¿Cómo digo lo que digo? Hablo, hablo y no me comprenden

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

No se trata de que uno conversa en húngaro y la otra en finlandés, para citar lenguas difíciles. Hablar idiomas diferentes significa no coincidir en las cosas básicas de la vida. En el modo de encarar lo cotidiano. En la influencia de la educación recibida. Entonces, luego de tantos desencuentros, tantos silencios y los enojos que estos producen, esas personas tienen, nomás, la convicción de que son incomprendidas.

Uno de los temas que se repiten entre quienes me consultan, es su dificultad para ser comprendidos.

“Yo hablo, hablo, explico, aporto detalles… No hay caso. Es como si me expresara en un idioma distinto”.

Si durante una relación personal o laboral las partes se sienten incomprendidas, seres extraños, y no abordan seriamente ese problema que las incomunica, corren el riesgo de levantar un muro invisible que los separa, todavía, más. Permanecen aisladas y con sus gargantas atosigadas de palabras que nunca llegaron a buen puerto.

Parece que habláramos en otro idioma tiene su cuota de verdad. Y no se refiere a la lengua de origen, sino a la idiosincrasia de cada una/o. A su filosofía de vida. A la educación recibida. A sus puntos de vista sobre temas que, sin duda, hubieran merecido un análisis previo.

La otra persona comprende, por supuesto. Quizás necesita tomarse un tiempo para contestar. Quizás opina lo contrario y, para evitar una pelea, posterga la respuesta. Quizás, por prejuicio o desconocimiento, subestima el tema y le resta importancia.

Sólo enumero reacciones posibles aunque, claro, estoy en desacuerdo con ellas. Siempre apuesto al diálogo, lo contrario de la cerrazón. Por caso, si necesitamos entablar una conversación con alguien poco perceptivo/a, conviene hallar el momento oportuno. El sentido de oportunidad siempre es un requisito indispensable. Hay gente con una cintura flexible para desenvolverse en cualquier circunstancia que se le presenta.

En segundos reconoce si debe avanzar o no moverse. Cualidad que le permite darse cuenta si se trata de un momento favorable o conviene hacer un compás de espera. Todo lo contrario de la persona cuya ansiedad le juega en contra.

Y cuando interviene la ansiedad se cometen torpezas. Como reclamos, quejas, peroratas. Actitudes insoportables que irritan y bloquean las ideas de quien, en apariencia, no comprende.

Ser monotemático tampoco colabora. El tono de voz pierde matices, suena inexpresivo, no logra persuadir. Tampoco faltan los propensos a la confusión. Se enroscan con las ideas, se detienen en detalles mínimos, les falta síntesis y así, además de abrumar, también inducen a la sordera del interlocutor/a.

Tengamos en cuenta que hoy somos seres muy dispersos. Súper motivados por el exceso de información que no alcanzamos a procesar. Sin contar con nuestros propios asuntos, todo lo cual disminuye el monto de paciencia, reduce la capacidad de escucha, distrae la atención. En fin, una serie de dificultades que nos arrastran a vivir (y convivir) incomunicados.

Quien supone que saber comunicarse es moco de pavo, está absolutamente equivocado. A la incomunicación se la considera uno de los grandes males de nuestro tiempo. Por lo tanto, requiere cuidados esmerados y constantes.

Para que no nos ganen los robots.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

TalleresOnline y por Videollamada

Propongo encuentros individuales, aptos para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.

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