¿Cómo digo lo que digo?: ¿Charlamos? Yo hablo. Vos interrumpís

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

La manía de interrumpir, que avanza de un modo alarmante, es una de las mayores enemigas de la conversación. Vale la pena hacer autocrítica y analizar qué enmascaran las interrupciones. En especial, si son frecuentes.

La ironía del título está relacionada con algunas ideas que compartiré en esta columna. Hace rato que las conversaciones quedaron relegadas. Que perdimos el hábito de cultivarlas. Mucho, mucho antes de la imposición de usar barbijo.

Personas consultadas opinan que falta paciencia para escuchar. Que vivimos dispersos porque estamos motivados en exceso y cuesta trabajo concentrarse. Que la ausencia de síntesis, factor negativo y recurrente, influye para sostener una charla.

Un motivo muy común: hablar de más, sin pausa, como esa gente que se va por las ramas y, por si fuera poco, sólo toma aire para deslizar: ¿qué estaba diciendo? Cuesta entender que los monologuistas, insufribles, no desarrollen la menor percepción de cuánto incomodan a la víctima de turno. No les funciona la autocrítica, tampoco tienen registro de su interlocutor/ra.

La pulsión por hablar y hablar es más fuerte. Les impide darse cuenta de esas señales que, seguramente, le envía esa persona a la que abruman con tanta cháchara. Persona que soporta, resignada, la violencia provocada por un ser sin la más mínima empatía. Catártico. Desubicado.

Además de los tips mencionados, la manía de interrumpir -que avanza de modo alarmante- representa, para mí, uno de los mayores enemigos de la conversación. Por experiencia, como testigo en reuniones varias pude advertir que, si bien la historia que se está contando reúne los ingredientes necesarios para ser escuchada, por caso un exclusivo chisme off de récord, matizado con datos picantes y divertidos, nunca falta quien se encarga de arruinarla. Justo en ese momento se le ocurre preguntar si encargaron las pizzas o, ignorando al resto, sermonea a su hija por celular, quebrando el clima necesario.

Durante mis talleres, cuando propongo citar conductas que alientan las dichosas interrupciones, al punto de que resulta arduo avanzar en una charla, las respuestas más frecuentes son: por ansiedad, por falta de respeto, por dispersión, porque la escucha está devaluada, por envidia. Y a pesar de que a que se trata de una emoción universal cuesta horrores reconocerla, aceptarla. La sola palabra provoca rechazo. Sin embargo, la envidia, más de una vez, es responsable de que nos privemos de divulgar acontecimientos gratificantes, asuntos que merecen ser comentados, porque no a todos les caen bien.

Por envidia hacés oídos sordos y no te importa interrumpir. Por envidia competís mal, te volvés autorreferencial y arrebatás la palabra sin pudor. Conviene analizar qué enmascaran la mayoría de las interrupciones. ¿Un toc? ¿Deseo imperioso de mostrarse? ¿Celos? ¿Burla? ¿Complejo de superioridad? ¿Agresión verbal? ¿Apuro desmedido por completar frases ajenas, contar el final de un chiste o de una película?

A los que se sienten identificados con algunas de las conductas mencionadas, les digo que, por supuesto, se pueden mejorar. Porque son conductas adquiridas y arraigadas. Darse cuenta ya es un avance, después sigue un trabajo sostenido para reeducarse. Vale la pena, de veras. La calidad de nuestra comunicación verbal merece el esfuerzo.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Talleres Online

Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, personal y social.

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