¿Cómo digo lo que digo? Caricias aptas para todo público

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Todavía produce asombro y cierto gesto burlón, que en la temporada alta de la vida las personas intercambien caricias delante de los demás, como ocurre con los enamorados.

Existen prejuicios al respecto y más de uno supone que, a cierta edad, conviene disimular esos sentimientos.

Días atrás volví a ver «Nosotros en la noche», película que protagonizaron Jane Fonda y Robert Redford, dos años atrás, cuando ella tenía 79 y él 81. Para mí, fue una renovada alegría disfrutar de este fantástico dúo que admiro desde siempre. Más un valor agregado: que sus edades, tan bien llevadas, no hayan sido un impedimento para inspirar un relato amoroso, tema infrecuente en la pantalla grande y en la chica.

El azar, a veces, interviene para que algunos temas coincidan con escasa diferencia de tiempo. Justo escuché a la actriz Patricia Palmer comentar que, además de la escasez de tiras nacionales, a las actrices “mayores” las borran de los elencos. Durante un programa de televisión, Palmer aseveró : “Los guionistas ya saben que no pueden incluir abuelas en el reparto”.

La verdad, si este prejuicio se ha instalado revela que los mandamás de algunas producciones atrasan, pues continúan asociando a la abuela de hoy con el estereotipo de las ancianas de pelo blanco, mañanita y crochet.

Las abuelas actuales son súper activas, informadas, muchísimas siguen trabajando luego de jubilarse (porque reciben ingresos famélicos o por vocación), tienen una vida independiente y, si lo desean, también pueden enamorarse, tener un compañero de ruta.

El cine y la televisión están en deuda con esta franja etaria. En especial, ahora que se extiende la posibilidad de seguir cumpliendo años. La ficción que descarta a los mayores de sesenta para arriba, digamos (muchos de los cuales, con frecuencia, recurren a la cirugía estética para aparentar menos), está provocando un vacío en infinidad de ciudadanos que no se sienten representados. Que son ninguneados.

Socialmente, en la vida real, hay una mirada burlona hacia quienes, en la temporada alta de la  vida, se animan a exteriorizar sus sentimientos románticos. Está bien visto, claro, que besen y abracen a sus nietos. En cambio, si besan o acarician a su pareja, es común calificarlos de desubicados o de viejos locos.

Asociarlos con el placer, con la necesidad de amar, de sentirse amados y de poder expresarlo a la luz del día, suele convertirse en una situación particular que exponen los gerontólogos en un espacio dedicado a la medicina. En lo cotidiano la vejez se confunde con decrepitud. Por eso mismo, los adultos mayores reciben un manto de piedad cuando reclaman por su jubilación indigna o arrastran los pies por interminables pasillos de hospitales, luego de una prolongada espera para conseguir turno.

En los medios gráficos y audiovisuales nadie los identifica como señoras y señores. Cuando se refieren a ellos son las abuelas y los abuelos. Aunque no lo sean. La información que recibimos es cruel: comunica tristeza y aguante para soportar limitaciones que no merecen, la indiferencia de los funcionarios de turno y el miedo de una sociedad que se niega a mirarse en ese espejo tan poco afortunado.

Además de saludable, acariciarse es apto para todos. También para quienes se excusan con la edad. Sólo deben atreverse a salir de lo establecido sin importarles el qué dirán, porque la sensualidad resulta un modo poderoso de comunicar. Dos manos que rozan sus pieles, expresan un caudal de emociones que son universales y se comprenden en cualquier idioma.

Dionisia Fontán

Periodista y coach en comunicación

 

Talleres On line

Propongo encuentros grupales e individuales, para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.

Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, personal y social.