¿Cómo digo lo que digo?: Buscaré mis mejores palabras para no dañar

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

La palabra es poderosa. Tan poderosa que puede construir o destruir; hostigar o calmar; seducir o rechazar…

Es temible cuando se torna impune y humilla, descalifica o recurre al peor vocabulario para lanzar las más ofensivas.

A la vez, ésa es su magia, también puede sonar dulce, cálida, amorosa, indispensable, positiva.

Lo que digas te representa, revela tu modo de ser, expresa tus valores, tu calidad humana.

Es cierto que hablamos de más. Que abunda la incontinencia verbal. Tantas veces hablamos por hablar, total es gratis. ¡No, no sale gratis! Se pagan altos costos. Por ejemplo, si sos imprudente y se te da por contar lo que había que callar, o cuando se te ocurre hablar sin filtro y repartir verdades que nadie te pidió.

Debemos elegir las palabras cuidadosamente. En especial, si se precisa encarar un tema espinoso, delicado. Dedicarse a buscar las mejores, para no herir la sensibilidad ajena. Así como nos tomamos un tiempo para elegir el vestuario y los accesorios que luciremos en una reunión.

Algunas personas son capaces de derrochar su tiempo, para decidirse por el vino o el champán que más les apetece. En cambio, nunca se les ocurriría invertir un poquito de ese tiempo para pulir su lenguaje, sonar más agradables y descartar las groserías.

A continuación, comparto tips breves, fáciles, necesarios. La palabra hablada, escrita y por whtsapp (donde se la maltrata), merece ser reivindicada. Claro, depende del empeño que pongamos.

Hay palabras violentas que acechan en la punta de la lengua, listas para ser disparadas en la primera de cambio.

Discutir con inteligencia, sin golpes bajos, puede representar un atajo hacia mejores ideas y líneas de pensamiento.

Hay palabras que funcionan como puentes: acercan. Y palabras que parecen barreras: impiden.

¡Cuánto cuesta pedir un favor! El miedo de no lograrlo nos hace titubear, perdemos la brevedad y damos vueltas como una calesita.

Una de las dificultades para expresarse es la falta de vocabulario.

Antes de abrir la boca conviene tener en cuenta que los gestos faciales y corporales, informan tu estado de ánimo.

Si no te piden detalles, conviene ser breve, ir al grano.

Entristece admitir que quien te endulzó con palabras amorosas, ahora te agreda con palabras espantosas.

Los analfabetos emocionales son incapaces de hablar sin palabras ofensivas.

Que tu palabra adquiera valor, sólo depende de vos.

Para que te escuchen conviene hablar cortito y prestar atención si a tu interlocutor/a, le interesa el tema.

El silencio, como castigo, es una reacción deplorable del lenguaje verbal.

Existe tanta pulsión por hablar que, a menudo, se sueltan palabras vacías de contenido.

A mayor economía de palabras, menos riesgo de irse por las ramas.

La palabra es acción, no se escapa ni es inocente.

Construir mensajes claros: fórmula básica para prevenir el malentendido.

La escalada verbal es peligrosa: legitima la violencia. Del descontrol de la lengua a la trompada, hay un paso.

La palabra está tan devaluada, que se justifica su decadencia acuñando la frase “a las palabras se las lleva el viento”. Es falsa: muchísimas quedan tatuadas en la memoria.

Te doy mi palabra merecería repetirse como un mantra.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

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