¿Cómo digo lo que digo? ¡Acá estoy: mirame, escuchame!

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Te tengo cerca, a una distancia que puedo tocarte con la mano. Sin embargo, ignoro cómo te va, si necesitás que te escuche con el celular apagado. La verdad, siento dificultad para registrarte.

En las crónicas policiales cuando se describen homicidios o suicidios, las preguntas de rigor que se formulan a parientes y allegados suelen ser: “¿Advirtieron un cambio en su carácter?”. “¿Mantenía sus mismas costumbres?”. “¿Estaba menos sociable?”. “¿Se enojaba o deprimía con frecuencia?”.

Preguntas que también intercambian familiares y allegados. Hasta que, de repente y en cascada, llueven los reproches, los pases de facturas, los sentimientos de culpa, por no haberse percatado de que, muy pronto, iba a desencadenarse la tragedia.

Compartir techo no es una garantía para saber a ciencia cierta qué cosas le están pasando a cada uno de los moradores. Si bien abunda la gente escondedora, no es menos cierto que hay muchas personas ensimismadas en sus propios asuntos, sin capacidad ni ganas de interesarse en los ajenos.

Te tengo acá nomás, a una distancia que puedo tocarte con la mano y, sin embargo, no sé cómo te va, si algo te mortifica, si para no causar molestia, a mi vulgar pregunta “¿todo bien?” asentís con la cabeza y yo me desentiendo. A menudo, somos incapaces de registrar el estado de ánimo del otro/a, su mirada huidiza, su sonrisa forzada, su abulia o su silencio.

Mi ombliguismo me impide practicar la empatía. Te quiero, me caés bien, todo tranqui… No obstante, permito que mis problemas me abrumen: siempre los considero más importantes. Por torpeza, seguro, me cuesta darme cuenta si necesitás que te escuche de verdad, con el celular y el televisor apagados.

Como no te registro, paso por alto de que ya te concentrás poco y nada en la lectura y en las series que tanto te gustaban. Seamos sinceros, no hace falta atravesar un drama como el que publican los diarios, para tomar conciencia, por ejemplo, de que mientras sufro por las vicisitudes del club de mis amores, vos podés cambiar de peinado o estrenar una linda blusa y yo no me doy por enterado. No te veo. Con todo, creéme, te sigo queriendo.

“Comprendo que mis viejos trabajan muchísimo y regresan agotados. Pero deben ingeniarse y encontrar un rato para conversar con sus hijas -se lamenta una chica de diecisiete-. En cambio, siempre obtenemos la misma respuesta: charlemos en otro momento. Ni siquiera se fijaron que, para llamarles la atención, mi hermana se hizo un tatuaje en la mano derecha”.

Comer en familia, casi, casi, resulta una utopía. Cada cual ocupa su silla, se sirve de su plato y sostiene el celular como si fuera otro utensilio. A veces, con suerte, opinan sobre una noticia o coinciden riéndose de lo mismo. Mastican rápido, ninguna sobremesa, se levantan con urgencia y cada cual atiende su juego. Cero comunicación.

Falta de registro que le dicen. Tema recurrente, negativo, si se busca interactuar. Para llevar a cabo una conversación laboral o personal, observar los gestos (en especial, los sutiles) es de vital importancia. Si un/a participante se muestra incómodo/a, hay que poner pausa. Es necesario crear un clima de respeto, serio, favorable, donde reine la confianza. Luego de esta antesala que allana el camino de las palabras, recién poner manos a la obra y ocuparse del tema que los convocó.

Hagan la prueba, vale la pena.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Talleres Online y por Videollamada

Propongo encuentros individuales, aptos para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.

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