¿Cómo digo lo que digo? ¿Adivinen por qué somos más parlanchinas que ellos?

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

La respuesta es científica y conocerla alivia nuestra legendaria fama de charletas infatigables, capaces de hablar y de hablar, hasta por los codos.

Por radio, en los divertidos avances publicitarios de su espectáculo, el humorista Roberto Moldavsky se refiere a la facilidad verbal de las mujeres y bromea: “Lo digo con humildad, a los siete u ocho minutos ya no entiendo nada”.

Los chistes sobre mujeres que se hablan todo, vienen de la época de Maricastaña. Igual que las quejas y reclamos que han cruzado todas las generaciones y –dato curioso- el paso del tiempo no modifica. Por ejemplo: “Debo sacarle cada palabra con un tirabuzón”. “A veces, no me doy cuenta de que está en casa”. “No hay caso, siempre me contesta con monosílabas”.

Sin embargo, existe una respuesta para comprender esta diferencia abismal y proviene de la ciencia. En su libro Ágilmente, el argentino Estanislao Bachrach, doctor en biología molecular, explica que utilizando la resonancia magnética se descubrió que las mujeres tienen entre trece y catorce áreas del cerebro destinadas a evaluar el comportamiento de los demás, versus cuatro a seis de los varones.

Nosotras emitimos unas 15 mil palabras por día, mientras que ellos rozan las 7 mil. Estas diferencias numéricas, abismales, influyen para que las mujeres desarrollemos una enorme capacidad de atender varios frentes a la vez, fenómeno que genera dispersión y, parafraseando a Almodóvar, nos coloca al borde de un ataque de nervios.

Bachrach aporta otra información esclarecedora. “Las mujeres pueden hablar y pensar al mismo tiempo entre dos y cuatro temas no relacionados, cambiando hasta cinco tonos de voz. Nosotros, en cambio –reflexiona- , somos capaces de identificar sólo tres tonos. Por eso nos perdemos en sus conversaciones”. Al final, por el camino del humor, Moldavsky arribó a la misma conclusión.

Seguramente, años atrás, cuando se publicó Ágilmente, las lectoras que accedieron a estas revelaciones habrán aceptado la realidad científica con mayor alivio. Hablar por hablar, hablar de más, es tan nocivo como responder en dosis homeopáticas o refugiarse en prolongados silencios. Ninguna de las dos conductas propician una comunicación saludable.

Las parejas bien avenidas no están pendientes de las palabras. Se comunican con gestos, actitudes, hechos, respetuosos silencios. Y si la circunstancia lo amerita, exponen el problema, lo discuten, argumentan, se disgustan, se disculpan, hasta agotar el tema. No sucede lo mismo, cuando la comunicación es escasa, francamente pobre, el malestar se interpone entre ambos. La persona incapaz de poner un punto se frustra (a veces, es el hombre), la que expresa poco o prefiere guardar y guardar, se resiente.

Encontrar un delicado equilibrio, debe ser uno de los propósitos más complicados de llevar a la práctica. En cualquier área. Como se sabe, el cambio comienza por una/o. La ciencia constató que la mayoría femenina tiene la pulsión de hablar. Apuesto a la necesidad de revisar este hábito (denso, por momentos) con la intención de administrarlo mejor. De paso, se beneficia al compañero, siempre y cuando interese defender la relación. El lamento, la queja, no ayudan. Ayuda la acción. Por caso, detenerse a observar si el otro tiene ganas o tiempo de escuchar. Si la circunstancia es oportuna. Si no lo abruma.

Practicando este ejercicio sin claudicar, con paciencia, se obtienen resultados. Es probable que, poco a poco, aparezcan las primeras señales de cambio.

¿Y si no aparecen? A otra cosa.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Talleres Online

Propongo encuentros presenciales (en grupo o individuales), aptos para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.

Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, personal y social.