¿Cómo digo lo que digo?: Comunicarnos durante el gran miedo

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Habituados a los gestos efusivos, besarnos, abrazarnos, tocarnos… de pronto, abruptamente, mantenemos una considerable distancia física mientras el choque de codos inauguró un nuevo modo de saludarnos. El lenguaje no verbal, tan poderoso, dirige la batuta.

Las distintas circunstancias de la vida influyen en el modo de vincularnos. Por caso, la inseguridad, tan temida, nos hizo desconfiados, más temerosos y precavidos. Las consecuencias se advierten cuando la solidaridad se torna escasa y preferimos mirar para otro lado, desentendernos, no comprometernos, por las dudas. El miedo no es zonzo y actúa de forma irracional. A veces, paraliza. Otras, impulsa para adelante.

El coronavirus, tema excluyente, agudizó nuestros temores y las precauciones que debemos tomar, instalaron una revolución comunicacional. Especialmente para nuestra idiosincrasia. Habituados a saludos efusivos, a besarnos, abrazarnos, palmearnos las mejillas…a tocarnos, abruptamente debimos interrumpir gestos tan propios, tan comunes, porque ponen en riesgo la salud.

Estas nuevas rutinas obligan a una gestualidad a la cual nos vamos acostumbrando sobre la marcha (no queda otra). El saludo, ahora, se logra chocando los codos, actitud que inspira risa. Quizás, porque hasta no hace tanto el codo tenía mala prensa. Los codazos violentos, frecuentes en el fútbol, significan “Vos avanzás hasta acá, nomás”. Codito se dice de la persona amarreta. En fin, con el  cambio de hábito el codo ganó protagonismo.

Así las cosas, podemos afirmar que el poderoso lenguaje no verbal viene ganando terreno. Acciones, conductas y gestos se analizan con lupa. Esta vez, precisamente porque el miedo es atroz, nuestro dichoso no te metás le cedió paso a la denuncia. Inevitable reacción contra los irresponsables que subestiman el virus e ignoran el protocolo. Me refiero a los cancheros de siempre, a los que se jactan de su viveza malsana que tanto daño viene produciendo en la sociedad. Encima, para defenderse (y por deformación), acusan de buchón, de botón, a quienes se atreven a señalarlos.

Miedo, pánico, terror, escala de sentimientos tan peligrosos como la propia pandemia, ponen a prueba nuestra calidad humana. Se nos pide cuidado extremo en beneficio propio y para proteger a los demás. Sin embargo, debemos admitir -con impotencia- que a muchos, a demasiados, les cuesta respetar las normas y acatar los protocolos. Eso sí, cuando visitan otros países donde la educación y el respeto son moneda corriente, se llenan la boca de admiración. Del dicho al hecho… No hay caso, el ejemplo no se les pega.

Es seguro que todos hemos visto, leído o escuchado la historia de Miguel Ángel Paz, 40 (que no hace honor a su apellido), vecino de Vicente López, provincia de Buenos Aires, quien atacó a las trompadas al empleado de seguridad, porque le impedía abandonar la cuarentena. En realidad, dos semanas de aislamiento. El individuo Paz, entrenador de unas cuantas disciplinas deportivas, aterrizado dos días antes de un viaje a Estados Unidos, descargó sus recargados puños sin piedad contra quien cumplía con el deber.  Y en su idioma bestial, mientras vociferaba amenazas de muerte, lo siguió moliendo a golpes. Hubo que internar a la víctima.

Me pregunto ¿cómo se convive con alguien tan descontrolado? ¿Qué recaudos debemos tomar con un energúmeno que prefiere comunicarse a las piñas? Menos mal, ya intervino la justicia. De todos modos, merece recibir una sanción social. Gran acierto colocar más y más cámaras, las crudas imágenes, indefendibles, recordaban el ensañamiento de los asesinos de Zárate. ¿Miguel Ángel Paz continuará manteniendo su estatus en la actividad que desempeña. ¿Cómo seguirá la relación familiar? ¿Y con los vecinos? Probablemente, el caso quedará tapado por otros cientos de casos. Aunque el vigilador jamás lo olvidará.

En medio de semejante incertidumbre nos necesitamos más que nunca. Si bien cerraron las fronteras geográficas, entre nosotros no pueden existir. El otro es mi semejante. Nadie sabe nunca si, en determinado momento, debe depender de ese otro. El virus viaja a tanta velocidad, que pone a prueba nuestra capacidad de cambio. Debemos obedecer con humildad los consejos de los epidemiólogos, pese a que algunos puedan parecer arbitrarios. Médicos, enfermeras, auxiliares, camilleros, conductores de ambulancias, se exponen día tras día para cuidarnos.

Cada una/o es responsable de sus actos. Arrasar las góndolas (quienes pueden, claro) como si fuera el fin del mundo, instala una imagen de profunda desesperación. De gula. De miedo. No a la peste: a quedarse sin comida.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

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