¿Cómo digo lo que digo?: Discutir no significa pelear

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Aunque el título de esta columna parece obvio, es bastante común que mucha gente se niegue a discutir para evitar que desemboque en una pelea. Y una conducta no tiene nada que ver con la otra.

Me refiero a ese básico intercambio que puede resultar saludable para aclarar conflictos, información errónea o malentendidos. Discutir bien, con respeto, sin levantar la voz, cuidando el vocabulario, no corre ningún peligro de que pase a mayores y se transforme en una pelea.

Hay personas que eligen guardar silencio. No se arriesgan a aportar puntos de vista ni conceptos, con tal de no contrariar a su interlocutor/a. Se anticipan a la reacción ajena para no meterse en líos. Quizás tienen dificultad para argumentar y optan por quedarse en el molde.

Así consiguen que su compañía resulte aburrida. Para citar un ejemplo: no se animan a sostener que les gustó tal o cual película, porque la persona con quien hablan opinó que le había parecido floja.

Y están los que disfrutan peleando. Si reconocen que a su interlocutor/a le gusta contemporizar, que tiene un discurso inteligente, entonces cualquier tema les viene bien para ir al ataque. Me refiero a los, las/os provocadores. Los que no saben discutir con altura. Los insufribles.

El buen nivel cultural y la buena educación son aliadas de la prudencia y de la sobriedad, actitudes que necesitan preservarse para que un debate sirva para enriquecer, esclarecer, aportar otras miradas y conceptos.

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Proponerse entablar una discusión se asocia con transitar una circunstancia enojosa. Sin embargo, discutir con inteligencia, sin golpes bajos, puede resultar un atajo hacia mejores líneas de pensamiento.

Se discuten asuntos de familia, se discuten las cuestiones de dinero, se discute sobre política… aunque, la verdad, ahora tratamos de evitarlo. Existe el concepto de que las discusiones que rondan esos temas, son los que habitualmente encienden las mechas más peligrosas.

Son, nomás, los temas que sulfuran los ánimos, los que generan broncas severas, los que propician insultos, los que incentivan los arrebatos de ira. El sentido común, en cambio, diría otra cosa: nada de confrontar ni de buscar camorra.

También, conviene recordarlo, son un arma de doble filo. Por ejemplo, no pueden cotejar puntos de vista y dirimir controversias quienes no reconocen que la entera verdad no tiene dueño/a y que la purísima verdad, en tanto valor absoluto, es inalcanzable.

Las discusiones revelan con elocuencia cuál es el grado de respeto que manifiestan personas que piensan y opinan de diferente modo. Así como refleja nítidamente el nivel cultural y educativo de cada una de esas personas.

El buen nivel cultural y la buena educación son aliadas de la prudencia y de la sobriedad, actitudes que necesitan preservarse para que un debate, en efecto, sirva para algo. Para enriquecer, esclarecer, aportar otras miradas y conceptos. Ocurre que el más espinoso de los territorios dialécticos, el que alberga más pantanos y arenas movedizas es, justamente, el de la confrontación de ideas.

Ser asertivo/a es una estrategia de la comunicación que permite defender nuestros gustos o intereses de una manera natural, espontánea. Sin ofender ni permitir que nos ofendan.

La habilidad para ser asertiva/o representa una señal positiva. Demuestra que contamos con recursos para negociar. Y cuando se sabe negociar, es posible discutir en buenos términos, exponiendo nuestras necesidades y permitiendo que la otra persona haga lo mismo.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Propongo encuentros aptos para todo público a quienes desean optimizar su capacidad de comunicarse de un modo eficaz, fluído y no violento. Mail: [email protected] /Instagram/ Facebook.