¿Cómo digo lo que digo?: A las piñas con la docente

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Que la realidad supera a la ficción no es ninguna novedad. Sin embargo, sorprenden algunos hechos crueles en una sociedad que se destacó por su sólida formación escolar y el buen nivel de los educadores.

Cuando los hijos no permanecen en sus casas, el otro lugar seguro siempre fue la escuela que contiene y protege. Ahora bien, si la violencia no da tregua ¿por qué esta institución va a salvarse?

En Necochea, una docente fue golpeada salvajemente por la madre y el hermano mayor de una alumna que reprobó luego de dos intentos fallidos. No conforme con arrojarla al piso, este dúo feroz pateó a la profesora sin piedad.

Por lo visto, la fuerza bruta reemplaza a la palabra. ¿Nos transformamos en cavernarios? Confieso mi frustración porque me dedico a compartir herramientas para comunicarnos mejor. Apuesto a la palabra y no soporto la idea de que la trompada se imponga y le gane.

¿Olvidamos, acaso, nuestra calidad de personas?

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Ya se ha naturalizado que algunos docentes reciban castigos corporales de parte de los padres de alumnos, descontentos con sus notas muy bajas.

Noticias difíciles de digerir que van en aumento y revelan nuestra catástrofe social, un quiebre a gran escala de la cultura, de las instituciones, de la vida cotidiana.

Días atrás, en Necochea, en el secundario 17, la profesora de Política de quinto año, fue atacada a golpes y patadas por el hermano y la madre de una alumna reprobada. Alumna que no se presentó en las dos fechas previas y en la tercera (la definitiva) demostró no tener la menor idea de la materia a rendir.

No bien se enteraron de los resultados, madre y hermano arremetieron sin piedad contra la docente. La arrojaron al piso y continuaron con la golpiza.

Violencia, salvajismo, decadencia moral.

Sabemos, por supuesto, que estas conductas deplorables no avanzaron de un día para el otro. Fueron aumentando como una reacción a la ausencia de límites, a la falta de exigencia en las aulas donde el aplazo está prohibido, ningún estudiante puede repetir porque la bajada de línea es que el alumnado pase de año. Como sea, así no sepa redactar, escriba con horrores ortográficos y resulte francamente incapaz de interpretar un texto.

Lo más dramático, a mi modo de entender, es que se haya perdido la costumbre de conversar, de disentir, de cuestionar…Las piñas, que reemplazan a las palabras comunican barbarie. Predomina la bravuconada.

Si lo que se impone desde las altas esferas es apelar al menor esfuerzo para que los alumnos no desistan de ir a clase, el nivel de conocimiento será cada vez más pobre, justamente en un mundo tan competitivo que requiere de una constante capacitación.

La escuela no es una isla. Reproduce lo que ocurre puertas afuera y en la calle el miedo y la inseguridad se apropian -cada vez más- de nuestras vidas.

La familia que opta por trompear o amenazar a una educadora, se transforma en un ejemplo nefasto para sus hijos porque las conductas se repiten. Tengamos en cuenta que el primero en reaccionar fue el hermano mayor de la chica en cuestión, quien arrojó una botella a la profesora. Después no frenó, tampoco detuvo a su mamá. Al contrario: el dúo actuó en equipo y con impunidad.

Si en las aulas no se exige, si no se fomenta la disciplina, los alumnos irán a pura pérdida. Ya se advierte, hace tiempo, que tienen carencia de recursos para expresarse, para leer de corrido, para escribir y, en especial, para ejercitar el respeto. Imprescindible.

Insisto, la ausencia de respeto, actitud bochornosa, negativa, cuando se ignora en un establecimiento educativo resulta muchísimo peor. Es una clara demostración de que se perdió la autoridad. Y autoridad no significa autoritarismo ni despotismo.

Resabio del cruel autoritarismo que nos tocó vivir, cuesta reconocer, todavía, la enorme diferencia entre ambas, francamente descomunal. Hay personas que se crispan con sólo escuchar la palabra orden. ¿Acaso prefieren signos de atraso como el caos o la anomia? Ningún país progresa en estas condiciones.

El modo barra brava ya no es exclusivo de las canchas. Los grupos de salud trabajan en estado de alerta. Les ocurre igual que a la docente de Necochea. Si padecen la desgracia de no salvar a un herido grave o, por exceso de casos, no se apuran lo suficiente, sus vidas corren peligro.

Demoledora realidad. Seguramente las historias son muchas más y no trascienden por miedo.

Por favor, volvamos a ser civilizados.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.

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