¿Cómo digo lo que digo?: La palabra en la boca

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

La palabra no siempre es gratis. En especial, si primero hablamos y después pensamos, si somos incapaces de ser discretos, si alzamos la voz, si decimos groserías… En estos casos se pagan altos costos. Justamente porque la palabra tiene el poder de construir, de destruir y de reparar, propongo ideas, recursos, puntos de vista, habilidades, reflexiones, para robustecer nuestro modo de interactuar. Para que la comunicación resulte más fluída y favorezca los cambios.

Recuerden: Todos podemos cambiar. Somos seres en construcción.

* El tono de voz es revelador. Anticipa el estado de ánimo.

* Quien no sabe argumentar descalifica.

* Ser agradable, primer paso necesario para comunicar de un modo eficaz.

· La palabra es acción. La palabra no es inocente. La palabra no se escapa, se elige.

· Qué alivio hacer silencio cuando no tenemos ganas de hablar.

· Conviene prestar atención a los gestos sutiles del interlocutor/a. A menudo expresan más que las palabras.

· Las palabras funcionan como puentes. Y cuánto emocionan cuando cruzan oceános.

· La dureza, sinónimo de rigidez, no otorga el más mínimo espacio para introducir cambios.

· Tenemos el sí fácil para que nos acepten. Para pertenecer. Para quedar bien. Para evitar el no.

* ¿Y si lo que digo no interesa? ¿Y si se nota mi esfuerzo para agradar? ¿Y si no estoy a la altura de las circunstancias? Miedos que sabotean el modo de vincularnos.

· Jamás, nunca, definitivo, para siempre… son palabras demasiado rotundas para este tiempo de incertidumbre y relaciones líquidas.

· La dispersión no permite organizar mensajes claros y genera el peligroso malentendido.

· Por entusiasmo formulamos promesas que, a veces, no se pueden cumplir.

· El que se enoja pierde. Aunque esta reacción actúa como desahogo, no modifica la realidad que disgusta.

· Cuesta decir “necesito”. Provoca timidez, pudor. Hay palabras que traen puesto el prejuicio.

· Si yo te ofendo y vos me ofendés, demostramos un alto nivel de mediocridad.

· Cuánto desorientan las palabras que contradicen a los gestos.

· Dificultades para escuchar: Ya nadie tiene paciencia. Cuando la historia no es atractiva, aburre. Además, influyen un tono de voz monótono y la falta de síntesis.

· “Contá conmigo”. Si llegado el caso lo que se promete pasa a los hechos, quien los lleva a cabo demuestra una nobleza que jerarquiza su calidad humana.

· La complicidad entre quienes se aman, funciona como un idioma secreto que sólo conoce la pareja.

· Quienes agreden están hablando de ellos mismos. Se definen a la perfección.

· La queja manipula, inmoviliza, ahuyenta. Los quejosos/as inspiran rechazo.

· Nuestro vocabulario se ha empobrecido. Depende de cada ciudadano/a evitar su decadencia.

· Algunos sentimientos son tan intensos, que ninguna palabra alcanza para describirlos.

· Somos usinas de información. Por eso es importante observar los gestos del interlocutor/a, su mirada, darse cuenta (o preguntar) si el tema le interesa.

· Podemos persuadir o avasallar.

· Repetir gracias nunca está de más.

Brindo por el mejor año posible.

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Dionisia Fontán, periodista y Coach en Comunicación

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