¿Cómo digo lo que digo? El fantasma del miedo

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Pueden ser excelentes en su actividad y, a la hora de exponerse, los asalta el miedo, se frustran. Miedo de que su mensaje suene aburrido, de que su tono de voz no acompañe, de no gustar. Sin embargo, hoy existe un arco de recursos para ir a fondo con esta emoción que bloquea y ocasiona sufrimiento.

Una de las consultas que más recibo, está vinculada con la timidez extrema o el miedo (suelen confundirse), que asalta a muchas personas durante una entrevista de trabajo o bien, cuando deben brindar una charla delante de colegas o de su personal.

Invariablemente, luego de la experiencia, escucho el mismo comentario desalentador: “Eso que me preparé muchísimo, como para dar un muy buen examen”. En nuestra época de estudiantes vivíamos convencidos de que al final del ciclo secundario, terciario o universitario, desaparecerían de nuestras vidas los insufribles exámenes que nos agotaban por la ansiedad, la falta de sueño y el temor de ser reprobados.

Con el correr del tiempo, la vida se encarga de demostrar que los exámenes, de todo tipo, no terminan nunca y que aquellos, los estudiantiles, eran un poroto comparados con los que debemos enfrentar sobre la marcha. ¿Por qué en momentos en los cuales debemos exponernos, el miedo nos bloquea? Porque persiste el miedo ancestral de que no nos quieran. Y sus equivalentes: que nos ignoren, que nos rechacen.

Preocupa la opinión ajena. No estar a la altura de las circunstancias. Sufrir lagunas que nos pongan en ridículo. Entonces, semejante mezcla de emociones conspira al punto de derribar nuestra autoestima. De pronto, nos faltan palabras, la voz suena temblorosa y, lo peor, darnos cuenta de que la persona o el grupo con quien debemos interactuar, inhibe, paraliza. Como si las ideas se hubieran evaporado, por más que las conocemos a fondo, para salir airosos.’

El miedo, se sabe, es una emoción irracional y aumenta frente al público que observa atentamente, que presta atención al discurso y, dato curioso, discurso que ya no le parece tan fluído como cuando lo ensayaba a solas. De lo nervios, la boca se seca, la palabras suenan balbuceantes, un leve temblor se apodera de la voz.

Siempre doy por sentado que quien soporta estas vicisitudes, conoce al dedillo el tema para el cual fue convocado/a. Su dificultad, en cambio, reside en sentirse incapaz de sortear los fantasmas que se adueñan de su persona, al punto de sabotearse y suponer, nomás, que le fue mal. Una pesadilla.

“Para medir mi nivel de rendimiento, hay que verme en actividad”, suele ser otro comentario frecuente. Quienes sufren estas dificultades emocionales consideran que resultar competentes en su actividad, debería alcanzar para ser admitidos en un trabajo, sin someterse, además, a valores agregados como la simpatía, el buen decir, sintonizar con otros, expresarse con mayor autoridad, utilizar mejor sus recursos.

En fin, todo el arco de posibilidades que hoy colabora para que la comunicación cara a cara funcione mejor. Entonces ¿qué conviene hacer?  Por empezar, reconocer la carencia, ocuparse de transformarla con la intención de producir un cambio  (que siempre es lento) y, luego, mantener la misma disciplina y entusiasmo de quienes encaran una dieta, aprenden a correr, a pintar, a comprometerse con un curso o con un emprendimiento.

Tener ganas.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.

Mail: [email protected]/ Facebook: dionisiafontancomunicación

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