¿Cómo digo lo que digo?: Ideas para mejorar el trato con el personal

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

La presencia de un buen jefe o buena jefa en el trabajo, alivia la jornada. El personal se desempeña sin sobresaltos y si se equivoca sabe que encontrará comprensión o, a lo sumo, un gesto de disgusto.

En todos los trabajos se cuecen habas, ahí conviven personas diferentes y, claro, entran a tallar egos, competencias, celos, favoritismos, chismes…

Tener personal a cargo es una tarea compleja que requiere templanza, coherencia, equilibrio, conocer a fondo la actividad y demostrar suficiente experiencia en el rubro para ganarse el respeto de la gente.

No siempre es así. Muchas veces las reacciones intempestivas del o la mandamás se vinculan con sus inseguridades y temores. Apenas se da cuenta de que el cargo le queda grande, para disimular esas carencias apela al maltrato. Es común que levante en peso a subordinados delante de los compañeros. Cero pudor.

Antes de perder los estribos, hubiera sido conveniente citarlos en su despacho por whatsapp. Me consta que existen jerárquicos con buena onda, que confían en la responsabilidad de su tropa y funcionan sin presión. Saben conducir. Aprendieron a gerenciar sus emociones, por lo tanto no necesitan derrapar.

Con todo, es complicado desprenderse de costumbres arraigadas. Me refiero a los que se obstinan en sostener la creencia de que para mandar hay que ser algo déspota, algo tirana. Adhieren a ese modelo vetusto, esclavista. Están habituados al rigor, al maltrato. Asocian trabajo con calvario.

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En todos los trabajos se cuecen habas. Al fin de cuentas, durante largo tiempo, ahí conviven personas de caracteres y costumbres distintas. Entonces entran a tallar egos, competencias, celos, favoritismos, chismes

A nadie le gusta que lo/a reten; menos, todavía, si es mayor de edad. Sin embargo, abundan los que tienen la sartén por el mango (jefas, jefes, directoras, directores, gerentes), que no reparan en delicadezas y desconocen la empatía cuando reprenden a un subordinado/a. Lo levantan en peso delante de sus compañeros sin importarles el pésimo momento que le hacen vivir.

Tener personal a cargo es una tarea compleja. Se requiere templanza, coherencia, equilibrio, conocer a fondo la actividad y demostrar suficiente experiencia en el rubro. Cuando se accede a ese puesto por acomodo y, además, el desempeño deja mucho que desear, los subordinados van perdiendo el respeto por alguien que no está a la altura de las circunstancias.

Muchas veces las reacciones intempestivas de un jefe/a se vinculan con sus inseguridades, no bien se da cuenta de que el cargo le queda grande. Entonces, para disimular esas carencias, apela a la modalidad bruta, como el caso del jefe que describí más arriba.

Antes de perder los estribos, lo más conveniente hubiera sido enviar un whatsapp al empleado solicitando que se presentara en su despacho. Entre las cuatro paredes podía haber manifestado su descontento, pedir que se esmerara más con su trabajo. En fin, conversar civilizadamente.

Quienes ejercen el mando son de carne y hueso, les suceden las mismas cosas que a la tropa. Por lo tanto, tienen todo el derecho de andar de malhumor o con enojo (quizás, por motivos personales). El asunto es que sus estados de ánimo no sean inestables y se repitan con frecuencia. Ocurre que desde el sitio que ocupan en la punta de la pirámide, influyen poderosamente entre quienes esperan órdenes, cambios, urgencias: dependen de sus decisiones.

Reunirse de vez en cuando con el personal para escuchar sus necesidades y, al mismo tiempo, darse cuenta de que Sutana o Mengano podrían resultar más eficaces en tareas diferentes. Se trata de una iniciativa que pocas empresas llevan a cabo, aunque la experiencia de quienes se atreven a ponerla en marcha, demuestra que es beneficiosa.

Me refiero a un cara a cara que aporta ideas, permite aggiornarse en ciertos temas o efectuar algún reclamo. Una pausa útil para comentar puntos de vista de las jornadas cotidianas, donde nunca alcanza el tiempo.

El reverso de la moneda

Me consta que existen directores/as, jefes/as con buena onda, amigables. Confían en la responsabilidad de los subordinados/as a la vez que cuidan con esmero su propia labor. Funcionan sin presión, un alivio para trabajar. Aprendieron a gerenciar sus emociones, por lo tanto no suelen derrapar.

Con todo, no es sencillo desprenderse de costumbres demasiado arraigadas. Pese a que cuesta aceptarlo, aún se mantiene la creencia de que para mandar hay que ser algo déspota, algo tirana. Ceño fruncido, boca y mentón crispados, pocas palabras y mejor si suenan ásperas.

Los que adhieren a este modelo vetusto, esclavista, considerarían blando y poco eficaz a un superior comprensivo, educado, que no alza la voz ni ofende. Seguramente, no lo respetarían por estar habituados al rigor, a sufrir miedo y maltrato. En efecto: asocian trabajo con calvario.

Cómo negarlo: muchos, muchísimos trabajos parecen auténticos calvarios.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

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