindades de la vida moderna. Y también sus bellezas, y las de la naturaleza.

“Y ahora que no quedan muros/ ya no somos tan iguales/ tanto vendes, tanto vales/ ¡Viva la revolución!/ Reivindico el espejismo/ de intentar ser uno mismo/ ese viaje hacia la nada/ que consiste en la certeza/ de encontrar en tu mirada/ la belleza”.

La fábula está en las imágenes y en los colores de sus canciones que, de aquí en adelante, escucharé sabiendo que él ya no está en este mundo (¿alguna vez lo estuvo?), aunque con la misma vibración íntima que me provocan desde la primera de las canciones que escuché: De alguna manera.

No fue un rebelde sin causa. Fue un hombre sensible que le cantó al amor, a las utopías, a la muerte y a la vida con la misma belleza y la misma sensibilidad. Y que supo encontrar en la cantera de su imaginación y en la fuente de su espíritu las musas para pintar el mundo con fábulas como la del “Giralunas” o la de “Albanta”.

Albanta me rescata cada vez que la realidad me devora en su vorágine despiadada y sin sentido.

“Yo sé que allí/ allí, donde tú dices/ no existen hombres que mandan/ porque no existen fantasmas/ y el rey, es un rey/ sin corona, ni patria ni nación/ que aquí, tú ya lo ves/ es Albanta, al revés”.

El mundo se debate entre la vida y la muerte, con distanciamientos sociales obligados y con sumas billonarias de dólares y euros que no alcanzan a vencer al virus. Y con individuos que, de repente, tuvimos que dejar de darnos la mano, de abrazarnos, de besarnos y de acercarnos.

Esto pasará, seguro que pasará. Como pasaron tantas epidemias y pandemias en la historia de la humanidad. Pero, ¿qué nos dejará además de la intromisión masiva e intempestiva de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de nuestras vidas? ¿Qué nos dejará en nuestros espíritus, en ese lugar tan misterioso al que ninguna tecnología ha logrado acceder? La poesía, la música, la pintura, LA IMAGINACION. Eso que ningún virus puede matar. Ni siquiera el virus de la ambición desmedida de los hombres.

Esto es lo que Aute nos deja con su muerte en este momento del mundo. La motivación permanente, casi obstinada, de seguir imaginando fábulas, metáforas y alegorías. Como la del Giralunas que decide no agachar la cabeza durante la noche para mirar la luna y las estrellas, y en plena oscuridad encontrar esa luz pura que nos dé sagacidad y lucidez. Por ejemplo, para salir de esta encrucijada y entender lo que este virus nos está diciendo.

¡Buen viaje a Albanta, Luis Eduardo!

*Juez de Paz, docente y escritor.