¿Cómo digo lo que digo?: Cuando hablar es una tortura

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Invitarlos a una reunión ajena a su medio laboral, les complica la vida. Hablan poco.

Se sienten sapos de otro pozo y permanecen callados. Se retraen. Como esta conducta despierta críticas, conviene echar mano de los gestos y actitudes amigables que proporciona el lenguaje no verbal.

“Hacer vida social me cuesta horrores. Soy de pocas palabras y mi actividad como analista de sistemas no colabora. Paso horas delante de la computadora, la voz humana me suena extraña”. Esta consulta proviene de alguien que, cada tanto, cuando debe asistir a reuniones ajenas a su grupo laboral, confiesa: “me meto para adentro, no conecto con la gente y, encima, me doy cuenta de que caigo mal”.

Su comportamiento ha despertado críticas que le preocupan. “Me toman por soberbio y no lo soy –señala-. Mi trabajo me apasiona, es absorbente, también soy fan de las series, las devoro. En las reuniones intento sacar el tema, pero nunca engancho a nadie que haya visto las mismas que yo”.

Esta manera de actuar es más común de lo que se supone. Abundan las personas que se sienten fuera de lugar, incómodas, inseguras. Piensan que sus conversaciones no son atractivas, temen correr el riesgo de aburrir o de meter la pata. Quienes –por razones profesionales- se sienten liberados de sostener una comunicación verbal, al mismo tiempo pierden el entrenamiento básico que requiere mantener una charla. Entonces, como señal de autodefensa, se tornan más ensimismados, no participan.

Desde afuera es posible que se los considere soberbios, como si estuvieran posicionados en un nivel superior. En estos casos resulta útil echar mano de algunos tips del lenguaje no verbal, porque compensan la ausencia de palabras y, muchas veces, expresan más.

Sonreir, así la sonrisa sea leve, favorece siempre. Participar acercando una bebida o una bandeja. Demostrar cierto interés por los comentarios de los demás. Atreverse a deslizar una opinión. Evitar los brazos cruzados sobre el pecho (revelan autodefensa). Conducirse con respeto. En fin, a falta de palabras conviene sumar gestos y actitudes amigables, que demuestren ganas de integrarse. Las primeras veces, seguramente, costará un poco, como ocurre cuando se hace foco en las debilidades. Es cuestión de entrenar, sí o sí.

Créase o no, existen personas con una enorme capacidad de escucha. Claro, son muchísimas menos que las deseables. Esta conducta permite prestar atención a todo lo que se dice y, además, otorga poder para observar el más mínimo detalle. A la vez, cuando aportan su punto de vista demuestran –casi siempre- ser personas certeras.

Hoy, cuando la pulsión por hablar es exacerbada e invasiva, se agradece la prudencia o el silencio de quienes saben graduar su lenguaje oral. Por carecer de recursos. Porque los invade una fuerte timidez. Porque sólo deciden abrir la boca si lo consideran necesario. Y tengamos en cuenta al analista de sistemas (que inspiró la columna), consciente de que su dificultad para vincularse le creó fama de soberbio, de agrandado, con la cual no se siente identificado, al punto de estar dispuesto a cambiar.

Conviene apelar a los buenos resultados que proponen algunos gestos en reemplazo de las palabras. En especial, esos que expresan sentimientos nobles. La empatía, por ejemplo, para ponerse en el lugar del otro. Los brazos abiertos para recibir y que nos reciban. La humildad para reconocer que somos eternos aprendices.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Talleres online

Propongo encuentros presenciales (en grupo o individual) aptos para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.

Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, personal y social.